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a b c d e f g h i j k l m n o p q r s t u v w x y z

C O R N U T A B D E F G H I J K L M P Q S V W X Y Z

– Éste es un alfabeto cifrado muy básico -dijo-. La fila superior es lo que llamamos «texto simple», la inferior el «texto cifrado». Ves que el texto cifrado comienza con nuestra palabra clave, cornuta. Después, no es más que un alfabeto normal, sin las letras de cornuta, para que no se repitan.

– ¿Cómo funciona?

Paul cogió un lápiz de su escritorio y comenzó a dibujar círculos alrededor de las letras.

– Digamos que quieres escribir «hola» usando la clave cornuta. Comenzarías con el alfabeto de texto simple y encontrarías la H, y luego buscarías su equivalente en el texto cifrado. En este caso, la H corresponde a la B. Haces lo mismo con el resto de las letras, y «hola» se transforma en «bjqc».

– ¿Y es así como Colonna usó la cornuta?

– No. En los siglos quince y dieciséis, las cortes italianas ya tenían sistemas mucho más sofisticados. Alberti, el autor del tratado de arquitectura que te mostré la semana pasada, también inventó la criptografía polialfabética. El alfabeto cifrado cambia cada cierto número de palabras. Es mucho más difícil.

Señalé su hoja de papel.

– Pero Colonna no pudo utilizar algo así. Esto sólo forma palabras incoherentes. El libro entero estaría lleno de palabras como «bjqc».

Sus ojos se iluminaron.

– Exacto. Los métodos de cifrado complejos no producen textos legibles. Pero la Hypnerotomachia es distinta. Su texto cifrado se lee como un libro.

– De manera que Colonna usó acertijos en vez de cifrado.

Asintió.

– Se llama esteganografía. Como cuando escribes un mensaje en tinta invisible: la idea es que nadie sepa que el mensaje existe. Francesco combinó la criptografía con la esteganografía. Escondió acertijos en una historia aparentemente normal en la cual no se percibieran. Luego usó los acertijos para crear técnicas de descifrado, y de esa manera hacer aun más difícil la comprensión del mensaje. En este caso, todo lo que hay que hacer es contar el número de letras que hay en cornuta, es decir siete, y luego unir cada séptima letra del texto. El método no es muy distinto al de usar la primera letra de cada capítulo. Es sólo cuestión de saber cuál es el intervalo adecuado.

– ¿Y te ha funcionado así? ¿Con cada séptima letra del libro?

Paul negó con la cabeza.

– No para todo el libro. Sólo para una parte. Y no, al principio no funcionó. Todo el tiempo me salían cosas sin sentido. El problema es descubrir por dónde empezar. Si escoges cada séptima letra comenzando por la primera, el resultado es muy distinto de si escoges cada séptima letra comenzando por la segunda. Ahí es cuando la respuesta del acertijo vuelve a entrar en juego.

Sacó otra página de su montón, una fotocopia de una página original de la Hypnerotomachia.

– Aquí, en medio de este capítulo, aparece la palabra cornuta, escrita en el texto del libro. Si empiezas con la C de cornuta y sacas cada séptima letra durante los tres capítulos siguientes, llegas al texto simple de Francesco. El original estaba en latín, pero lo he traducido. -Me entregó otra hoja-. Mira.

Buen lector, el año último ha sido el más difícil que me ha tocado soportar. Separado como estoy de mi familia, no he tenido más que la bondad humana como apoyo, y tras recorrer los mares he visto las carencias que tal bondad acusa. Si es verdad, como dijo Pico, que el hombre lleva el germen de todas las posibilidades, que el hombre es un gran milagro, como pudo asegurarlo Hermes Trismegisto, ¿qué pruebas tenemos de ello? Me rodean, por un costado, los codiciosos y los ignorantes, que desean beneficiarse del hecho de seguirme, y, por el otro, los celosos y los falsos píos, que desean beneficiarse de mi destrucción.

Pero tú, lector, eres fiel a mis creencias; de otro modo, no habrías encontrado aquello que aquí he escondido. No estás entre quienes destruyen en nombre de Dios, pues mi texto es su enemigo, y ellos son los míos. Mucho he viajado en busca de una nave que transportase mi secreto, una forma de preservarlo contra el paso del tiempo. Romano de nacimiento, crecí en una ciudad construida para la eternidad. Los muros y los puentes de los emperadores permanecen tras mil años, y las palabras de mis antiguos compatriotas se han multiplicado, reimpresas hoy por las imprentas de Aldus y sus colegas. Inspirado en aquellas criaturas del viejo mundo, he escogido parejas naves: un libro y una gran obra de piedra. Juntos darán acogida a aquello que te daré, lector, si capaz eres de entender mi mensaje.

Para saber lo que deseo decirte, debes conocer el mundo tal como lo hemos conocido nosotros, que lo hemos estudiado más que ningún otro en nuestro tiempo. Habrás de probar tu amor por la sabiduría, por el potencial humano, y sabré así que no eres mi enemigo. Pues afuera existe el mal, y aun nosotros, los príncipes de nuestro tiempo, le tememos.

Continúa, pues, lector. Invierte sabios esfuerzos en buscar mi mensaje. El viaje de Polifilo se hace más difícil, tal como el mío, pero aún tengo mucho por contar.

Le di la vuelta a la página.

– ¿Dónde está el resto?

– Eso es todo -dijo Paul-. Para conseguir más, hay que resolver más.

Miré la página y luego, sorprendido, lo miré a él. Desde el fondo de mi cerebro, desde una esquina de pensamientos agitados, me llegó un tamborileo, el ruido que mi padre hacía siempre que estaba excitado. Sus dedos marcaban el ritmo del Concertó de Navidad de Corelli sobre cualquier superficie que pudiera encontrar y al doble de la velocidad de un movimiento allegro.

– ¿Qué harás ahora? -pregunté, tratando de permanecer a flote en el presente.

Pero aun así, me llegó una idea que devolvió el descubrimiento a sus justas dimensiones: Arcangelo Corelli terminó su concertó en los primeros días de la música clásica, más de cien años antes de la Novena Sinfonía de Beethoven. Ya en tiempos de Corelli, pensé, el mensaje de Colonna llevaba esperando más de dos siglos a su primer lector.

– Lo mismo que tú -dijo Paul-. Vamos a encontrar el siguiente acertijo de Francesco.

Capítulo 13

Cuando Gil y yo regresamos a la habitación entumecidos por la larga caminata desde el aparcamiento, todos los pasillos de Dod están desiertos. Un silencio etéreo domina el edificio. Entre las Olimpiadas al Desnudo y las festividades de Pascua, todas las almas han recibido su merecido.

Enciendo el televisor, buscando noticias de lo que acaba de ocurrir. Las cadenas locales dan cuenta de las Olimpiadas al Desnudo en el telediario de la noche. Ha habido tiempo de editar las secuencias, y los corredores de Holder flotan de un lado al otro de la pantalla en un borrón de blancos, encendiéndose y apagándose bajo el cristal como luciérnagas atrapadas en una jarra.

Finalmente, la presentadora regresa a la pantalla.

– Tenemos información de última hora sobre nuestra noticia principal.

Gil emerge de su habitación para escuchar.

– A primera hora de la noche les informamos de un incidente que podía estar relacionado. El hecho ha ocurrido en la universidad de Princeton. En estos instantes, el accidente de Dickinson Hall, que algunos testigos describen como una simple broma de fraternidad que ha salido mal, ha tomado un giro trágico. Las autoridades del Centro Médico de Princeton confirman que el hombre, que según los informes era un estudiante universitario, ha muerto. En una declaración preparada al efecto, el jefe de la Policía del Distrito, Daniel Stout, ha repetido que los investigadores continuarían examinando la posibilidad de que, cito, «factores no accidentales hubiesen intervenido». Entretanto, los administradores de la universidad piden a los estudiantes que permanezcan en sus habitaciones, o que vayan en grupos si necesitan salir esta noche.

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