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Cuando cerré la boca la sentía reseca y pastosa. Tenía mis dudas sobre si había actuado cuerdamente o no, pero la apuesta estaba encima de la mesa y no podía retroceder. Ahora era Vonderschmidt quien tenía que decidir si estaba jugando de farol o tenía todos los ases en mis manos, y reaccionó de un modo silencioso pero elocuente. Se levantó de su silla y, acercándose a mí, me dio un abrazo de oso que duró por lo menos cinco minutos. Acababa de obtener mi primera victoria en ese juego, pero el miedo no ha abandonado todavía mi cuerpo. Sé que de nada me habrá servido ganar esta batalla si perdemos la guerra y pienso que habéis echado sobre mis frágiles hombros una gran responsabilidad, Cameron. Pero el baile se ha iniciado y no me queda más remedio que seguir el compás. Quiera Dios que las cosas no se tuerzan y al final logremos nuestro objetivo.

Mientras tanto, recibe un fuerte abrazo de alguien que está solo y al que sólo el recuerdo de sus amigos y seres queridos, de su patria y sus ideales, le dan la fuerza necesaria para aguantar sin desfallecer.

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