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– En realidad, eso no es necesario -musitó ella con la piel encendida bajo su escrutinio.

– ¿No te gustaría quitarte esos volantes? -la miró divertido.

– ¡Oh, sí! ¡Desde luego!

– Muchas veces he pensado en vestirte -la tomó del brazo y la alejó del dosel de hojas.

A Georgiana le temblaron los dedos al oír sus palabras y trató de no pensar en su noche de bodas… algo que en parte le debía a un persistente detective de Bow Street. La idea hizo que se detuviera un momento y, con súbita urgencia, apretó el brazo de su acompañante.

– Ashdowne, estaba pensando… -comenzó, sin prestar atención al gemido que emitió él-. ¿No te parece extraño que Jeffries se empeñara tanto en interrogarte esta mañana?

– Sí -repuso con tono serio otra vez.

– Quiero decir que cuando le sugerí por primera vez tu nombre… -él se detuvo de golpe y la miró horrorizado, pero ella descartó su reacción con un gesto displicente de la mano-. Oh, eso fue apenas conocerlo, antes de que te convirtieras en mi ayudante, ¿por qué ese súbito interés en tu persona? ¿Hay alguien en Bath que le sugeriría tu nombre, que de hecho exigiera que te interrogara? -se miraron y sus pensamientos coincidieron al responder al unísono-: Savonierre.

– Es el único con suficiente influencia para obligar a Jeffries a actuar -indicó Ashdowne.

– Y a hacer que se enfrente a un marqués -añadió ella-. ¿Y no sabes por qué le caes tan mal? Debe tener un motivo para acusarte, de lo contrario, ¿por qué un supuesto caballero de la nobleza intentaría enviar a un marqués a la horca por una joya? -cuando Ashdowne no respondió, Georgiana frunció el ceño-. Debe haber algo más que este incidente, ya que está demasiado planeado. Es como si te hubiera tendido una trampa, pero, ¿cómo? A menos… -lo miró atónita-. Sabe quién eres.

– ¡Imposible! Nadie lo sabe -musitó Ashdowne con su habitual arrogancia.

– ¿Y si lo sospecha y busca vengarse de El Gato? -lo miró con expresión acusadora-. ¿Le robaste algo?

– Aunque mis actos hayan podido ser atrevidos en ocasiones, jamás fui tan temerario -comentó con ironía antes de quedar pensativo-. Sin embargo, está aquel collar de diamantes de lady Dogbey…

– ¿Qué tiene que ver con Savonierre? -preguntó Georgiana.

– Según los rumores, Savonierre le regaló el collar como muestra de su… afecto.

– Comprendo. Pero, ¿por qué habría de importarle si la joya había dejado de ser suya?

– Es un hombre muy poderoso y no le gusta que le provoquen… supongo que ni siquiera de forma indirecta. La ironía de todo es que el collar resultó ser falso.

– ¿Falso?

– Sí. Supongo que lady Dogbey no estaba tan entregada a él como a Savonierre le habría gustado. O bien vendió el original o bien se lo regaló a alguien más joven y pobre, una artista con el que se ha vinculado su nombre.

Georgiana experimentó un escalofrío, asombrada de que alguien pudiera jugar de esa manera con Savonierre, ya que podía imaginar el desagrado que eso le produciría.

– Quizá le regaló una falsificación y no quería que se descubriera el engaño -aventuró.

Ashdowne esbozó una sonrisa indulgente.

– Quizá, pero sospecho que lady Dogbey conoce las joyas mejor que un joyero profesional.

– Oh. Entonces le regala un collar de diamantes de buena fe, sin saber que al poco tiempo ella lo sustituye por una falsificación, y cuando El Gato ataca, llevándose ese collar, él se enfada. Es posible que incluso lo considere un insulto personal y jura descubrir la identidad del ladrón para someterlo a castigo -de pronto todo empezó a encajar-. Pero tú te retiraste y él se quedó frustrado, siendo un hombre que no acepta la derrota. De modo que debe buscar un modo de obligarte a actuar una última vez -elevó la voz debido a la excitación-. Sabe que no necesitas el dinero, por lo que ha ideado algo especial para tentarte a regresar al juego. ¿Qué mejor manera de hacerlo que a través de Anne? Está emparentado con lady Culpepper, de forma que no le cuesta conseguir su cooperación.

– No lo sé, Georgiana. Suena demasiado enrevesado para obtener una venganza cuando sencillamente podría delatarme.

– Sí, pero Savonierre es complejo y retorcido -arguyó Georgiana-. Me da la impresión de que no es capaz de hacer nada del modo directo.

– Muy bien -cedió a pesar de sus dudas-. Digamos que tienes razón. ¿Y ahora qué?

– No sé que es lo que hará exactamente a continuación, pero de una cosa estoy segura.

– ¿De qué?

– No lo dejará -tembló ante la idea-. Jamás.

Después de llegar a casa, Georgiana se vio abrumada con preguntas y más felicitaciones de su familia. Por desgracia, su madre ya se había puesto a planificar la boda, un acontecimiento que, en sí mismo, tenía poco interés para ella.

Entonces, cuando llegó la invitación, agradeció la interrupción… hasta que se dio cuenta de quién la había enviado. Al observar la nota sintió un presentimiento negativo. ¿Por qué lady Culpepper iba a organizar una velada improvisada para celebrar su compromiso?

Reconoció la fina mano de Savonierre en el asunto, pero, ¿qué había planeado? ¿Intentaría demostrar que no había estado con Ashdowne durante el robo? Se dijo que no podía. Envió al joven mensajero con su aceptación, ya que no podía rehusar una fiesta en su honor. Tampoco Ashdowne.

Savonierre los tenía atrapados. Ashdowne no podría devolver el collar hasta la noche, y la oportunidad que se le habría podido presentar quedaba estropeada con la presencia de tantos invitados y de su atento enemigo. ¿Y si lo sorprendían en el acto? Anheló desesperadamente hablar con él, pero no había tiempo, ya que tenía que vestirse para la gala.

Durante el trayecto en coche, con el incesante parloteo de sus hermanas, su mente dio vueltas en círculos. Nada la conducía a soluciones sencillas, y al entrar en el lujoso hogar de lady Culpepper lo hizo con un nudo gélido en el estómago.

La sorprendió el recibimiento cálido que le ofreció la anfitriona, al igual que los saludos de los otros invitados. Aunque elevada de desconocida provinciana a futura marquesa, casi todas las atenciones la irritaron.

A la única persona a la que le interesaba ver era a Ashdowne, pero llegó tarde, obligándola a soportar varias bromas sobre su posible marcha atrás. Su madre, que siempre había considerado la compañía del marqués con cautela, fruncía el ceño preocupada hasta que Georgiana le palmeó la mano con afecto.

– Vendrá -musitó con sonrisa de ánimo. Jamás se le había pasado por la cabeza que la dejara en la estacada, y de pronto comprendió que nunca la abandonaría. Sin importar lo que hubiera pasado antes, creía en Ashdowne y estaba orgullosa de él por toda la inteligencia y la habilidad que lo habían convertido en el hombre que era.

Savonierre sugería con ironía que enviaran a alguien a buscarlo cuando Ashdowne se presentó tan elegante e indiferente como siempre. Explicó que al coche se le había averiado una rueda y que se vio obligado a caminar; Georgiana supo que lo encontrarían no muy lejos, con Finn reparándolo… fuera o no necesario.

Se peguntó dónde había estado de verdad, aunque no tuvo oportunidad de hablar con él, ya que se vieron rodeados, soportando una interminable serie de brindis hasta que lady Culpepper anunció con voz imperiosa que la cena estaba servida.

El momento en que el grupo volvió a los salones fue el momento elegido por Savonierre para entrar en acción. Con una copa de champán en la mano, se les acercó con expresión malévola. Georgiana se sintió más alarmada al ver que detrás de él iba el señor Jeffries, con aspecto bastante incómodo.

– Señorita Bellewether, ¿he de suponer que el compromiso pone fin a su investigación? -preguntó Savonierre.

– Desde luego que no -repuso en una patética imitación de su voz habitual.

– ¿De verdad? -insistió con una sonrisa sarcástica-. De algún modo, me cuesta creer eso -murmuró-. ¿Y a usted, Jeffries?

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