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»En la víspera de la hoguera, pide a sus tres amigos que lo acompañen a cenar y orar. Se cuentan historias de sus aventuras juntos, de sus viajes, de las cosas que han hecho en sus vidas. Durante toda la tarde, sin embargo, Francesco ve, según dice, que una sombra oscura cuelga sobre sus cabezas. Pasa esa noche en vela. A la mañana siguiente, va a verse con Savonarola.

»A partir de ese momento, todo el texto está escrito por el arquitecto. Francesco dice que Terragni es el único hombre en quien puede confiar para semejante tarea. Consciente de que necesitará a alguien que supervise sus intereses si algo le sucediera en Florencia, Francesco le da a Terragni un voto de confianza. Le revela al arquitecto la clave final del libro y le pide que añada un post scriptum, codificado en los párrafos finales, que describa la suerte final de los amigos de la Academia Romana. Le asigna a Terragni la responsabilidad de supervisar la Hypnerotomachia después de que ésta llegue a manos de Aldus, de asegurarse de que el libro llegue a la imprenta. Francesco dice haber tenido una visión de su propia muerte, y sabe que no puede lograr todo lo que quisiera solo. Se lleva consigo a Terragni para que registre el encuentro con Savonarola.

»Para entonces, Savonarola los espera en su celda del monasterio. La cita ha sido acordada con antelación, de manera que ambas partes están preparadas. Francesco, tratando de ser diplomático, dice admirar a Savonarola, dice que comparte muchos de sus fines, que siente el mismo odio hacia el pecado. Menciona una frase de Aristóteles sobre la virtud.

»Savonarola responde citando a Aquino, un pasaje casi idéntico. Le pregunta a Francesco por qué prefiere una fuente pagana a una cristiana. Francesco elogia a Aquino, pero dice que Aquino bebió de Aristóteles. Savonarola pierde la paciencia. Pronuncia una línea del Evangelio según san Pablo: "Destruiré la sabiduría de los sabios y anularé el entendimiento de aquellos que entienden. ¿No habéis visto acaso cómo Dios revela que la sabiduría del hombre es necedad?".

»Francesco escucha, aterrorizado. Le pregunta a Savonarola por qué no acepta el arte y la erudición, por qué está decidido a destruirlos. Le dice a Savonarola que los dos deberían unirse contra el pecado, que la fe es la fuente de la verdad y la belleza, que no pueden ser enemigos. Pero Savonarola lo niega. Dice que la verdad y la belleza son tan sólo sirvientes de la fe. Cuando llegan a ser algo más, el orgullo y el afán de lucro llevan a los hombres al pecado.

»-De manera que -le dice a Francesco- no seré disuadido. Hay más maldad en esos libros y lienzos que en los demás objetos de la hoguera. Pues mientras que jugar con cartas o con dados puede distraer a los necios, vuestra "sabiduría" es la tentación de los poderosos y los soberanos. Las más grandes familias de esta ciudad compiten entre sí por ser vuestros mecenas. Vuestros filósofos predican a los poetas, que son ampliamente leídos. Contamináis a los pintores con vuestras ideas, y sus pinturas cuelgan en los palacios de los príncipes, mientras sus frescos se agolpan en las paredes y los techos de todas las iglesias. Llegáis a los duques y a los reyes, pues éstos se rodean de vuestros seguidores, solicitando consejo de los astrólogos y los ingenieros que están en deuda con vosotros, contratando a vuestros eruditos para que traduzcan sus libros. No -dice-, no permitiré que el orgullo y la codicia sigan gobernando Florencia. La verdad y la belleza que adoráis son ídolos falsos, vanidades, y llevarán a los hombres a la maldad.

»Francesco está a punto de marcharse, consciente de que su causa nunca podrá reconciliarse con la de Savonarola, pero, en un último segundo de ira, se da la vuelta y le dice a Savonarola lo que piensa hacer.

»-Si no accedes a mis peticiones -dice Francesco-, demostraré al mundo que eres un demente, no un profeta. Retiraré cada libro y cada pintura de la pirámide hasta que su fuego me consuma, y mi sangre ensuciará tus manos. Y el mundo se volverá contra ti.

»De nuevo se dispone a marcharse, pero en ese momento Savonarola dice algo que Francesco no se espera.

»-Mis convicciones no cambiarán -dice-, pero si estás dispuesto a morir por las tuyas, te ofrezco mi respeto, y te recibo en mi seno. Toda causa que sea verdadera a los ojos de Dios renacerá, y todo mártir que sea fiel a una causa santa se levantará de sus cenizas y entrará en el reino de los cielos. No deseo ver morir a un hombre de convicciones tan fuertes, pero los hombres a los que representas, los propietarios de los objetos que pretendes salvar, actúan llevados sólo por la codicia y la vanidad. Nunca se reconciliarán con la voluntad de Dios, excepto por la fuerza. A veces es voluntad de Dios sacrificar al inocente para probar al fiel, y acaso es esto lo que ocurre ahora mismo.»Francesco está a punto de contradecirlo, de argumentar que el conocimiento y la belleza no deberían sacrificarse para salvar las almas de hombres corruptos, cuando piensa en sus propios hombres, Donato y Rodrigo, y ve la verdad de las palabras de Savonarola. Se da cuenta de que la vanidad y la avaricia existen incluso en las filas de los humanistas, y comprende que no habrá solución posible. Savonarola le pide que salga del monasterio, pues los monjes deben prepararse para la ceremonia, y Francesco obedece.

»Cuando regresa con sus hombres y les cuenta las noticias, comienzan a prepararse para sus últimos actos. Los cuatro, Francesco y Terragni, Matteo y Cesare, van a la Piazza della Signoria. Mientras los ayudantes de Savonarola preparan la hoguera, Francesco, Matteo y Cesare comienzan a retirar libros y pinturas de la pirámide, exactamente como prometió Francesco. Terragni se queda a un lado mirándolos y escribiendo. Los ayudantes preguntan a Savonarola si deben detenerse, pero éste les dice que continúen. Mientras Francesco y los hermanos hacen un viaje tras otro con los brazos llenos de libros que sacan del montón y ponen en una pila a una distancia prudente, Savonarola les dice que la hoguera será encendida. Les anuncia que morirán si continúan. Los tres hombres lo ignoran.

»En ese momento, la ciudad entera ya se ha reunido en la plaza para ver el fuego. La multitud canta. Las llamas comienzan en la base de la pirámide y crecen hacia arriba. Francesco y los dos hermanos siguen haciendo viajes. El fuego se calienta más y más, y ellos se cubren la boca con ropas para no inhalar el humo. Llevan guantes para protegerse las manos, pero el fuego los quema. Tres o cuatro viajes después, el humo ha oscurecido sus caras. Tienen las manos y los pies negros de tanto hurgar en el fuego. Sienten que la muerte se acerca, y en ese instante, escribe el arquitecto, se percatan de la gloria del martirio.

»Al ver cuánto ha crecido la pila de Francesco, Savonarola ordena a un monje con una carretilla que devuelva los objetos rescatados a las llamas. Tan pronto como los hombres dejan los libros y las pinturas, el monje las recoge y las lleva a la hoguera. Después de seis o siete viajes, todo lo que Francesco había sacado del fuego se ha quemado. Matteo y Cesare se han dado por vencidos con las pinturas, porque los lienzos están destruidos. Los tres palmotean sobre las tapas de los libros para apagar las llamas, para que las páginas no se quemen. Uno de ellos comienza a gritar de agonía, invocando a Dios.

»En ese momento ya no hay esperanza de salvar nada. Todas las obras de arte que hay en la pirámide han quedado destrozadas, la mayoría de los libros están carbonizados. El monje de la carretilla sigue devolviendo a la hoguera todo lo que hay en la pila. Cada uno de sus viajes deshace lo que los tres hombres han conseguido hacer. Poco a poco, la muchedumbre se ha quedado en silencio. Los pitos y abucheos desaparecen. La gente que antes gritaba a Francesco, llamándolo necio por intentar salvar los libros, se ha callado. Algunos gritan a los hombres que se detengan. Pero los tres continúan haciendo sus viajes, yendo de un lado al otro, metiendo los brazos entre las llamas y escalando las cenizas, desapareciendo durante unos instantes y reapareciendo enseguida. En la plaza, el ruido más fuerte es el rugido de las llamas. Los tres hombres respiran entrecortadamente. Han tragado demasiado humo y ya ni siquiera logran gritar. Cada vez que llegan a su pila, dice el arquitecto, puede verse la carne viva de sus manos y pies, allí donde el fuego ha quemado la piel.

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