Mientras el más bajo de los dos hombres pronunciaba esas palabras su compañero fue preparando, con manos acostumbradas a hacerlo, una goma y una jeringuilla. Ferrer se revolvió inquieto en su asiento al verlo.
– Estése quieto, por favor, no nos obligue a ser violentos. Sólo queremos que se evada durante un rato de la realidad. ¿O prefiere que usemos métodos más contundentes? No sea tonto y aprovéchese de la ocasión, le vamos a proporcionar gratis algo por lo que muchos matarían para conseguirlo.
Quizá la alusión a la muerte no fue muy tranquilizadora, pero el periodista comprendió que no tenía ninguna posibilidad de zafarse de sus visitantes y optó por dejar actuar al hombre alto, que, con hábiles movimientos, localizó en seguida la vena y le inyectó con la jeringuilla en el punto adecuado.
– Adiós, señor Ferrer. Quizá recuerde que los adictos a cierto tipo de drogas decían que con ellas hacían un viaje a otras dimensiones; pues bien, usted también va a experimentar un viaje fuera de lo corriente, pero no se levante para darnos las gracias, no es necesario, lo hemos hecho desinteresadamente.
Andoni Ferrer no respondió. El viaje que había iniciado era un viaje sin retorno.