Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

INTRODUCCIÓN A LA CARTA Nº 5 REMITIDA POR TOMÁS ZUBÍA A CAMERON DEFARGO. HABLA CAMERON DEFARGO.

Estimado James:

Si sospechas que te oculto algo, tienes razón en cierto modo, pero te aseguro que lo fundamental del caso se encuentra aquí, en este CD-Rom inventado por el diablo pero que tiene su utilidad, no lo niego, y que me permite esta pequeña travesura: la de hablarte a través de un disquete que se supone que te tiene que informar básicamente sobre Tomás Zubía. Aunque puedes saltar de una información a otra a tu libre albedrío, sé que eres extremadamente ordenado y concienzudo y que, por lo menos en una primera lectura, irás recabando la información en su orden cronológico. Por eso, antes de que leas la quinta carta personal que me envió, quiero hacerte un breve comentario sobre el asunto. Tal vez te parezca que está de más, y posiblemente tengas razón, pero quizá este añadido aclare cosas que hoy, por sabidas y evidentes, nos parecen tremendamente obvias y poco importantes, pero que en aquella época, en la que ignorábamos cuál sería el devenir de los acontecimientos, cobraban otro significado.

Cuando Zubía regresó a Madrid sabía más de lo que nunca había pensado que llegaría a saber, aunque eso no le llenaba de felicidad. Desde el instante en que aceptó trabajar para nosotros como agente infiltrado en las filas enemigas -o, dicho sin eufemismos, como espía-, sabía a lo que se arriesgaba, pero no le importó. Solía decirme que hay momentos en la vida en los que es necesario tomar decisiones drásticas y él nunca evadió esos momentos. Pero aquello era mucho peor. Su fracaso podía significar la pérdida de la guerra o, en el mejor de los casos, su prolongación, con la consecuente extensión de los sufrimientos de la población y de los desastres y horrores que toda guerra origina. Parece una exageración pero ahora, con el transcurso de los años que siempre sosiegan los pensamientos, estoy convencido de que las palabras que estoy pronunciando en estos momentos son totalmente fieles a la realidad, por lo menos a la realidad que nosotros vivimos.

Debo reconocer que hizo un amago de renuncia, pero sabía de antemano que no se le iba a admitir. En aquellos momentos era el único agente que había conseguido contactar y ganarse la confianza de los alemanes en Madrid. Porque en Madrid estaba la clave del futuro de la contienda bélica o, por lo menos, una de las claves más importantes.

Hoy en día todo el mundo conoce, o puede conocer, lo que fue el Proyecto Manhattan y lo que supuso para los esfuerzos bélicos, pero entonces era uno de los secretos de Estado mejor guardados. Muy poca gente tenía acceso no ya a lo que significaba, sino a su propia existencia siquiera, y para quien revelaba algo, por mínimo que fuera, no había detención y juicio. Se le ejecutaba al momento sin más dilación. Así estaban las cosas y, sin embargo, quienes teníamos el poder de decisión, y,en mi caso un poder más bien limitado como puedes comprender, echaron sobre sus hombros la carga de ese secreto, con libertad absoluta para administrarlo en el caso de que lo considerara necesario para el triunfo de su misión.

La clave estaba en quién conseguiría llevar a cabo con anterioridad la construcción de una bomba basada en la fusión del uranio, lo que popularmente se conoció como bomba atómica y que posteriormente ha generado el horror del armamento nuclear. En aquellos años había muy pocos científicos capacitados para trabajar en estas cuestiones y la mayoría de ellos, incluyendo a quien ha sido considerado como el genio científico del siglo XX, trabajaban para los aliados, pero se creía que un físico belga de origen flamenco, Ronatd De Schöenmaker, si no afín a los nazis sí totalmente indiferente a la política, estaba trabajando también en su desarrollo con el apoyo del régimen hitleriano. Si esto era así, neutralizarlo se convertía en un objetivo prioritario, pero antes, costara lo que costase, había que localizarle.

La revelación hecha por Zubía, acerca de la petición efectuada por el coronel Vonderschmidt con el fin de que participara en una operación para conseguir uranio, avaló esa sospecha de los altos mandos ya que se suponía, con buen y lógico criterio, que el coronel de las SS no necesitaba ese producto para su propio uso, sino para el del gobierno al que servía. Otro dato importante era que el coronel estaba destinado como jefe y enlace de sus servicios en Madrid.

Si los alemanes estaban intentando superar a los aliados en la carrera para obtener ese armamento que parecía un contrasentido calificarlo de vital, aunque lo fuera, precisamente por ser letal, España era, como todos los indicios parecían señalar, el lugar idóneo para ubicar las instalaciones adecuadas. Por razones de seguridad, no podían establecerse en Alemania ni en ninguno de los países del Eje que participaban en la contienda a su favor, en unos momentos en que los aliados habían tomado la iniciativa y no eran infrecuentes los bombardeos de objetivos e instalaciones militares. Por otra parte, necesitaban contar con la complacencia de un régimen político afín y que les debiera favores, pero que no participara en la guerra y que tuviera la ventaja de no estar demasiado alejado territorialmente de la propia Alemania. Portugal estaba descartado porque, pese a ser una dictadura conservadora, Salazar no era germanófilo, sino más bien anglófilo, en la línea tradicional de su país. Sólo quedaba como opción válida el régimen del general Franco, que de este modo se haría perdonar su negativa a entrar de lleno en la guerra.

Por lo tanto, parecía evidente que si los alemanes habían levantado una fábrica para construir la bomba definitiva, esa fábrica estaba en España, y si la fábrica estaba en España ahí es donde había que buscar al doctor De Schöenmaker y a todo su equipo. Ése iba a ser, a partir de entonces, el objetivo de Tomás Zubía, y todo quedaba supeditado a su consecución. Pero voy a dejar de grabar en esta máquina infernal porque me estoy volviendo ronco, así que si quieres más información pulsa el ratón; por cierto, menuda palabra que usan para denominar este artefacto, uno de los más asquerosos mamíferos que creó Dios, y pasa, si lo crees conveniente, a leer la quinta carta que me envió tu antiguo jefe.

CARTA Nº 5 (REMITENTE: TOMÁS ZUBÍA. DESTINATARIO: CAMERON DEFARGO)

Estimado Cameron:

A pesar de mis dudas y, ¿por qué no admitido?, de mis miedos, creo que estamos en el buen camino. Como ya conoces, al día siguiente de mi vuelta a España concerté una entrevista con el coronel Vonderschmidt. No sé cómo tendría la agenda de repleta, pero accedió a reunirse conmigo a la hora que yo mismo fijé. Cuando entré en su despacho me recibió sonriendo. Después de saludarme e interesarse por mi estado de salud y por lo aburrido del largo viaje, entró en materia.

– ¿Cómo ha ido todo? ¿Puedo llamar a Berlín para decirles que te condecoren por el resultado de tu misión o es aún prematuro?

– Aún es prematuro, pero que vayan grabando mis iniciales en la medalla porque he dejado las cosas bien encaminadas. Sin embargo, puede haber problemas.

– ¿Problemas? ¿Qué tipo de problemas? -preguntó Vonderschmidt sin perder su presencia de ánimo.

– De ese tipo de problemas que te llevan a la tumba. Cuando regresé a México inicié mis contactos a través de las empresas que controla mi familia -le dije, ocultando cuál era mi «familia» en este asunto, lógicamente-, utilizando aquellas que pensé que serían las adecuadas. Pese a que me habías apercibido de lo importante de la misión y a que tomé extremadas precauciones, la persona que elegí para que iniciara las gestiones pertinentes, un mexicano indígena de etnia tzotzil, es decir, alguien no sospechoso de simpatizar con la causa, pareció muerto con un orificio de bala en la cabeza. La policía no pudo averiguar nada y, según mis contactos, tampoco los servicios de inteligencia del gobierno, aunque de todos modos no había ningún dato que pudiera relacionarme con un indio llamado Fidel Ruiz Sánchez, pero eso me obligó a extremar aún más mis precauciones.

»A pesar del peligro evidente, decidí llevar las gestiones en persona y, para eso, abandoné México y me fui a Canadá, donde también tenemos intereses económicos. Los estadounidenses se fían más de los canadienses que de los mexicanos, así que tienen la guardia más baja frente a ellos, por lo que a través de mis testaferros en ese país, entre ellos, un alto cargo del gobierno, conseguí introducirme en los círculos convenientes. Ahora sólo nos queda esperar que nos avisen para proceder al intercambio. Te advierto que he tenido que adelantar dinero, mucho dinero.

– Ya sabes que eso no constituye ningún problema. Se te devolverá todo y por triplicado además.

– No, no se trata de eso. Me gusta el dinero, como a todo el mundo, y quizá más que a muchos, pero puedo desprenderme con facilidad de cantidades que no juntarían mil personas en toda una vida de trabajo. Así que, por esta vez y sin que sirva de precedente, podéis considerar que los gastos que he realizado son un donativo para el triunfo de la causa. Es otro el pensamiento que me preocupa.

– Dime.

– Creo que no me dijiste toda la verdad. Escúchame un momento antes de decir nada -añadí al ver que se disponía a hablar-. No te lo digo como un reproche porque posiblemente yo en tu caso habría hecho lo mismo, pero estoy convencido de que hay algo más de lo que me comentaste. Tras la muerte de mi colaborador, muerte que por otra parte no he llorado, hice unas averiguaciones por mi cuenta y he llegado a saber o adivinar que si el uranio es necesario no se debe a sus aplicaciones industriales, sino más bien a otras implicaciones relacionadas directamente con el esfuerzo bélico.

Sabía que me la estaba jugando, pero creí conveniente actuar con audacia para conseguir estrechar cada vez más los lazos que me unían al coronel, y mi experiencia anterior me indicaba que el alemán era susceptible a esos gestos, aunque seguramente más que admiración ante mi insolencia lo que había en el interior de Reiner Vonderschmidt era una lucha entre el deseo de pegarme un tiro allí mismo y la opción de escucharme hasta el final y pegarme el tiro cuando acabara. Sin esperar a que tomara una decisión, continué deslizándome por la cuerda floja y seguí con mi discurso.

– A pesar del peligro evidente -le dije-, proseguí mis esfuerzos para coronar con éxito la misión. Y lo he conseguido, por eso estimo que estoy en el derecho de hablarte como te estoy hablando. Sin ninguna vanidad por mi parte, tienes que reconocer que mi trabajo ha sido importantísimo para que, por fin, podamos triunfar en esta guerra. Y esto es lo que quiero que se me reconozca. Quiero participar en esta nueva fase de la guerra. No quiero dinero ni otro tipo de prebendas u honores. Quiero que dentro de unos años, cuando los libros de historia hablen del final de la guerra, se diga que sin la colaboración de Javier de Ithurbide, heredero de la corona imperial mexicana, no hubiera sido posible el triunfo de los valores del nacionalsocialismo. ¡Es mi derecho y por eso lo exijo!, porque también para mí el honor se llama lealtad.

44
{"b":"87659","o":1}