Llegamos a la entrada y, mientras nos protegemos de la nieve, Paul me abre la puerta de la biblioteca. Ahora estamos en el viejo corazón del campus, un lugar hecho a base de piedras. En verano, cuando pasan coches con las ventanillas bajadas y la música a todo volumen, cuando todos los estudiantes llevan shorts y camisetas, edificios como Firestone y la capilla y Nassau Hall parecen cuevas en una metrópolis. Pero cuando cae la temperatura y comienza a nevar, no hay lugar más reconfortante.
– Anoche estuve pensando -continúa Paul- en que los amigos de Francesco le ayudaron a diseñar los acertijos, ¿correcto? Ahora nuestros amigos nos ayudan a resolverlos. Tú resolviste el primero. Katie dio la respuesta al segundo. Charlie supo el último. Tu padre descubrió El documento Belladonna. Richard encontró el diario.
Nos detenemos en la entrada giratoria y les enseñamos nuestras identificaciones a los guardias de la puerta. Mientras esperamos a que llegue el ascensor que nos llevará a la planta C, la inferior del edificio, Paul señala una placa de metal que hay en la puerta del ascensor. Hay en ella un símbolo que no había advertido antes.
– La Imprenta Aldina -digo. Lo reconozco por el viejo despacho de mi padre.
El impresor de Colonna, Aldus Manutius, tomó su famoso emblema del delfín con el ancla, uno de los más famosos de la historia de la imprenta, de la Hypnerotomachia
Paul asiente, e intuyo que esto forma parte de lo que quiere transmitirme. Durante esta espiral de cuatro años que nos ha llevado de vuelta al principio, Paul ha sentido, en todas partes, la presencia de una mano sobre su espalda. Aun en los detalles más silenciosos, su mundo entero lo ha estado empujando hacia delante, ayudándolo a resolver el libro de Colonna.
Las puertas del ascensor se abren y entramos.
– En fin: anoche estuve pensando en todo esto -dice, presionando el botón de la planta C; enseguida comenzamos el descenso-. En la forma en que todo parece trazar un círculo completo. Y entonces me di cuenta.
Una campana tintinea sobre nuestras cabezas, y la puerta se abre frente al más desolado paisaje de toda la biblioteca, metros y metros bajo tierra. Las estanterías de la planta C llegan hasta el techo, y están tan atiborradas que parecen diseñadas para soportar el peso de las cinco plantas que hay encima. A nuestra izquierda está Microform Services, la gruta oscura donde los profesores y los estudiantes se agolpan ante macizos grupos de máquinas de microfilms y miran con ojos entrecerrados aquellos paneles de luz. Paul comienza a conducirme a través de las pilas de libros, pasando el dedo por los lomos empolvados mientras camina. Me doy cuenta de que me lleva a su cubículo.
– Hay una razón para que todo en este libro vuelva a su punto de partida. Los principios son la clave de la Hypnerotomachia. La primera letra de cada capítulo crea el acróstico de Fra Francesco Colonna. Las primeras letras de los términos arquitectónicos forman el primer acertijo. No es coincidencia que Francesco hiciera que todo regresara a sus orígenes.
A lo lejos veo largas hileras de puertas verdes y metálicas casi tan apiñadas como taquillas de instituto. Las habitaciones a las que dan paso no son más grandes que un armario. Pero cientos de estudiantes de último año se encierran durante semanas en estos lugares para terminar su tesina en paz. El cubículo de Paul, que no he visitado en meses, está cerca de la esquina más remota del pasillo.
– Tal vez era sólo el cansancio, pero empecé a preguntarme: ¿Y si Francesco sabía exactamente lo que hacía? ¿Y si la forma de descifrar la segunda parte del libro fuera concentrarse en el primer acertijo? Francesco dijo que no había dejado ninguna solución, pero no dijo que no hubiera dejado pistas. Y ahí estaban las indicaciones del diario del capitán para ayudarme.
Llegamos frente a su cubículo y Paul introduce la combinación del candado. En la pequeña ventana rectangular hay una cartulina negra que impide ver el interior.
– Pensé que las indicaciones hacían referencia a una ubicación física. Cómo llegar de un estadio a una cripta, todo medido en stadia. Incluso el capitán creyó que las indicaciones eran geográficas. -Niega con la cabeza-. No estaba pensando como Francesco.
Paul abre el candado y empuja la puerta. La pequeña habitación está llena de libros, montañas y montañas de libros, una versión en miniatura del Salón Presidencial del Ivy. El suelo está cubierto de envoltorios de comida. En las paredes hay pegadas innumerables hojas de papel con un mensaje garabateado. En una se lee: «Fineo, hijo de Belo, no era Fineo, rey de Salmideso». En otro: «Revisar Hesíodo: ¿Hesperetousa o Hesperia y Aretousa?» En un tercero: «Comprar más galletas».
Quito un montón de fotocopias de una de las dos sillas que se apiñan en el cubículo, y trato de sentarme sin tirar nada.
– Así que regresé a los acertijos -dice Paul-. ¿De qué iba el primero?
– Moisés. Cuernos en latín.
– Correcto. -Me da la espalda un instante para cerrar la puerta-. Era acerca de una traducción errónea. Filología, lingüística histórica. Era acerca del lenguaje.
Comienza a buscar en una pila de libros que hay en su minúscula mesa. Al final encuentra lo que quiere: la Historia del Arte del Renacimiento de Hartt.
– ¿Por qué tuvimos suerte con el primer acertijo? -dice.
– Porque soñé…
– No -dice Paul, al tiempo que encuentra la página con la escultura del Moisés de Miguel Ángel, la imagen que dio comienzo a nuestra colaboración-. Tuvimos suerte porque el acertijo era sobre algo verbal, y nosotros buscábamos algo físico. A Francesco no le importaban los cuernos físicos, los cuernos reales; le preocupaba una palabra, una traducción equivocada. Tuvimos suerte porque esa mala traducción se manifestó eventualmente de forma física. Miguel Ángel talló su Moisés con cuernos, y tu lo recordaste. Si no hubiera sido por la manifestación física, nunca habríamos recordado la respuesta lingüística.
– Así que buscaste una representación lingüística de las indicaciones.
– Exacto. Norte, sur, este y oeste no son pistas físicas. Son pistas verbales. Cuando miré la segunda parte del libro, supe que estaba en lo cierto. La palabra stadia aparece cerca del principio del primer capítulo. Mira esto -dice, tras encontrar una hoja de papel en la que ha estado trabajando.
Hay tres frases escritas sobre la página: «Gil y Charlie van al estadio a ver a Princeton vs. Harvard. Tom busca la pluma de Paul. Katie toma fotos mientras le sonríe encantadoramente y le dice “Yo te amo”.»
– ¿Encantadoramente? -digo
– No parece gran cosa ¿no? Parece divagar simplemente, como la historia de Polifilo. Pero si pones el párrafo en una cuadrícula -dice Paul dándole la vuelta al papel-, te encuentras con esto:
Algo debería parecerme evidente pero no veo nada
– ¿Eso es todo? -pregunto
– Eso es todo. Simplemente sigue las indicaciones. Cuatro sur, diez este, dos norte, seis oeste. De stadio comienza por la “s” que hay en “stadio”.
Encuentro un bolígrafo en su escritorio y lo intento moviéndome cuatro hacia abajo, diez a la derecha, dos hacia arriba y seis a la izquierda.
Escribo las letras S-O-L-U-C.
– Ahora repite el proceso -dice Paul-, comenzando por la última letra.
Comienzo de nuevo por la C
Y ahí está, bien claro sobre la página S-O-L-U-C-I-Ó-N.
– Ésta es la Regla del Cuatro -dice Paul-. Cuando comprendes cómo funciona la mente de Colonna, es muy simple. Cuatro indicaciones dentro del texto. Sólo tienes que repetirlas una y otra vez y luego averiguar dónde están las divisiones entre palabras.