– No hay problemas, la he traído para eso. Aquí la tiene -contestó el sudamericano entregando una ampliación de una fotografía tipo carnet a Artetxe.
El detective sólo necesitó décimas de segundo para recordar que conocía a ese hombre y apenas dos segundos más para saber de qué. El día que había estado siguiendo al chófer de González Caballer, el padre de la desaparecida Begoña, aquél había pasado la tarde con un amigo alto y rubio. Ese hombre alto y rubio era el que le estaba sonriendo desde la fotografía. Por eso su testigo le había dicho que era un sudamericano raro. Posiblemente fuera descendiente de franceses y suecos, de ahí que tampoco él lo catalogara como latinoamericano el día que le vio, pero tenía que ser el hombre que estaba buscando; de ese modo todas las piezas del rompecabezas iban encajando. Necesitaba confirmado hablando con la anciana, aunque estaba prácticamente seguro de ello. Y además estaba relacionado de algún modo con González Caballer, eso era evidente. Se estaba cerrando el círculo, pero todavía no sabía quién se iba a quedar dentro. Tendría que hablar con Rojas y contárselo todo, con pelos y señales. El asunto se estaba haciendo demasiado grande para un detective que actuaba sin red. O intervenía la policía o él quedaría incluido en ese círculo que se iba estrechando cada vez más. Pero todavía tenía que intentar averiguar algunos datos adicionales.
– ¿Sería posible localizar de algún modo a ese tal Capitán Héctor?
– Observo que todavía no le ha dado tiempo a leer el periódico y que no tiene la costumbre de poner la radio cuando usa el carro -contestó, sonriente, Dabormida.
– ¿Qué quiere decirme con eso? -se extrañó Artetxe.
Como respuesta, el argentino sacó de un portafolios un ejemplar de El Correo Español-El Pueblo Vasco y se lo entregó a Artetxe. La noticia venía en portada, con grandes alardes tipográficos.
ASESINADO EN SU DOMICILIO EL CONOCIDO EMPRESARIO JAIME GONZÁLEZ CABALLER.
A las once de la noche del día de ayer fue asesinado, en su domicilio de Algorta, el conocido hombre público Jaime González Caballer, que obtuvo cierto renombre en la época de la transición como dirigente del Partido Democrático Foral de Vizcaya y que tras sus sucesivos fracasos electorales había abandonado la política activa para volcarse exclusivamente en su actividad empresarial. (Más información en páginas 8 y 9, editorial en páginas centrales.)
Tras su primera sorpresa, Artetxe recorrió ávidamente el periódico en busca de las páginas mencionadas en la portada.
GETXO. Ayer, a las once de la noche, de nuevo un trágico suceso en forma de muerte violenta se abatió sobre Euskadi. Jaime González Caballer, polémico político de la transición e importante hombre de empresa, miembro del Comité Ejecutivo de Confebask, la Confederación de Empresarios Vascos, fue asesinado en su propio domicilio junto a su chófer y hombre de confianza, Andrés Ramírez Alcántara, que llevaba dieciséis años a su servicio.
Según se nos ha indicado de fuentes policiales, basadas en la declaración de un miembro del servicio doméstico del fallecido, a las diez y cuarto de la noche un hombre que se identificó como Alfonso García de Diego llamó por el portero automático del chalet en que aquél residía solicitando ser recibido por el dueño de la casa, a lo que no se puso ningún impedimento.
Se desconoce el motivo, pero al poco rato de estar conversando el recién llegado y el señor González Caballer en el despacho de este último, se inició una fuerte discusión y se oyó de repente el sonido de un disparo. Cuando el chófer se acercó para ver qué había ocurrido recibió un disparo en la espalda que le causó la muerte instantánea lo mismo que a su jefe, que lo había recibido en el corazón.
Tras comprobar que el visitante había salido de la casa, el miembro del servicio doméstico, del cual la policía no nos ha proporcionado su identidad, llamó al 091 para denunciar los hechos, dándose inmediatamente la orden de practicar los controles previstos para estas situaciones. Un vehículo que estaba de patrulla por las inmediaciones, al recibir la noticia y observar un automóvil que iba a velocidad inadecuada y acababa de saltarse dos semáforos rojos, procedió a darle el alto, lo que fue respondido desde el interior del automóvil con una ráfaga procedente de una ametralladora.
Por parte de la patrulla agredida se contestó inmediatamente abriendo fuego a su vez, resultando como consecuencia muerto el conductor y único ocupante del vehículo que parece ser, según avalan todos los indicios, el asesino del señor González Caballer y su chófer.
Como no había más datos acerca del asesinato y había que llenar páginas, el artículo continuaba con una semblanza biográfica del asesinado. En el editorial, aunque se descartaba que fuera un crimen político, se relacionaba el caso con la ola de violencia que estaba sufriendo el país. Artetxe pasó rápidamente las páginas y se fijó en un recuadro escondido en la última.
BILBAO. ÚLTIMA HORA. Fuentes de toda solvencia procedentes de la Jefatura Superior de Policía de Bilbao han identificado al presunto asesino de Jaime González Caballero. Se trata de Raúl Villeneuve Svenson, alias Capitán Héctor, alias Capitán Villanueva, antiguo militar argentino retirado, del que se presume que tenía relación con las mafias iberoamericanas que controlan el narcotráfico y la prostitución en España, y que usaba también los nombres de Alfonso García de Diego y Héctor Sepúlveda Gómez. En estos momentos continúa abierta la investigación para esclarecer los motivos del crimen.
Lo primero que hizo Artetxe, nada más salir de la parroquia, fue llamar a Rojas, pero le fue imposible localizarlo. Todos los efectivos de la Jefatura de Bilbao se hallaban en plena ebullición. Aunque dejó varias veces recado, hasta que no pasaron cinco días no consiguió contactar con el inspector. Durante ese tiempo Artetxe se abstuvo de hacer ningún movimiento, teniendo en cuenta cómo había evolucionado el caso. Tal y como estaban las cosas, sin el apoyo de Rojas no era más que un detective sin licencia y con un historial conflictivo, expuesto a que cualquier policía malhumorado le llevara esposado al Juzgado de Guardia acusado de obstrucción a la justicia o cosas peores.
Cuando al quinto día recibió la invitación de Rojas para que fuera a tomar un whisky a su casa, comprendió que, efectivamente, su papel en la función había terminado. Un exultante inspector de Homicidios rehabilitado se lo explicó con todo lujo de detalles.
– Tenía razón, Iñaki, tenía razón. -Hablaba en primera persona, excluyendo expresamente a su interlocutor de cualquier mérito en el éxito de su trabajo. Aunque Artetxe captó el mensaje subliminal que había en esa frase, intentó sonsacar al policía.
– ¿Me puedes decir qué es exactamente lo que ha ocurrido?
– Que hemos solucionado los asesinatos de Andoni Ferrer Lamikiz y de Begoña González Larrabide.
– Entonces, ¿no hay duda de que fueron asesinados?
– Yo nunca la tuve y los hechos han acabado por darme la razón. Tanto el periodista como la chica fueron asesinados por el Capitán Héctor y Andrés Ramírez, el chófer. Y no sólo eso, hemos desarticulado el grupo de narcotraficantes del que me habló el inspector De Dios. Su jefe máximo era el propio Jaime González Caballero. Tanto en su domicilio como en el del difunto Villeneuve hemos encontrado documentación que, aunque todavía está siendo examinada, avala todo esto. Por cierto, que también hemos arrestado a unos cuantos miembros de la secta de la Eterna Luz, excepto a su jefe, pero esto último no nos preocupa demasiado, es tan sólo cuestión de tiempo. Lo más importante es que hemos tenido un éxito como no se recuerda en los últimos años. Ha sido un auténtico bombazo, aunque por lo delicado del asunto se va a procurar que todo esto no llegue a manos de la prensa.
– Te veo cada vez más integrado en el sistema.
– El que no apruebe ciertas prácticas no significa que no comprenda que muchas veces es necesaria cierta tranquilidad y sosiego en el tratamiento de las cuestiones que llevamos entre manos. Además -añadió alborozado-, todo este asunto va a reforzar mi posición en el Departamento. Ya no soy un recién llegado al que se manda a por el café, sino que no les ha quedado más remedio que reconocer mis méritos. Por primera vez en mucho tiempo veo un futuro luminoso ante mí.
– Pues me alegro mucho por ti, pero sigue contándome. ¿Dónde encajan la muerte del periodista y de la hija de Caballer? ¿En qué os basáis para pensar que fueron efectivamente asesinados?
– Acerca de eso no tenemos más que indicios y suposiciones, tal vez no suficientes ante un juez, lo que no supone ningún problema ya que los posibles encausados están muertos, pero que nos parecen concluyentes del todo. En primer lugar, hemos encontrado una partida de heroína no comercializada que, debidamente analizada, ha resultado ser la misma que se administró a Andoni Ferrer y a Begoña González. Está además el hecho de las coincidencias de fechas. Begoña González desapareció pocos días después de que el periodista fuera asesinado y se publicara en la prensa la noticia de su fallecimiento. Todo nos hace pensar que la joven era la informante de aquél para su reportaje. Sobre este aspecto nos ha sido de mucha ayuda una de tus averiguaciones. Creemos que Begoña González estaba al tanto de los manejos de su padre, pero sólo al enterarse de que éste no lo era de verdad se decidió a delatarle. Por lo que sabemos, las revelaciones que le hizo Karmele Ugarte a este respecto coinciden con la época en que Andoni Ferrer empezó a elaborar su nonato reportaje. Quizá sea poca cosa para conseguir, en caso de que hubiera habido necesidad, una sentencia de culpabilidad por asesinato, pero si lo juntamos todo con la certeza de que los tres muertos eran piezas importantes en el tráfico de drogas, encaja perfectamente.
– ¿Sabéis por qué el argentino decidió acabar con González Caballer y su chófer?
– No con certeza absoluta, pero parece lógico pensar que se trataba de algún ajuste de cuentas por motivos que desconocemos, aunque imaginamos que referentes al control del negocio. De hecho, si no hubiéramos tenido la suerte de que en ese momento estuviera un coche de patrulla por esa zona y pudiera acudir rápidamente al lugar de los hechos quizá nunca se habrían resuelto los crímenes ni desmantelado la organización.