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Entre risas contenidas salieron del edificio a las calles oscuras de Bath. Al avanzar entre las sombras, Georgiana no pudo evitar preguntarse si lo que la impulsaba seguía siendo el caso… o su ayudante.

Las dudas que tenía continuaron más allá del amanecer. Aunque se dijo que la emoción no debía obnubilar su juicio, descubrir las peculiaridades del señor Hawkins había mitigado el entusiasmo de la vigilancia.

A pesar de sus intentos, no pudo negar una percepción nueva y profunda de Ashdowne, peor que cualquier otra distracción anterior. ¿Y quién podía culparla después de lo compartido en los baños? Sin embargo, conocía lo bastante sobre la reproducción como para saber que su virtud permanecía intacta. Aunque no podía afirmar no haber cambiado con semejante acontecimiento.

Después de entrar sigilosamente en su habitación, descubrió que le costaba dormir; y cuando al fin lo logró, solo soñó con Ashdowne. Despertó enredada entre las sábanas, sintiéndose encendida, cansada y frustrada, cosas que la acompañaron en menor medida durante la mañana.

Para empeorar las cosas, lo vio más atractivo y maravillosos a la luz del día, cuando reanudaron la vigilancia y en vez de vigilar a su presa se encontró vigilándolo a él.

Jamás se había sentido tan confusa, ni siquiera en el más difícil de sus casos. En contraposición. Él aparecía indiferente y elegante, como si nada le preocupara en el mundo. Y eso hizo que volviera a preguntarse hasta dónde pensaba llevar Ashdowne su… experimentación. A pesar de que profundizar en tales misterios resultaba tentador, Georgiana sabía que una mujer de la burguesía ni siquiera debería tomar en consideración ese curso de acción. Pero no pudo dejar de sentir cierta preocupación por el propio marqués.

¿Se dedicaba a esa conducta con cada mujer que conocía? No le apetecía formar parte de una serie intercambiable de mujeres, sin importar la curiosidad que sintiera por aprender más sobre los placeres que se podían encontrar en sus brazos. Aunque no quería tenerlo a sus pies, deseaba que sintiera algo por ella, un poco de afecto, además de respeto por su talento.

Por desgracia, le era imposible adivinarlo debido a su expresión reservada, y no se sentía cómoda sacando el tema, en particular cuando debía estar concentrándose en el señor Hawkins. Pero hasta el momento, su sospechoso había hecho pocas cosas de interés.

El día del vicario resultó muy similar al anterior. Había pasado la mañana en sus alojamientos, sin duda en un inmerecido descanso, antes de visitar el Pump Room, donde permaneció charlando con diversas viudas mayores.

Concentrada en sus pensamientos, se sobresaltó cuando Ashdowne señaló hacia la puerta. Miró en la dirección indicada por él y vio al vicario enfrascado en una conversación con lady Culpepper. Eso le resultó muy curioso, en particular por el desprecio que el señor Hawkins había manifestado por la mujer.

– ¿Ves?, se lo está restregando por la cara -susurró Georgiana.

– ¿Restregarle qué? -inquirió él.

– ¡El robo! Después de años de estudios, conozco la mente criminal. Sospecho que nuestro ladrón obtiene un placer perverso haciéndose pasar por un suplicante al tiempo que sabe que está en posesión de lo que es más importante para ella.

– Aciertas en lo referente a la perversión -convino Ashdowne-. Pero me parece más probable que intente ganarse sus favores, quizá en un esfuerzo para conseguir la vicaría que su familia mantiene en Sussex.

Ella descartó la suposición con un movimiento de la mano, demasiado concentrada en su presa como para discutir. Al final el vicario hacía algo interesante, de modo que no apartó la vista de él, a pesar de la perturbadora proximidad de su ayudante.

– Y, Georgiana, querida, algún día deberás iluminarme sobre ese conocimiento que posees de la mente criminal, como la has llamado -añadió con voz seductora, rozándole el oído con inquietante familiaridad.

En ese momento lady Culpepper se marchó del salón, dejando al vicario con una expresión desagradable en la cara.

– ¿Lo ves? -le preguntó a Ashdowne con tono triunfal.

– ¿Qué? Reconozco que le desagrada la mujer, pero lo mismo le sucede a la mayoría de gente que la conoce -repuso el marqués.

En ese instante su conversación se detuvo por necesidad cuando el señor Hawkins se movió. Ocultos detrás de unos caballeros sentados que dormitaban, no lo perdieron de vista.

El Pump Room no estaba muy concurrido, de modo que no les costó mucho trabajo vigilarlo.

Al rato se sobresaltó al oír un sonido bajo de advertencia de Ashdowne, pensando que los había descubierto. Pero hacia ellos avanzaba un hombre tan alto como el marqués, con el pelo negro y ojos verdes intensos que, extrañamente, parecían al mismo tiempo impasibles. Con cierta sorpresa Georgiana lo reconoció como el señor Savonierre, el hombre que había llevado al detective de Bow Street a Bath.

Como solo lo había visto desde lejos, no había podido analizarlo mucho, aunque en ese momento se dio cuenta de que tenía una figura imponente. A primera vista le recordó a Ashdowne. Sin embargo, las facciones de Savonierre eran más duras, y de él emanaba una frialdad que resultaba de una gelidez mayor que cuando el marqués se mostraba altanero. Experimentó un escalofrío.

– Ashdowne -Savonierre inclinó la cabeza, más su expresión no fue un saludo cordial; Tenía los ojos velados, como si detrás de ellos existiera un mundo de secretos.

Sin saber precisar por qué, Georgiana percibió algo claramente perturbador en él.

También Ashdowne debió sentirlo, porque respondió con falta de entusiasmo. Por fuera se mostró sereno y cortés, pero Georgiana notó su cautela interior y se preguntó a qué se debería. ¿Quién era ese hombre?

– Disfrutando de las aguas, ¿verdad? -inquirió Savonierre, y el marqués se encogió de hombros-. ¿Qué extraño encontrar a un hombre de su talento aquí en Bath, o quizá, en vista de los acontecimientos, no lo es, después de todo -murmuró, como si insinuara algo que a Georgiana se le pasaba por alto.

– No más extraño que su propia visita -dijo el marqués-. Pensaba que Brighton era más de su agrado.

– Ah, pero se podría decir que he venido por un deber familiar. Sin duda sabe que cuento a lady Culpepper entre mis parientes, ¿verdad? -cuando Ashdowne asintió con gesto aburrido, Savonierre exhibió una leve sonrisa, como una especie de depredador. Se adelantó, dando la apariencia de que los amenazaba, y ella retrocedió un paso, mas el marqués no se movió-. Vine de inmediato al enterarme del robo de las esmeraldas -explicó. Miró a los allí congregados y luego volvió a concentrarse en Ashdowne-. Reconozco que me siento un poco decepcionado con el detective de Bow Street que contraté. Han pasado cuatro días y aún no ha descubierto al ladrón.

– Mantengo mis propias sospechas -intervino ella, aprovechando el tema que más la atraía. Pero antes de que pudiera proseguir, Ashdowne se adelantó.

– ¿Conoce a la señorita Bellewether? Es una investigadora aficionada que ha seguido el caso muy de cerca.

– ¿Sí? -Savonierre la miró con intensidad.

Aunque por lo general no desperdiciaba las oportunidades para exponer sus teorías, se sintió incómoda bajo ese escrutinio.

– Tal vez yo tenga éxito donde el señor Jeffries no lo ha conseguido -afirmó con sencillez cuando pudo hablar.

En vez de mostrarse desdeñoso como otros hombres, Savonierre la observó con una sonrisa extraña. Inclinó la cabeza ante ella.

– Tal vez así sea, señorita Bellewether. Lo desearía.

El tono que empleó exhibía una promesa oscura que hizo que Georgiana contuviera el aliento, que no soltó hasta que él se despidió.

– ¿Quién es? -le susurró a Ashdowne-. ¿Y por qué te odia tanto?

Durante un momento él guardó silencio y contempló la figura que se alejaba con una expresión tan peligrosa que Georgiana temió que fuera tras él con alguna intención violenta. Ansiosa, tiró de su manga hasta que la miró, con el rostro rígido.

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