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La primera reacción del presidente fue cancelar el consejo regional y regresar de inmediato a Bogotá, pero los médicos se lo impidieron. No era recomendable volar antes de veinticuatro horas después de permanecer una hora a sesenta pies de profundidad. Gaviria obedeció, y el país lo vio en la televisión presidiendo el consejo con su cara más lúgubre. Pero a las cuatro de la tarde pasó por encima del criterio médico, y regresó a Bogotá para organizar los funerales. Tiempo después, evocando aquel día como uno de los más duros de su vida, dijo con un humor ácido:

– Yo era el único colombiano que no tenía un presidente ante quien quejarse.

Tan pronto como terminó el almuerzo con Villamizar en la cárcel, Jorge Luis Ochoa le había mandado una carta a Escobar para inducir su ánimo en favor de Villamizar. Se lo pintó como un santandereano serio al cual se le podía creer y hacer confianza. La respuesta de Escobar fue inmediata: «Dígale a ese hijo de puta que ni me hable». Villamizar se enteró por una llamada telefónica de Martha Nieves y María lía, quienes le pidieron, sin embargo, que volviera a Medellín para seguir buscando caminos. Esta vez se fue sin escoltas. Tomó un taxi en el aeropuerto hasta el Hotel Intercontinental, y unos quince minutos después lo recogió un chofer de los Ochoa. Era un paisa de unos veinte años, simpático y burlón, que lo observó un largo rato por el espejo retrovisor. Por fin le preguntó:

– ¿Está muy asustado?

Villamizar le sonrió por el espejo.

– Tranquilo, doctor -prosiguió el muchacho. Y agregó con un buen granito de ironía-: Con nosotros no le va a pasar nada. ¡Cómo se le ocurre!

La broma le dio a Villamizar la seguridad y la confianza que no perdió en ningún momento durante los viajes que haría después. Nunca supo si lo siguieron, inclusive en una etapa más avanzada, pero siempre se sintió a la sombra de un poder sobrenatural.

Al parecer, Escobar no sentía que le debiera nada a Villamizar por el decreto que le abrió una puerta segura contra la extradición. Sin duda, con sus cuentas milimétricas de tahúr duro, consideraba que el favor estaba pagado con la liberación de Beatriz, pero que la deuda histórica seguía intacta. Sin embargo, los Ochoa pensaban que Villamizar debía insistir.

Así que pasó por alto los insultos, y se propuso seguir adelante. Los Ochoa lo apoyaron.

Volvió dos o tres veces y establecieron juntos una estrategia de acción. Jorge Luis le escribió otra carta a Escobar, en la cual le planteaba que las garantías para su entrega estaban dadas, y que se le respetaría la vida y no sería extraditado por ninguna causa. Pero Escobar no respondió. Entonces decidieron que el mismo Villamizar le explicara por escrito a Escobar su situación y su propuesta.

La carta fue escrita el 4 de marzo en la celda de los Ochoa, con la asesoría de Jorge Luis, quien le decía qué convenía y qué podía ser inoportuno. Villamizar empezó por reconocer que el respeto de los derechos humanos era fundamental para lograr la paz. «Hay un hecho, sin embargo, que no puede desconocerse: las personas que violan los derechos humanos no tienen mejor excusa para seguir haciéndolo que señalar esas mismas violaciones por parte de otros». Lo cual obstaculizaba las acciones de ambos lados, y lo que él mismo había logrado en ese sentido en sus meses de lucha por la liberación de la esposa. La familia Villamizar era víctima de una violencia empecinada, en la cual no tenía ninguna responsabilidad: el atentado contra él, el asesinato de su concuñado Luis Carlos Galán, y el secuestro de su esposa y su hermana. «Mi cuñada Gloria Pachón de Galán y Yo -agregaba- no comprendemos ni podemos aceptar tantas agresiones injustificadas e inexplicables». Al contrario: la liberación de Maruja y los otros periodistas era indispensable para recorrer el camino hacia la verdadera paz en Colombia.

La respuesta de Escobar, dos semanas después, empezaba con un latigazo: «Distinguido doctor, me da muchísima pena, pero no puedo complacerlo». Enseguida llamaba la atención sobre la noticia de que algunos constituyentes del sector oficial, con la anuencia de las familias de los secuestrados, propondrían no abordar el tema de la extradición si éstos no salían libres. Escobar lo consideraba inapropiado pues los secuestros no podían considerarse como una presión a los constituyentes porque eran anteriores a su elección. En todo caso, se permitió hacer sobre el tema una advertencia sobrecogedora: «Recuerde, doctor Villamizar, que la extradición ha cobrado muchas víctimas, y sumarle dos nuevas no alterará mucho el proceso ni la lucha que se ha venido desarrollando».

Fue una advertencia lateral, pues Escobar no había vuelto a mencionar la extradición como argumento de guerra después del decreto que la dejó sin piso para quien se entregara y se había centrado en el tema de la violación de los derechos humanos por las fuerzas especiales que lo combatían. Era su táctica maestra: ganar terreno con victorias parciales, y proseguir la guerra con otros motivos que podía multiplicar hasta el infinito sin necesidad de entregarse.

En su carta, en efecto, se mostraba comprensivo en el sentido de que la guerra de Villamizar era la misma que él hacía para proteger a su familia, pero insistía y persistía una vez más en que el Cuerpo Élite había matado a unos cuatrocientos muchachos de las comunas de Medellín y nadie lo había castigado. Esas acciones, decía, justificaban los secuestros de los periodistas como instrumentos de presión para que fueran sancionados los policías responsables. Se mostraba también sorprendido de que ningún funcionario público hubiera intentado un contacto directo con él en relación con los secuestros. En todo caso, concluía, las llamadas y súplicas para que se liberara a los rehenes serían inútiles, porque lo que estaba en juego era la vida de las familias y los socios de los Extraditables. Y terminaba: «Si el gobierno no interviene y no escucha nuestros planteamientos, procederemos a ejecutar a Maruja y a Francisco, de eso no le quepa ninguna duda». La carta demostraba que Escobar buscaba contactos con funcionarios públicos. Su entrega no estaba descartada, pero iba a costar más cara de lo que podía pensarse y estaba dispuesto a cobrarla sin descuentos sentimentales. Villamizar lo comprendió, y esa misma semana visitó al presidente de la república y lo puso al comente. El presidente se limitó a tomar atenta nota.

Villamizar visitó también por esos días al procurador general tratando de encontrar una manera diferente de actuar dentro de la nueva situación. Fue una visita muy fructífera. El procurador le anunció que a fines de esa semana publicaría un informe sobre la muerte de Diana Turbay, en el cual responsabilizaba a la policía por actuar sin órdenes y sin prudencia, y abría pliego de cargos contra tres oficiales del Cuerpo Élite. Le reveló también que había investigado a once agentes acusados por Escobar con nombre propio, y había abierto pliego de cargos contra ellos.

Cumplió, El presidente de la república recibió el 3 de abril un estudio evaluativo de la Procuraduría General de la Nación sobre los hechos en que había muerto Diana Turbay. El operativo -dice el estudio- había empezado a gestarse el 23 de enero cuando los servicios de inteligencia de la policía de Medellín recibieron llamadas anónimas de carácter genérico sobre la presencia de hombres armados en la parte alta del municipio de Copacabana. La actividad se centraba -según las llamadas- en la región de Sabaneta, y sobre todo en las fincas Villa del Rosario, La Bola y Alto de la Cruz. Por lo menos en una de las llamadas se dio a entender que allí tenían a los periodistas secuestrados, y que inclusive podía estar el Doctor. Es decir: Pablo Escobar. Este dato se mencionó en el análisis que sirvió de base para los operativos del día siguiente, pero no se mencionó la probabilidad de que estuvieran los periodistas secuestrados. El mayor general Miguel Gómez Padilla, director de fe Policía Nacional, declaró haber sido informado el 24 de enero en la tarde de que al día siguiente iba a realizarse un operativo de verificación, búsqueda y registro, «y la posible captura de Pablo Escobar y un grupo de narcotraficantes». Pero, al parecer, tampoco se mencionó entonces la posibilidad de encontrar a los dos últimos rehenes, Diana Turbay y Richard Becerra.

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