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El operativo se inició a las once de la mañana del 25 de enero, cuando salió de la Escuela Carlos Holguín de Medellín el capitán Jairo Salcedo García con siete oficiales, cinco suboficiales y cuarenta agentes. Una hora después salió el capitán Eduardo Martínez Solanilla con dos oficiales, dos suboficiales y sesenta y un agentes. El estudio señalaba que en el oficio correspondiente no había sido registrada la salida del capitán Helmer Ezequiel Torres Vela, que fue el encargado del operativo en la finca de La Bola, donde en realidad estaban Diana y Richard. Pero en su exposición posterior ante la Procuraduría Nacional, el propio capitán confirmó que había salido a las once de la mañana con seis oficiales, cinco suboficiales y cuarenta agentes. Para toda la operación se destinaron cuatro helicópteros artillados.

Los allanamientos de la Villa del Rosario y Alto de la Cruz se cumplieron sin contratiempos. Hacia la una de la tarde se emprendió el operativo en La Bola. El subteniente Iván Díaz Álvarez contó que estaba descendiendo de la planicie en que lo había dejado el helicóptero, cuando oyó detonaciones en la falda de la montaña. Corriendo en esa dirección, alcanzó a ver unos nueve o diez hombres con fusiles y subametralladoras que huían en estampida:

«Nos quedamos allí unos minutos para ver de dónde salía el ataque -declaró el subteniente- cuando escuchamos muy abajo a una persona que pedía auxilio». El subteniente dijo que se había apresurado hacía abajo y se había encontrado con un hombre que le gritó: «Por favor, ayúdeme». El subteniente le gritó a su vez: «Alto, ¿quién es usted?». El hombre le contestó que era Richard, el periodista, y que necesitaba auxilio porque allí estaba herida Diana Turbay. El suboficial contó que en ese momento, sin explicar por qué, le salió la frase: «¿Dónde está Pablo?». Richard le contestó: «Yo no sé. Pero por favor, ayúdeme». Entonces el militar se le acercó con todas las seguridades, y aparecieron en el lugar otros hombres de su grupo. El subteniente concluyó: «Para nosotros fue una sorpresa encontrar allí a los periodistas puesto que el objetivo de nosotros no era ése».

El relato de este encuentro coincide casi punto por punto con el que Richard Becerra hizo a la Procuraduría. Más tarde, éste amplió su declaración en el sentido de que había visto al hombre que les disparaba a él y a Diana, y que estaba de pie, con las dos manos hacia adelante y hacia el lado izquierdo, y a una distancia promedio de unos quince metros.

«Cuando acabaron de sonar los disparos -concluyó Richard- ya yo me había tirado al suelo».

En relación con el único proyectil que le causó la Muerte a Diana, la prueba técnica demostró que había entrado por la región ilíaca izquierda y seguido hacia arriba y hacia la derecha. Las características de los daños micrológicos demostraron que fue un proyectil de alta velocidad, entre dos mil y tres mil pies por segundo, o sea unas tres veces más que la velocidad del sonido. No pudo ser recuperado, pues se fragmentó en tres partes, lo que disminuyó su peso y alteró su forma, y quedó reducido a una fracción irregular que continuó su trayectoria con destrozos de naturaleza esencialmente mortal. Fue casi de seguro un proyectil de calibre 5.56, quizás disparado por un fusil de condiciones técnicas similares, si no iguales, a un AUG austriaco hallado en el lugar de los hechos, que no era de uso reglamentario de la policía. Como una anotación al margen, el informe de la necropsia señaló: «La esperanza de vida de Diana se calculaba en quince años más». El hecho más intrigante del operativo fue la presencia de un civil esposado que viajó en el mismo helicóptero en que se transportó a Diana herida hasta Medellín. Dos agentes de la policía coincidieron en que era un hombre de apariencia campesina, de unos treinta y cinco a cuarenta años, tez morena, pelo corto, algo robusto, de un metro setenta más o menos, que aquel día llevaba una gorra de tela. Dijeron que lo habían detenido en el curso del operativo, y estaban tratando de que se identificara cuando empezaron los tiros, de modo que tuvieron que esposarlo y llevarlo consigo hasta los helicópteros. Uno de los agentes agregó que lo había dejado en manos de su subteniente, que éste lo interrogó en presencia de ellos y lo dejó en libertad cerca del sitio donde lo habían encontrado. «El señor no tenía nada que ver -dijeron- puesto que los disparos sonaron abajo y el señor estaba arriba con nosotros». Estas versiones descartaban que el civil hubiera estado a bordo del helicóptero, pero la tripulación de la nave confirmó lo contrario. Otras declaraciones fueron más específicas. El cabo primero Luis Carlos Ríos Ramírez, técnico artillero del helicóptero, no dudaba de que el hombre iba a bordo, y había sido devuelto ese mismo día a la zona de operaciones.

El misterio continuaba el 26 de enero, cuando apareció el cadáver de un llamado José Humberto Vázquez Muñoz en el municipio de Girardota, cerca de Medellín. Había sido muerto por tres tiros de 9 mm en el tórax y dos en la cabeza. En los archivos de los servicios de inteligencia estaba reseñado con graves antecedentes como miembro del cartel de Medellín. Los investigadores marcaron su fotografía con un número cinco, la mezclaron con otras de delincuentes reconocidos, y las mostraron juntas a los que estuvieron cautivos con Diana Turbay. Hero Buss dijo: «No reconozco a ninguno, pero creo que la persona que aparece en la foto número cinco tiene cierto parecido con un sicario que yo vi días después del secuestro». Azucena Liévano declaró también que el hombre de la foto número cinco, pero sin bigote, se parecía a uno que hacía turnos de noche en la casa en que estaban Diana y ella en los primeros días del secuestro. Richard Becerra también reconoció al número cinco como uno que iba esposado en el helicóptero, pero aclaró: «Se me parece por la forma de la cara pero no estoy seguro». Orlando Acevedo también lo reconoció. Por último, la esposa de Vázquez Muñoz reconoció el cadáver, y dijo en declaración jurada que el día 25 de enero de 1991 a las ocho de la mañana su marido había salido de la casa a buscar un taxi, cuando lo agarraron en la calle dos motorizados vestidos de policía y dos vestidos de civil y lo metieron en un carro. El alcanzó a llamarla con un grito: «Ana Lucía». Pero ya se lo habían llevado. Esta declaración, sin embargo, no pudo tornarse en cuenta, porque no hubo más testigos del secuestro.

«En conclusión -dijo el informe-, y teniendo en cuenta las pruebas aportadas, es dable afirmar que antes de realizar el operativo de la finca La Bola algunos miembros de la policía nacional encargados del operativo tenían conocimiento por el señor Vázquez Muñoz, civil a quien tenían en su poder, que unos periodistas se encontraban cautivos en esos lugares, y muy seguramente, luego de los acontecimientos, le dieron muerte». Otras dos muertes inexplicables en el lugar de los hechos fueron también comprobadas. La oficina de Investigaciones Especiales, en consecuencia, concluyó que no existían motivos para afirmar que el general Gómez Padilla, ni otros de los altos directivos de la Policía Nacional estaban enterados. Que el arma que causó las lesiones de Diana no fue accionada por ninguno de los miembros del cuerpo especial de la Policía Nacional de Medellín. Que miembros del grupo de las operaciones de La Bola debían responder por las muertes de tres personas cuyos cuerpos fueron encontrados allí. Que contra el juez 93 de Instrucción Penal Militar, doctor Diego Rafael de Jesús Coley Nieto, y su secretaria, se abriera formal investigación disciplinaria por irregularidades de tipo sustancial y procedimental, así como contra los peritos del DAS en Bogotá.

Publicado ese informe, Villamizar se sintió en un piso más firme para escribirle a Escobar una segunda carta. Se la mandó, como siempre, a través de los Ochoa, y con otra carta para Maruja, que le rogaba hacer llegar. Aprovechó la ocasión para darle a Escobar una explicación escolar de los tres poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y jurisdiccional, y hacerle entender qué difícil era para el presidente, dentro de esos mecanismos constitucionales y legales, manejar cuerpos tan numerosos y complejos como las Fuerzas Armadas. Sin embargo, le dio la razón a Escobar en sus denuncias sobre las violaciones de los derechos humanos por la fuerza pública, y por su insistencia de pedir garantías para él, su familia y su gente cuando se entregaran. «Yo comparto su criterio -le dijo- de que la lucha que usted y yo libramos tiene la misma esencia: salvar las vidas de nuestros familiares y las nuestras, y conseguir la paz». Con base en esos dos objetivos, le propuso adoptar una estrategia conjunta.

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