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Era el final: Villamizar recibió un mensaje de Escobar en el cual le decía que no soltaría a Maruja Pachón y a Francisco Santos ese día sino el siguiente -lunes 20 de mayo- a las siete de k noche. Pero el martes a las nueve de la mañana Villamizar debería estar otra vez en Medellín para la entrega de Escobar.

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Maruja oyó el comunicado de los Extraditables el domingo 19 de mayo a las siete de la noche. No decía ni hora ni fecha de la liberación, y por el modo de proceder los Extraditables lo mismo podía ser cinco minutos después que dentro de dos meses. El mayordomo y su mujer irrumpieron en el cuarto dispuestos para la fiesta.

– Ya esto se acabó -gritaron-. Hay que celebrarlo.

Trabajo le costó a Maruja convencerlos de que esperaran la orden oficial por boca de algún emisario directo de Pablo Escobar. La noticia no la sorprendió, pues en las últimas semanas había recibido señales inconfundibles de que las cosas iban mejor de como las supuso cuando le llegaron con la promesa descorazonadora de alfombrar el cuarto. En las emisiones recientes de Colombia los Reclama aparecían cada vez más amigos y actores populares. Con el optimismo renovado, Maruja seguía las telenovelas con tanta atención, que creyó descubrir mensajes cifrados hasta en las lágrimas de glicerina de los amores imposibles. Las noticias del padre García Herreros, cada día más espectaculares, hicieron evidente que lo increíble iba a suceder.

Maruja quiso ponerse la ropa con que había llegado, previendo una liberación intempestiva que la hiciera aparecer frente a las cámaras con la triste sudadera de secuestrada. Pero la falta de nuevas noticias en la radio, y la desilusión del mayordomo, que esperaba la orden oficial antes de dormirse, la pusieron en guardia contra el ridículo, aunque sólo fuera ante sí misma. Se tomó una dosis alta de somníferos y no despertó hasta el día siguiente, lunes, con la impresión pavorosa de no saber quién era ni dónde estaba.

A Villamizar no lo había inquietado ninguna duda, pues el comunicado de Escobar era inequívoco. Se lo transmitió a los periodistas, pero no le hicieron caso. Como a las nueve, una emisora de radio anunció con grandes aspavientos que la señora Maruja Pachón de Villamizar acababa de ser liberada en el barrio del Salitre. Los periodistas salieron en estampida, pero Villamizar no se inmutó.

– Nunca la soltarán en un lugar tan apartado para que le pase cualquier vaina -dijo-. Será mañana con seguridad y en un lugar seguro.

Un reportero le cerró el paso con el micrófono.

– Lo que sorprende -le dijo- es la confianza que usted le tiene a esa gente.

– Es palabra de guerra -dijo Villamizar.

Los periodistas de más confianza se quedaron en los corredores del apartamento -y algunos en el bar- hasta que Villamizar los invitó a salir para cerrar la casa. Otros hicieron campamentos en camionetas y automóviles frente al edificio, y allí pasaron la noche. Villamizar despertó el lunes con los noticieros de las seis de la mañana, como de costumbre, y se quedó en la cama hasta las once. Trató de ocupar el teléfono lo menos posible, pero las llamadas de periodistas y amigos no le dieron tregua. La noticia del día seguía siendo la espera de los secuestrados.

El padre García Herreros había visitado a Mariavé el miércoles 15 de mayo para darle la noticia confidencial de que su esposo sería liberado el domingo siguiente. No ha sido posible saber cómo la obtuvo setenta y dos horas antes del primer comunicado de los Extraditables sobre las liberaciones, pero la familia Santos lo dio por hecho. Para celebrarlo hicieron fotos del padre con Mariavé y los niños, y la publicaron el sábado en El Tiempo con la esperanza de que Pacho la entendiera como un mensaje personal. Así fue: tan pronto como abrió el periódico en su celda de cautivo, Pacho tuvo la revelación nítida de que las gestiones del padre habían culminado. Pasó el día inquieto a la espera del milagro, deslizando trampas inocentes en la conversación con los guardianes para ver si se les escapaba alguna indiscreción, pero no consiguió nada. La radio y la televisión, que no le daban tregua al tema desde hacía varias semanas, lo pasaron por alto aquel sábado. El domingo empezó igual. A Pacho le pareció que los guardianes estaban raros y ansiosos por la mañana, pero en el curso del día volvieron poco a poco a la rutina dominical: almuerzo especial con pizza, películas y programas enlatados de televisión, un poco de barajas, un poco de fútbol. De pronto, cuando ya nadie lo esperaba, el noticiero Criptón abrió con la primicia de que los Extraditables anunciaban la liberación de los dos últimos secuestrados. Pacho dio un salto con un grito de triunfo, y se abrazó a su guardián de turno. «Creí que me iba a dar un infarto», ha dicho. Pero el guardián lo recibió con un estoicismo sospechoso.

– Esperemos a que llegue la confirmación -dijo.

Hicieron una barrida rápida por los otros noticieros de radio y televisión, y el comunicado estaba en todos. Uno de ellos transmitía desde la sala de redacción de El Tiempo, y Pacho volvió a sentir después de nueve meses el piso firme de la vida libre: el ambiente más bien desolado del turno dominical, las caras de siempre en sus cubículos de cristal, su propio sitio de trabajo. Después de repetir una vez más el anuncio de la liberación inminente, el enviado especial del noticiero blandió el micrófono -como un barquillo de helado-, lo arrimó a la boca de un redactor deportivo, y le preguntó:

– ¿Cómo le parece la noticia?

Pacho no pudo reprimir un reflejo de redactor jefe.

– ¡Qué pregunta tan idiota! -dijo-. ¿O esperaba que dijeran que me dejarán un mes más?

La radio, como siempre, era menos rigurosa, pero también más emotiva. Unos y otros se estaban concentrando en la casa de Hernando Santos, desde donde transmitían declaraciones de todo el que encontraban a su paso. Esto aumentó el nerviosismo de Pacho, pues no le pareció descabellado pensar que lo soltaran esa misma noche. «Así empezaron las veintiséis horas más largas de mi vida -ha dicho-. Cada segundo era como una hora».

La prensa estaba en todas partes. Las cámaras de televisión iban de la casa de Pacho a la de su padre, ambas desbordadas desde la noche del domingo por parientes, amigos, simples curiosos y periodistas de todo el mundo. Mariavé y Hernando Santos no recuerdan cuántas veces fueron de una casa a otra según los rumbos imprevistos que tomaban las noticias, hasta el punto de que Pacho terminó por no saber a ciencia cierta cuál era la casa de quién en la televisión. Lo peor era que en cada casa volvían a hacerles a ambos las mismas Preguntas, y la jornada se hizo insoportable. Era tal el desorden, que Hernando Santos no logró abrirse paso entre la muchedumbre embotellada en su propia casa, y tuvo que colarse por el garaje.

Los guardianes que no estaban de turno acudieron a felicitarlo. Estaban tan alegres con la noticia, que Pacho se olvidó de que eran sus carceleros, y la reunión se convirtió en una fiesta de compadres de una misma generación. En aquel momento se dio cuenta de que su propósito de rehabilitar a sus guardianes quedaba frustrado por su libertad. Eran muchachos de la provincia antioqueña que emigraban a Medellín, se encontraban perdidos en las comunas y mataban y se hacían matar sin escrúpulos. Por lo general procedían de familias rotas donde la figura del papá era muy negativa, y muy fuerte la de la madre. Estaban acostumbrados a trabajar por un ingreso muy alto y no tenían el sentido del dinero. Cuando por fin logró dormir, Pacho tuvo el sueño terrorífico de que era libre y feliz, pero de pronto abrió los ojos y vio el mismo techo de siempre. El resto de la noche lo pasó atormentado por el gallo loco -más loco y cercano que nunca- y sin saber a ciencia cierta dónde estaba la realidad.

A las seis de la mañana -lunes- la radio confirmó la noticia sin ninguna pista sobre fe hora de la posible liberación. Al cabo de incontables repeticiones del boletín original, se anunció que el padre García Herreros daría una conferencia de prensa a las doce del día, después de una entrevista con el presidente Gaviria: «Ay, Dios mío -se dijo Pacho-. Ojalá este hombre que tanto ha hecho por nosotros no la vaya a embarrar a última hora». A la una de la tarde le avisaron que sería liberado, pero no Supo nada más hasta después de las cinco, cuando uno de los jefes enmascarados le avisó sin emoción que -de acuerdo con el sentido publicitario de Escobar- Maruja saldría a tiempo para el noticiero de las siete y él para el noticiero de las nueve y media.

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