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Hans Hausser asintió en silencio a las palabras de su amigo.

Mercedes dormía profundamente. Se había tomado una pastilla para descansar, ya que en los últimos meses apenas lograba conciliar el sueño unas horas.

El teléfono sonó insistentemente antes de que ella fuera capaz de oírlo y contestar.

– Sí…

– ¿Mercedes?

– Sí…

A Hans Hausser le pareció que su amiga le hablaba desde ultratumba. El tono pastoso de la voz y la dificultad para articular palabras le preocuparon.

– ¿Estás bien?

– ¿Quién es? -alcanzó a decir Mercedes, a la que le costaba salir del mundo de los sueños.

– Soy Hans…

– ¿Hans? Hans… ¡Dios mío!, ¿qué sucede?

– Buenas noticias, por eso te he llamado a esta hora, ya veo que tienes el sueño profundo.

– Hans…, dime.

– El monstruo ha muerto.

La mujer pegó un grito que más parecía un aullido. Un grito dolorido salido de las entrañas. Cogió el vaso de agua de la mesilla y bebió un sorbo, intentando despejar las brumas en que se encontraba. Luego, a duras penas logró sentarse en la cama y poner los pies en el suelo.

– ¿Mercedes, estás bien? -quiso saber Hausser.

– Estaba… estaba muy dormida, me tomé una pastilla porque me cuesta dormir y… Hans, ¿es verdad?

– Sí, lo es, está muerto, y hay pruebas.

– ¿Cómo ha sido? ¿Cuándo? -le apremió Mercedes.

– Ya le han enterrado.

– ¿Sufrió?

– No lo sé, aún desconozco los detalles.

– Espero que haya sufrido, que en el último minuto supiera por qué moría. ¿Y ella? La nieta…

– Está viva.

– ¿Por qué? No hay perdón para ninguno de sus descendientes -afirmó Mercedes con un deje de histeria.

– No hay perdón, tú lo has dicho, pero las cosas hay que hacerlas bien. Al parecer había dificultades para completar el encargo y ahora nos pregunta si debe seguir allí o puede intentarlo aquí, en Europa, porque ella tiene previsto venir.

– ¿Y cómo vamos a saber nosotros lo que es mejor? -respondió enfadada Mercedes.

– Ya nos advirtieron que un trabajo bien hecho necesita tiempo, a veces meses, y así ha sido, han pasado unos cuantos meses, ¿ahora qué hacemos?

– Que hagan lo que hemos pedido, que cumplan todo el contrato y cuanto antes mejor.

– Entonces…

– Hans, ¿estás seguro? ¿De verdad que el monstruo ya no existe?

– Lo estoy, Mercedes, lo estoy.

Mercedes comenzó a llorar, y sus sollozos emocionaron de tal manera a su viejo amigo que éste tampoco pudo evitar que se le escaparan las lágrimas.

– Mercedes, no llores, por Dios, cálmate, Mercedes, no llores…, por favor, Mercedes, tienes que ser fuerte, Mercedes, no llores…

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