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»Segundo punto: gracias a los lazos que unen al Consorcio con una gran parte del comercio chino, he participado de la manera más eficaz en la toma del poder por el general Chiang Kaishek. Desde ahora, está conforme en que la parte de la construcción de los Ferrocarriles chinos, prometida a Francia por los tratados, será confiada al Consorcio. Ya conocen ustedes la importancia de eso. Sobre este elemento, pido a ustedes que se pongan de acuerdo para conceder al Consorcio la ayuda que les solicita; a causa de su presencia, me parecería defendible desear que no desapareciese de Asia la única organización poderosa que representa allí a nuestro país -aunque tuviese que salir de las manos de quienes la fundaron.

Los representantes examinaban cuidadosamente el balance, que conocían de antemano y que ya no les enseñaba nada: todos esperaban que el ministro hablase.

– No es solamente de interés del Estado -dijo éste-, sino también del de los establecimientos, que el crédito no sea perjudicado. La caída de organismos tan importantes como el Banco Industrial de China y el Consorcio no puede ser más que enojosa para todos…

Hablaba con indolencia, apoyado en el respaldo de su sillón con la mirada perdida, golpeando con el extremo del lápiz la carpeta colocada delante de él. Los representantes esperaban que su actitud se hiciese más precisa.

– ¿Quiere usted permitirme, señor ministro -dijo el representante del Banco de Francia-, que le someta una opinión un tanto diferente? Sólo he venido aquí para representar a un establecimiento de crédito, y, por tanto, para ser imparcial. Durante algunos meses, los cracs hacen disminuir los depósitos: eso es verdad; pero desde hace seis meses, las sumas retiradas vuelven a entrar, de un modo automático, y, precisamente, en los principales establecimientos, que presentan las mayores garantías. Quizá la caída del Consorcio, lejos de ser perjudicial a los establecimientos que representan esos señores, les fuese, por el contrario, favorable…

– Exceptuando que siempre es imprudente jugar con el crédito: quince quiebras de los bancos de provincias no serían provechosas a los establecimientos; no lo serían más que en razón de las medidas políticas a que dieran lugar.

«Todo eso es hablar por hablar -pensó Ferral-; lo que ocurre es que el Banco de Francia tiene miedo a verse comprometido y a tener que pagar, si los establecimientos pagan.» Silencio. La mirada interrogativa del ministro encontró la de uno de los representantes: rostro de teniente de húsares; mirada insistente, próxima a la reprimenda; voz clara:

– Contrariamente a lo que de ordinario encontramos en entrevistas semejantes a la que celebramos, debo decir que soy algo menos pesimista que el señor Ferral sobre el conjunto de las partidas del balance que se nos ha sometido. La situación de los bancos del grupo es desastrosa: eso es verdad; pero ciertas sociedades pueden ser defendidas, incluso bajo su forma actual.

– Es el conjunto de una obra lo que yo les pido que mantengan -dijo Ferral-. Si el Consorcio queda destruido, sus negocios pierden todo sentido para Francia.

– Por el contrario -dijo otro representante, de rostro enjuto y fino-, el señor Ferral me parece optimista a pesar de todo, en cuanto al activo principal del Consorcio. El empréstito no está aún emitido.

Mientras hablaba, contemplaba la solapa de la americana de Ferral; éste, intrigado, dirigió a ella la mirada y acabó de comprender: sólo él no estaba condecorado. A propósito. Su interlocutor era comendador y contemplaba con hostilidad aquel ojal desdeñoso; Ferral no había esperado nunca otra consideración que la de su fuerza.

– Sabe usted que será emitido -dijo-; emitido y cubierto. Eso incumbe a los bancos americanos, y no a sus clientes, que tomarán lo que se les haga tomar.

– Supongámoslo. Cubierto el empréstito, ¿quién nos asegura que los ferrocarriles serán construidos?

– Pero -dijo Ferral, con cierto asombro (su interlocutor no podía ignorar lo que iba a responder)- no se trata de que la mayor parte de los fondos sea entregada al gobierno chino. Irán, directamente, de los bancos americanos a las empresas encargadas de la fabricación del material, con toda evidencia. Si no, ¿cree usted que los americanos admitirían el empréstito?

– Desde luego. Pero Chiang Kaishek puede ser muerto o destituido; si el bolchevismo reina, el empréstito no será emitido. Por mi parte, no creo que Chiang Kaishek se mantenga en el poder. Nuestras informaciones consideran su caída como inminente.

– Los comunistas están exterminados en todas partes -respondió Ferral-. Borodin acaba de abandonar Han-Kow y de volver a Moscú.

– Los comunistas, sin duda; pero no el comunismo. La China no volverá ya nunca a ser lo que era, y, después del triunfo de Chiang Kaishek, son de temer nuevas oleadas comunistas…

– Mi opinión es la de que todavía continuará en el poder durante diez años; pero no es éste asunto que nos reporte ningún riesgo.

(«No escucháis -pensaba- más que a vuestro valor, que nunca os dice nada. ¿Y cuando Turquía no os devolvía un céntimo y compraba con vuestro dinero los cañones para la guerra? Solos, no habríais hecho nunca un gran negocio. Cuando habéis acabado vuestra cópula con el Estado, tomáis por prudencia vuestra cobardía y creéis que basta ser manco para convertirse en la Venus de Milo, lo cual es excesivo.»)

– Si Chiang Kaishek se mantiene en el gobierno -dijo con voz suave un representante joven, de cabellos rizados-, la China recobrará su autonomía aduanera. ¿Quién nos dice que, aun concediéndole al señor Ferral todo cuanto supone, su actividad en China no perderá todo valor, el día en que soporte las leyes chinas para reducirla a la nada? Ya sé que a esto pueden oponerse varias respuestas…

– Varias -corroboró Ferral.

– No es menos cierto -respondió el representante de rostro de oficial- que este negocio es inseguro, o, aun admitiendo que no implique ningún riesgo, implica un crédito a largo plazo, y, en realidad, una participación en la vida de un negocio… Todos sabemos que el señor Germain ha podido conducir a la ruina al Crédit Lyonnais por estar interesado en los Colores de Anilina, uno de los mejores negocios franceses, no obstante. Nuestra función no consiste en participar en los negocios, sino en prestar dinero con garantías y a plazos breves. Fuera de esto, ya no nos corresponde a nosotros la palabra, sino a los bancos de negocios.

Silencio, de nuevo. Prolongado silencio.

Ferral reflexionaba acerca de las razones por las cuales el ministro no intervenía. Todos, y él mismo, hablaban en lenguaje convencional y adornado, como los lenguajes rituales de Asia: por otra parte, no había motivo para que todo aquello no fuese pasablemente chino. Que las garantías del Consorcio fuesen insuficientes, era muy evidente; si no, ¿se habría encontrado él allí? Desde la guerra, las pérdidas experimentadas por el ahorro francés («como dicen los periódicos chantajistas» -pensaba-: la indignación le proporcionaba inspiración), que había suscrito las acciones u obligaciones de los negocios comerciales recomendados por los establecimientos y por los grandes bancos de negocios, ascendían a unos 40 000 millones -sensiblemente más que el tratado de Francfort-. Un mal negocio pagaba una comisión mayor que otro bueno, y eso era todo. Pero todavía era preciso que este mal negocio fuese presentado a los establecimientos por uno de los suyos. No pagarían, salvo en el caso en que el ministro interviniera formalmente, porque Ferral no era de los suyos. No estaba casado: historias de mujeres conocidas. Sospechoso de fumar opio. Había desdeñado la Legión de Honor. Demasiado orgulloso para ser, ya un conformista, ya un hipócrita. Acaso el gran individualismo no pudiese desenvolverse plenamente sino en un pudridero de hipocresía: Borgia no fue papa por casualidad… No era a fines del siglo xviii, entre los revolucionarios franceses, ebrios de virtud, cuando se paseaban los grandes individualistas, sino en el Renacimiento, en una estructura social que correspondía evidentemente al cristianismo…

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