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Quienquiera que hubiera cometido ese acto no perdió tiempo buscando en otras habitaciones; sabía dónde estaba lo que quería. De pronto dejó de escribir al recordar la conversación que había oído detrás de la planta. Por los susurros de lord Whalsey y Cheever sabía que habían estado tramando algo oscuro, aunque en ningún momento imaginó que los dos hombres fueran capaces de ejecutar un hurto de proporciones épicas.

Con expresión sombría, intentó plasmar sobre el papel lo que dijeron. Pero, a pesar de lo prometedores que eran, todavía pensaba considerar todas las posibilidades, por lo que meditó quién más, de los presentes en la casa, podía ser el responsable. Bien podía tratarse de un criado, aunque esos ejemplos eran raros; además, ¿quién entre ellos durante la fiesta habría encontrado tiempo para escalar la casa? Deseó poder interrogar a todos los que trabajaron para lady Culpepper con el fin de obtener la información pertinente.

En cuanto a los invitados, le costaba nombrar a demasiados candidatos entre la alta burguesía de Bath. A la mayoría no la consideraba demasiado inteligente para urdir semejante plan, mientras que los demás eran demasiado honestos y dóciles para dedicarse de repente a una vida delictiva. De pronto recordó al vicario y el desdén que mostró hacia los ricos. Se preguntó si el buen clérigo habría sido capaz de hurtar el collar. El veneno de sus palabras la había perturbado y, sin titubeos, lo colocó como su segundo sospechoso.

El culpable debía ser alguien ágil, esbelto pero con la fuerza suficiente para escalar, sin duda grácil y… ¿vestido de negro?

Entrecerró los ojos al invocar la imagen de Ashdowne, oscuro y elegante, que aparecía y desaparecía a voluntad… sin duda daba la impresión de poder hacer cualquier cosa, incluyendo escalar la fachada de un edificio; además, su fuerza había quedado evidente al alzarla con facilidad de su cuerpo tendido. El recuerdo le provocó un rubor y un calor no deseados.

Frunció el caño, enfadada consigo misma y con él por ser capaz de dejarla sin habla. ¡Tramaba algo y lo sabía! Era demasiado… sano para necesitar las aguas termales. Desde luego su presencia en la ciudad podía deberse a una dama; la idea la desilusionó. Lo había visto con la viuda, pero ella se había dedicado a bailar con otros, mientras que a él no lo vio por ninguna parte. Como de costumbre. Al final fueron sus desapariciones inexplicadas las que convencieron a Georgiana de añadir su nombre a la lista de sospechosos.

Quedaban pocos sospechosos más. Claro está que el ladrón podría ser alguien ajeno a la fiesta, informado por alguien de dentro, una perspectiva que la frustró. Iba a tener que conseguir los nombres de todos los invitados y hablar con los criados… y con la propia lady Culpepper.

Hizo a un lado la lista y redactó una nota para la dama, en la que le suplicaba que se vieran en cuanto pudiera por una cuestión de vital importancia. Decidió enviar a un criado esa misma mañana para que se la entregara, pues cuanto antes acopiara información, más posibilidades tenía de recuperar las joyas perdidas.

Aunque el hurto había sido realizado con brillantez, Georgiana no dudaba de su propia capacidad e imaginaba una resolución rápida del misterio. Los rasgos contraídos del señor Cheever aparecieron en su mente, y experimentó incertidumbre, ya que no lo creía capaz de algo tan inteligente. A pesar de que intentó reprimirlo, sintió admiración por el perpetrador. Al fin había alguien a la altura de su talento. Suspiró y apoyó de nuevo el mentón en la mano.

Era su mala suerte lo que lo convertía en un criminal.

Después de aguardar con impaciencia durante la mañana, al final recibió una respuesta a su misiva; evitando a sus hermanas, arribó a la elegante casa de lady Culpepper poco después del mediodía. Fue escoltada a un salón donde su anfitriona la esperaba con una bandeja en una mesita.

– ¡Adelante, joven! -indicó la mujer mayor con voz aguda.

Georgiana entró en la habitación amueblada con lujo, con una repisa de mármol blanco esculpido y una araña de cristal tallado. Todo parecía igual que la noche anterior, pero lady Culpepper se veía mucho mayor a la luz que entraba por los ventanales.

Al sentarse sintió la mirada penetrante de la noble sobre ella.

– Gracias por recibirme, milady -comenzó con educación, pero se encontró con una mirada agria.

– Y bien que deberías agradecérmelo -manifestó lady Culpepper-. Hoy me he negado a ver a todos los visitantes, debido a mi angustiosa condición. Dime, entonces, ¿qué asunto de tan grave importancia deseas tratar? ¿Sabes algo de mi collar? -Georgiana asintió y la mujer se inclinó hacia delante al tiempo que una mano huesuda aferraba el apoyabrazos de ébano del sillón. Los ojos le brillaron con astucia e inteligencia-. ¿Y bien? -insistió con impaciencia.

– He repasado el incidente con la información que tenía disponible y he reducido la lista de sospechosos a unos pocos -respondió. Al ver la extraña mirada que le dirigió la otra, agregó-: Me considero preparada para la solución de misterios y espero alcanzar una conclusión definitiva pronto. Sin embargo, si puedo me gustaría hablar con los criados y formularles algunas preguntas.

– ¿Quién eres? -demandó lady Culpepper.

– Georgiana Bellewether, milady -respondió, preguntándose si era desmemoriada. Entonces, el caso adquiría otro matiz, ya que costaría establecer la hora del robo.

– ¡Alguien insignificante! -exclamó con tono imperioso-. ¿Qué te hace pensar que puedes irrumpir aquí…?

– Usted me ha invitado, milady -protestó, ganándose una mirada reprobatoria por interrumpir.

– ¡Tú, jovencita, eres una impertinente! Acepté verte porque pensé que sabías algo de mi collar robado.

– ¡Y así es! -exclamó-. Puedo ayudarla si…

– ¡Bah! ¡La ayuda de una necia que cree que sabe más que sus superiores!

– Le aseguro que mi capacidad es bien conocida en mi casa, aunque aquí en Bath…

– ¡En casa! ¿Un pueblo sin importancia, seguro!

– ¿Qué tiene que perder, milady? -Decidió adoptar otro enfoque-. No deseo recompensa alguna, y solo deseo ayudarla en lo que pueda.

Un destello de avaricia brilló en los ojos de la mujer mayor al oír la palabra recompensa.

– Y bajo ningún concepto recibirás una -confirmó. Transcurrió un momento en que Georgiana la miró impasible, y al final lady Culpepper alzó el mentón-. Muy bien. Formula tus preguntas, pero deprisa, ya que hay cosas más importantes que requieren mi atención que satisfacer los caprichos de una insensata.

En los pocos minutos que le concedió, Georgiana descubrió que el joyero se había encontrado abierto y el resto de su contenido intacto. La puerta de la habitación se hallaba cerrada y el criado estacionado fuera juraba que no había entrado nadie.

– ¿Por qué dejó a un criado para vigilar la puerta? ¿Lo hace en todo momento o solo durante las galas que celebra en su casa? -inquirió.

Lady Culpepper pareció sorprendida por la pregunta.

– Eso, jovencita, no es asunto tuyo. ¡Ya basta de este interrogatorio!

– ¡Milady! -protestó Georgiana. Por desgracia, todos sus esfuerzos por ver el escenario del delito recibieron negativas, al igual que la petición de hablar con los criados.

A su vez, la noble la impresionó muy poco. Cuanto más hablaba, más le parecía una mujer maleducada, lo que hizo que se cuestionara sus antecedentes. Contuvo un suspiro y perseveró como mejor pudo.

– ¿Se le ocurre algún criado o invitado que pudiera haber hecho algo semejante?

– ¡Claro que no! -Repuso lady Culpepper-. ¡Nadie espera que sus conocidos sean delincuentes! Desde luego, nos encontramos en Bath, no en Londres y es lo que me merezco por abrir mi hogar al populacho que frecuenta esta ciudad. Te aseguro que en cuanto recupere mi collar, regresaré a Londres, donde soy mucho más selectiva con mis invitados.

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