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En realidad, si no fuese porque estoy en Madrid destinado para cumplir una misión, y porque creo en esa misión, no me quedaría más remedio que reconocer que mi vida es de lo más placentera. Cuando en toda España apenas hay para comer e incluso el pan negro se ve difícilmente en las mesas, yo no me privo de nada. Mi relación con el representante oficial de las SS es totalmente provechosa para ambos desde un punto de vista económico y los negocios de mi falso tío van viento en popa; sus beneficios crecen hasta límites insospechados. Cuando mi trabajo acabe, el viejo nostálgico de la corona imperial mexicana habrá incrementado su fortuna hasta límites que jamás se atrevió a imaginar.

El coronel Vonderschmidt también tiene motivos más que sobrados para sentirse contento. Aunque en todos los negocios que tenemos a medias es tan sólo el representante de las SS y del Gobierno del III Reich, no me cabe duda de que su bolsillo crece al mismo ritmo que el mío. Incluso a veces he renunciado a mis comisiones para que el alemán incrementara las suyas, táctica quizá algo burda pero que está produciendo espléndidos resultados. El coronel come en la palma de mi mano.

Una noche, después de haber realizado una de las suculentas operaciones comerciales con las que nos hemos venido lucrando desde que iniciamos nuestra relación, fuimos al burdel al que me había llevado el día de mi llegada a Madrid, el de las mujeres judías de las que te hablé en mi primera carta. No sé si me estoy endureciendo más de lo debido, pero ya no me cuesta hablar sobre ello como me ocurría al principio, aunque repito que pongo en duda que ese sentimiento sea positivo. En fin, vuelvo al meollo de la historia. El coronel estaba eufórico y borracho y me propuso que nos encerráramos los dos con una de las pupilas llamada Sarah, posiblemente la más hermosa de las mujeres que allí había. No te voy a contar lo que hicimos porque te lo puedes imaginar sin mi ayuda; al fin y al cabo escribo esta carta para desahogarme yo, no para excitarte a ti. Tal vez se debiera a su borrachera o, más seguramente, a su absoluta carencia de valores morales, el caso es que cuando estábamos los tres totalmente exhaustos, tendidos sobre la inmensa cama de la habitación, Vonderschmidt se levantó de improviso, como impulsado por una idea repentina, y cogiendo su pistola reglamentaria me la tendió.

– Algunos sibaritas dicen que el sexo es la otra cara de la muerte y que si juntamos ambos, el placer se centuplica, y tienen razón. Lo sé por experiencia. Toma -añadió mientras ponía su arma en mi mano-. Acabas de follarte a Sarah, ahora debes conocer el otro aspecto del placer. Tienes que matarla. Te aseguro que sentirás el mayor de los orgasmos y que será inmensa tu dicha cuando liquides a esta perra judía. Hazlo por mí y por el Führer.

Una cosa es acostumbrarte a ir de juerga con un nazi de mierda e incluso participar en sus orgías sexuales, depravadas desde el momento en que se juega con el terror de quienes están a tu servicio como meras esclavas sexuales, y otra cosa es matar a sangre fría a alguien inocente, cuyo único crimen era pertenecer a otra raza; pero me habían lanzado un desafío y tenía que recoger el guante.

¿Qué era más importante? ¿Preservar mi cobertura, para lo cual tendría que disparar contra la mujer con la que acababa de acostarme, o negarme a hacerlo y correr el riesgo de que todo se fuera al garete?

Sinceramente, Cameron, aunque admito que en Nueva York me proporcionasteis una gran preparación, no me sentía con fuerzas para afrontar esta prueba. Todavía me entran escalofríos cuando lo recuerdo. No sabía qué hacer, así que decidí improvisar y jugármelo el todo por el todo.

– Lo siento -contesté en el más arrogante tono de emperador azteca que fui capaz de expresar-. Los Ithurbide no hemos nacido para matarifes, sino para dar órdenes de vida y muerte. Es nuestro derecho y nuestro privilegio. Quien está acostumbrado a que le obedezcan no necesita manchar sus manos con sangre de lacayos. No niego la veracidad de lo que me has dicho, pero mi rango me impide complacerte.

No sé si Vonderschmidt iba de farol o si eran tan sólo los efluvios alcohólicos que le atenazaban los que marcaban su pauta de conducta, el caso es que echándose a reír a carcajadas me abrazó diciéndome que era todo un hombre y que conmigo se podía ir al fin del mundo.

– Además -añadió guiñándome un ojo-, creo que estás preparado para empezar a hacer cosas serias. Pero éste no es el sitio adecuado. Ven mañana a mi despacho en la embajada y te hablaré de nuestros nuevos proyectos.

Sobre la conversación que tuve al día siguiente envío un informe anexo, ya que considero que tiene suficiente importancia para darle un tratamiento más oficial, por lo que no me extenderé de nuevo en esta carta sobre ese asunto, así que enviándote un fuerte abrazo y esperando noticias tuyas, me despido por hoy.

Mientras estaba escribiendo ha caído la noche sobre Madrid y me he dado cuenta de que necesito descansar más que cualquier otra cosa en este mundo. La cama me espera, aunque últimamente mis sueños suelen convertirse en pesadillas.

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