Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¡Cuál medicina! ¡Cuál medicina! -La de la señora -gritó el mayordomo.

Entonces se aclaró que quería el nombre de la medicina que Maruja tomaba para la circulación.

– Vasotón -dijo Beatriz. Y enseguida, ya repuesta, preguntó-: ¿Y cómo está? -Yo bien -dijo el mayordomo-. Muchas gracias.

– Usted no -corrigió Beatriz-. Ella.

– Ah, tranquila -dijo el mayordomo-. La señora está bien.

Beatriz colgó en seco y se echó a llorar con la náusea de los recuerdos atroces: la comida infame, el muladar del baño, los días siempre iguales, la soledad espantosa de Maruja en el cuarto pestilente. De todos modos, en la sección deportiva de un noticiero de televisión insertaron un anuncio misterioso: Tome Basotón. Pues le habían cambiado la ortografía para evitar que algún laboratorio despistado protestara por el uso de su producto con propósitos inexplicables.

La segunda llamada del mayordomo, varias semanas después, fue muy distinta. Beatriz tardó en identificar la voz enrarecida por algún artificio. Pero el estilo era más bien paternal.

– Recuerde lo que hablamos -dijo-. Usted no estuvo con doña Marina. Con nadie.

– Tranquilo -dijo Beatriz, y colgó.

Guido Parra, embriagado por el primer éxito de su diligencia, le anunció a Villamizar que la liberación de Maruja era cuestión de unos tres días. Villamizar se lo transmitió a Maruja en una rueda de prensa por radio y televisión. Por otra parte, los relatos de Beatriz sobre las condiciones del cautiverio le dieron a Alexandra la seguridad de que sus mensajes llegaban a su destino. Así que le hizo una entrevista de media hora en la cual Beatriz contó todo lo que Maruja quería saber: cómo la habían liberado, cómo estaban los hijos, la casa, los amigos, y qué esperanzas de ser libre podía sustentar.

A partir de entonces harían el programa con toda clase de detalles, con la ropa que se ponían, las cosas que compraban, las visitas que recibían. Alguien decía: «Manuel ya preparó el pernil». Sólo para que Maruja se diera cuenta de que aún seguía intacto el orden que ella había dejado en su casa. Todo esto, por frívolo que pudiera parecer, tenía un sentido alentador para Maruja: la vida seguía, Sin embargo, los días pasaban y no se veían indicios de liberación. Guido Parra se enredaba en explicaciones vagas y pretextos pueriles; se negaba al teléfono; desapareció. Villamizar lo llamó al orden. Parra se extendió en preámbulos. Dijo que las cosas se habían complicado por el incremento de la masacre que la policía estaba haciendo en las comunas de Medellín. Alegaba que mientras el gobierno no pusiera término a aquellos métodos salvajes era MUY difícil la liberación de nadie. Villamizar no lo dejó llegar al final.

– Esto no hacía parte del acuerdo -le dijo-. Todo se fundaba en que el decreto fuera explícito, y lo es. Es una deuda de honor, y conmigo no se juega.

– Usted no sabe lo jodido que es ser abogado de estos tipos -dijo Parra-. El problema mío no es que cobre o no cobre, sino que la cosa me sale bien o me matan. ¿Qué quiere que haga?

– Aclaremos esto sin más paja -dijo Villamizar-. ¿Qué es lo que está pasando?

– Que mientras la policía no pare la matanza y castiguen a los culpables no hay ninguna posibilidad de que suelten a doña Maruja. Ésa es la vaina.

Ciego de furia, Villamizar se desató en improperios contra Escobar, y concluyó:

– Y usted piérdase, porque el que lo va a matar a usted soy yo.

Guido Parra desapareció. No sólo por la reacción violenta de Villamizar, sino también por la de Pablo Escobar, que al parecer no le perdonó el haberse excedido en sus poderes de negociador. Esto pudo apreciarlo Hernando Santos por el pavor con que Guido Parra lo llamó por teléfono para decirle que tenía para él una carta tan terrible de Escobar que ni siquiera se atrevía a leérsela.

– Ese hombre está loco -le dijo-. No lo calma nadie, y a mí no me queda más remedio que borrarme del mundo.

Hernando Santos, consciente de que aquella determinación interrumpía su único canal con Pablo Escobar, trató de convencerlo de que se quedara. Fue inútil. El último favor que Guido Parra le pidió fue que le consiguiera una visa para Venezuela y una gestión para que su hijo terminara el bachillerato en el Gimnasio Moderno de Bogotá. Por rumores nunca confirmados se cree que fue a refugiarse en un convento de Venezuela donde una hermana Suya era monja. No volvió a saberse nada de él, hasta que fue encontrado muerto en Medellín, el 16 de abril de 1993, junto con su hijo bachiller, en el baúl de un automóvil sin placas.

Villamizar necesitó tiempo para reponerse de un terrible sentimiento de derrota. Lo abrumaba el arrepentimiento de haber creído en la palabra de Escobar. Todo le pareció perdido. Durante la negociación había mantenido al corriente al doctor Turbay y a Hernando Santos, que también se habían quedado sin canales con Escobar. Se veían casi a diario, y él había terminado por no contarles sus contratiempos sino las noticias que los alentaran. Acompañó durante largas horas al ex presidente, que había soportado la muerte de su hija con un estoicismo desgarrador; se encerró en si mismo y se negó a cualquier clase de declaración: se hizo invisible. Hernando Santos, cuya única esperanza de liberar al hijo se fundaba en la mediación de Parra, cayó en un profundo estado de derrota. El asesinato de Marina, y sobre todo la forma brutal de reivindicarlo y anunciarlo, provocó una reflexión ineludible sobre qué hacer en adelante. Toda posibilidad de intermediación al estilo de los Notables estaba agotada, y sin embargo ningún otro intermediario parecía eficaz. La buena voluntad y los métodos indirectos carecían de sentido.

Consciente de su situación, Villamizar g. desahogó con Rafael Pardo. «Imagínese cómo me siento -le dijo- Escobar ha sido mi martirio y el de mi familia todos estos años. Primero me amenaza. Luego me hace un atentado del cual me salvé de milagro. Me sigue amenazando. Asesina a Galán. Secuestra a mi señora y a mi hermana y ahora pretende que le defienda sus derechos». Sin embargo era un desahogo inútil, porque su suerte estaba echada: el único camino cierto para la liberación de los secuestrados era irse a buscar el león en su guarida. Dicho sin más vueltas: lo único que le quedaba por hacer -y tenía que hacerlo sin remedio- era volar a Medellín y buscar a Pablo Escobar donde estuviera para discutir el asunto frente a frente.

8

El problema era cómo encontrar a Pablo Escobar en una ciudad martirizada por la violencia. En los primeros dos meses del año de 1991 se habían cometido mil doscientos asesinatos -veinte diarios- y una masacre cada cuatro días. Un acuerdo de casi todos los grupos armados había decidido la escalada más feroz de terrorismo guerrillero en la historia del país, y Medellín fue el centro de la acción urbana. Cuatrocientos cincuenta y siete policías habían sido asesinados en pocos meses. El DAS había dicho que dos mil personas de las comunas estaban al servicio de Escobar, y que machos de ellos eran adolescentes que vivían de cazar policías. Por cada oficial muerto recibían cinco millones de pesos, por cada agente recibían un millón y medio, y ochocientos mil por cada herido. El 16 de febrero de 1991 murieron tres suboficiales y ocho agentes de la policía por la explosión de un automóvil con ciento cincuenta kilos de dinamita frente a la plaza de toros de Medellín. De pasada murieron nueve civiles y fueron heridos otros ciento cuarenta y tres que no tenían nada que ver con la guerra.

El Cuerpo Élite, encargado de la lucha frontal contra el narcotráfico, estaba señalado por Pablo Escobar como la encarnación de todos los males. Lo había creado el presidente Virgilio Barco en 1989, desesperado por la imposilidad de establecer responsabilidades exactas en cuerpos tan grandes como el ejército y la policía. La misión de formarlo se le encomendó a la Policía Nacional para mantener al ejército lo más lejos posible de los efluvios perniciosos del narcotráfico y el paramilitarismo. En su origen no fueron más de trescientos, con una escuadrilla especial de helicópteros a su disposición, y entrenados por el Special Air Service (SAS) del gobierno británico.

41
{"b":"125371","o":1}