PAISAJE Desde lejos escucho tu voz que resuena en este campo, confundida con el sonido de este agua clarísima que desde aquí contemplo; tu voz o juventud, signo que siempre oigo cuando piso este verde jugoso siempre húmedo. No calidad de cristal, no calidad de carne, pero ternura humana, espuma fugitiva, voz o enseña o unos montes, ese azul que a lo lejos es siempre prometido. No, no existes y existes. Te llamas vivo ser, te llamas corazón que me entiende sin que yo lo sospeche, te llamas quien escribe en el agua un anhelo, una vida, te llamas quien suspira mirando el azul de los cielos. Tu nombre no es el trueno rumoroso que rueda como sólo una cabeza separada del tronco. No eres tampoco el rayo o súbito pensamiento que ascendiendo del pecho se escapa por los ojos. No miras, no, iluminando ese campo, ese secreto campo en el que a veces te tiendes, río sonoro o monte que consigue sus límites, frente a la raya azul donde unas manos se estrechan. Tu corazón tomando la forma de una nube ligera pasa sobre unos ojos azules, sobre una limpidez en que el sol se refleja; pasa, y esa mirada se hace gris sin saberlo, lago en que tú, oh pájaro, no desciendes al paso. Pájaro, nube o dedo que escribe sin memoria; luna de noche que pisan unos desnudos pies; carne o fruta, mirada que en tierra finge un río; corazón que en la boca bate como las alas. JUVENTUD Así acaricio una mejilla dispuesta. ¿Me amas? Me amas como los dulces animalitos a su tristeza mansa inexplicable. Ámame como el vestido de seda a su quietud oscura de noche. Cuerpo vacío, aire parado, vidrio que por fuera llora lágrimas de frío sin deseo. Dulce quietud, cuarto que en pie, templado, no ignora la luna exterior, pero siente sus pechos oscuros no besados sin saliva ni leche. Cuerpo que sólo por la mañana, dolido, sin fiebre, tiene ojos de nieve tocada y un rosa en los labios como limón teñido, cuando sus manos quisieran ser flores casi entreabiertas. Pero no. ¡Juventud, ilusión, dicha, calor o luz, piso de mármol donde la carne está tirada, cuerpo, cuarto de ópalo que siente casi un párpado, unos labios pegados mientras los muslos cantan! A TÍ, VIVA Es tocar el cielo, poner el dedo sobre un cuerpo humano. Novalis Cuando contemplo tu cuerpo extendido como un río que nunca acaba de pasar, como un claro espejo donde cantan las aves, donde es un gozo sentir el día cómo amanece. Cuando miro a tus ojos, profunda muerte o vida que me llama, canción de un fondo que sólo sospecho; cuando veo tu forma, tu frente serena, piedra luciente en que mis besos destellan, como esas rocas que reflejan un sol que nunca se hunde. Cuando acerco mis labios a esa música incierta, a ese rumor de lo siempre juvenil, del ardor de la tierra que canta entre lo verde, cuerpo que húmedo siempre resbalaría como un amor feliz que escapa y vuelve. Siento el mundo rodar bajo mis pies, rodar ligero con siempre capacidad de estrella, con esa alegre generosidad del lucero que ni siquiera pide un mar en que doblarse. Todo es sorpresa. El mundo destellando siente que un mar de pronto está desnudo, trémulo, que es ese pecho enfebrecido y ávido que sólo pide el brillo de la luz. La creación riela. La dicha sosegada transcurre como un placer que nunca llega al colmo, como esa rápida ascensión del amor donde el viento se ciñe a las frentes más ciegas. Mirar tu cuerpo sin más luz que la tuya, que esa cercana música que concierta a las aves, a las aguas, al bosque, a ese ligado latido de este mundo absoluto que siento ahora en los labios. ORILLAS DEL MAR
Después de todo lo mismo da el calor que el frío, una dulce hormiguita color naranja, una guitarra muda en la noche, una mujer tendida como las conchas, un mar como dos labios por la arena. Un caracol como una sangre, débil dedo que se arrastra sobre la piel mojada, un cielo que sostienen unos hombros de nieve y ese ahogo en el pecho de palabras redondas. Las naranjas de fuego rodarían por el azul nocturno. Lo mismo da un alma niña que su sombra derretida, da lo mismo llorar unas lágrimas finas que morder pedacitos de hielo que vive. Tu corazón redondo como naipe visto de perfil es un espejo, de frente acaso es nata y a vista de pájaro es un papel delgado. Pero no tan delgado que no permita sangre, y navíos azules, y un adiós de un pañuelo que de pronto se para. Todo lo que un pájaro esconde entre su pluma. Oh maravilla mía, oh dulce secreto de conversar con el mar, de suavemente tener entre los dientes un guijo blanco que no ha visto la luna. Noche verde de océano que en la lengua no vuela y se duerme deshecha como música o nido. |