»El primero de ellos se desploma boca acabo sobre las cenizas. Es Matteo, el más joven. Cesare se detiene para ayudarlo, pero Francesco lo aparta de un tirón. Matteo queda inmóvil. El fuego lo rodea y su cuerpo se hunde en la pirámide. Cesare intenta llamarlo, decirle que se ponga de pie, pero Matteo no responde. Finalmente, Cesare llega a tropezones al lugar donde su hermano ha caído. Cuando casi ha llegado junto a Matteo, también él se desploma. Francesco lo observa todo desde el borde de la hoguera. Cuando escucha la voz de Cesare llamando a Matteo, y luego oye cómo se apaga bajo el fuego, se da cuenta de que se ha quedado solo y cae de rodillas. Durante un instante permanece inmóvil.
»En el momento en que la multitud lo da por muerto, Francesco se pone de pie. Tras meter la mano en la hoguera por última vez, coge dos puñados de cenizas y avanza tambaleándose hacia Savonarola. Uno de los ayudantes de Savonarola sale a su paso, pero Francesco se detiene. Abre las manos y deja que las cenizas caigan entre sus dedos como arena. Luego dice: In-de ferunt, totidem qui vivere debeat annos, corpore de patrio parvum phoenica renasci. Es una frase de Ovidio. Quiere decir: «Un pequeño fénix ha vuelto a nacer del cuerpo del padre, y es su destino vivir el mismo número de años». Francesco cae a los pies de Savonarola y muere.
»La narración de Terragni termina con el entierro de Colonna. Francesco y los dos hermanos reciben de sus familias y sus amigos humanistas un entierro casi imperial. Y sabemos que su martirio tiene éxito. En cuestión de semanas, la opinión pública se vuelve contra Savonarola. Florencia está cansada de su extremismo, su actitud constantemente apocalíptica. Sus enemigos hacen correr rumores sobre él, tratando de propiciar su caída. El papa Alejandro lo excomulga. Cuando Savonarola se resiste, Alejandro lo declara culpable de herejía y enseñanzas sediciosas. Savonarola es condenado a muerte. El 23 de mayo, tan sólo tres meses después de que Francesco muera quemado, Florencia levanta una nueva pira en la Piazza della Signoria. Allí mismo, en el mismo lugar en el que estaban las dos hogueras, cuelgan a Savonarola y encienden una nueva hoguera para quemar su cuerpo.
– ¿Qué le sucedió a Terragni? -pregunto.
– Sólo sabemos que honró la promesa que le había hecho a Francesco. La Hypnerotomachia fue publicada por Aldus al año siguiente, 1499.
Me levanto de la silla. Estoy demasiado excitado para seguir sentado.
– Desde entonces -dice Paul- todos los que han tratado de interpretarla han usado claves del siglo diecinueve o veinte para abrir un candado del siglo quince. -Se recuesta y exhala-. Hasta el día de hoy.
Se detiene, sin aliento, y queda en silencio. En el pasillo se oyen pasos amortiguados por la puerta. Atónito, miro a Paul. Poco a poco las cosas de la realidad, del mundo real que hay de puertas para afuera, comienzan a penetrar de nuevo, devolviendo a Savonarola y a Francesco Colonna a las estanterías de mi cabeza. Pero sigue habiendo una interacción incómoda entre los dos mundos. Miro a Paul y me doy cuenta de que de alguna manera él se ha transformado en el punto de intersección entre ambos, en la ligadura que une al tiempo consigo mismo.
– No me lo puedo creer -le digo.
Mi padre debería estar aquí. Mi padre, y también Richard Curry, y también McBee. Todos los que alguna vez supieron algo de este libro y sacrificaron algo para resolverlo. Esto es un regalo para ellos.
– Francesco da señas para llegar a la cripta desde tres mojones distintos -dice Paul-. No será difícil encontrar su ubicación. Incluso da las dimensiones y hace una lista de todo lo que la cripta contiene. Lo único que falta es el plano del cerrojo de la cripta. Terragni diseñó un cerrojo especial, de cilindro, para la entrada. Es tan hermético, dice Francesco, que protegerá la cripta tanto de los ladrones como de la humedad durante el tiempo que se tarde en resolver su libro. Repite una y otra vez que va a revelar el plano del cerrojo y las instrucciones para abrirlo, pero siempre se distrae hablando de Savonarola. Tal vez le dijo a Terragni que lo incluyera en los capítulos finales, pero Terragni tenía tantas otras cosas de qué preocuparse que no llegó a hacerlo.
– Y eso es lo que estabas buscando en el despacho de Taft.
Paul asiente.
– Richard dice que había un plano en el diario del capitán cuando lo encontró hace treinta años. Creo que Vincent se lo quedó cuando permitió a Bill que encontrara el resto del diario.
– ¿Y lo recuperaste?
– No. Sólo conseguí un puñado de viejas notas manuscritas de Vincent.
– ¿Y qué harás ahora?
Paul comienza a buscar algo más bajo el escritorio.
– Estoy a merced de Vincent.
– ¿Cuánto le has contado?
Cuando vuelve a sacar las manos, están vacías. Paul pierde la paciencia, echa la silla hacia atrás y se arrodilla en el suelo.
– Vincent no sabe ningún detalle acerca de la cripta. Sólo que existe.
Me doy cuenta de que en el suelo hay marcas, surcos que trazan un cuarto de círculo bajo las patas metálicas del escritorio.
– Anoche empecé a hacer un mapa de todo lo que Francesco dijo sobre ella en la segunda parte de la Hypnerotomachia. La ubicación, las dimensiones, los mojones. Sabía que Vincent vendría a buscar mis hallazgos, así que puse el mapa donde guardo los mejores descubrimientos que he hecho aquí.
Suena el tintineo del metal contra el metal; de la esquina opuesta del escritorio, Paul saca un destornillador. La larga tira de celo que lo mantenía pegado por debajo del escritorio cuelga de su mano como si fuera un hierbajo. Arranca el celo y hace girar el escritorio en nuestra dirección. Las patas delanteras se deslizan por los surcos del suelo de baldosas, y de repente aparece el conducto de ventilación. Cuatro tornillos sostienen la rejilla a la pared. Sobre cada uno de ellos, la pintura está descascarada.
Paul comienza a desatornillar la rejilla. Esquina a esquina, el ventilador va quedando desarmado. Paul mete la mano en el conducto; cuando la saca, lleva en ella un sobre atiborrado de papeles. Mi primer instinto es mirar por la ventana del cubículo para ver si alguien nos observa. Ahora comprendo lo de la lámina de papel negro que la cubre.
Paul abre el sobre. Primero saca un par de fotografías ajadas y manoseadas. La primera es de Paul y Richard Curry en Italia. Están en medio de la Piazza della Signoria, en Florencia, justo en frente de la fuente de Neptuno. Al fondo hay una imagen borrosa del David de Miguel Ángel. Paul lleva shorts y una mochila; Richard Curry lleva traje, pero su corbata está suelta, al igual que el botón del cuello. Ambos sonríen.
La otra foto es de nosotros cuatro en segundo. Paul está de rodillas en el centro de la foto; lleva una corbata prestada y levanta una medalla. Los demás estamos de pie a su alrededor, con aire divertido, frente a dos profesores que aparecen al fondo. Paul acaba de ganar el concurso anual de ensayo de la Sociedad Francófila de Princeton. Los tres nos hemos disfrazado de figuras de la historia francesa para apoyar a Paul. Yo soy Robespierre, Gil es Napoleón, y Charlie, con un gigantesco vestido de miriñaque que encontramos en la tienda de disfraces, es María Antonieta.
Paul no parece dar importancia a las fotos: las pone suavemente sobre el escritorio como si estuviera acostumbrado a verlas. Ahora vacía el resto del sobre. Lo que he confundido con un fajo de papeles es en realidad una sola página extensa, doblada varias veces para hacerla caber en el sobre.
– Aquí está -dice Paul, desdoblándola sobre la superficie del escritorio.
Allí, minuciosamente detallado, hay un mapa topológico dibujado a mano. Las líneas de elevación describen círculos desiguales, y la señalización de las direcciones aparece en una leve cuadrícula. Cerca del centro, dibujado en rojo, hay un objeto angular que tiene la forma de una cruz. Según la escala de la esquina, tiene más o menos el tamaño de una residencia de estudiantes.