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– ¿Y cómo ha llegado a esa conclusión, señorita? -inquirió Jeffries.

– Bueno, como he dicho, he reducido a tres a los probables candidatos -explicó, satisfecha de la oportunidad de exponer sus teorías. Al principio pensé, en Ashdowne…

– ¿Lord Ashdowne? ¿El marqués de Ashdowne? -Jeffries se detuvo para mirarla boquiabierto hasta que ella le obligó a continuar.

– Reconozco que ahora parece bastante menos probable, pero no consigo quitarme la impresión de que trama algo, ya que es el tipo de persona que rara vez frecuenta Bath. ¿Por qué un hombre sano como él afirma necesitar estas aguas? -de inmediato se ruborizó al recordar lo sano que estaba.

– Según mi experiencia, señorita, es prácticamente imposible comprender a la nobleza y sus actos.

Georgiana asintió, aunque su reconocimiento le pareció un triste comentario sobre su pericia, ya que era trabajo suyo descubrir motivaciones y cosas semejantes.

– Sea como fuere, lo he descartado como sospechoso, pues se ha mostrado muy interesado en la investigación. Se ofreció a ayudarme e incluso mientras hablamos vigila la casa del culpable -al menos eso esperaba.

– ¿Sí?

Le pareció captar una sonrisa ladina en la cara del hombre taciturno, pero no le prestó atención, porque no deseaba seguir hablando del marqués. Ya había permanecido despierta largo rato durante la noche pensando en Ashdowne y sus besos.

– También albergué mis sospechas sobre un tal señor Hawkins, de Yorkshire -confesó.

Se sintió complacida al notar el renovado interés del investigador.

– Sí. Busca un nuevo medio de vida en la ciudad y…

– ¿Está acusando a un vicario? -cortó Jeffries sorprendido.

– Bueno, sí -admitió-. En su mayor parte, estoy convencida de que aquellos que eligen una vida religiosa se encuentran por encima del reproche, pero, ay, también tengo la firme convicción de que algunos cometen los mismos pecados que los demás hombres. Y el señor Hawkins no es un vicario corriente -explicó-. He hablado con él en dos ocasiones, y en ambas su manera de expresarse me pareció muy peculiar -se acercó para continuar con tono confidencial-. Guarda un agravio contra los ricos que no puede achacarse a la simple envidia. Y como busca un destino nuevo, imagino que anda necesitado de fondos.

– ¿Está diciendo que un clérigo entró en el dormitorio de lady Culpepper, le robó el collar y descendió por la ventana? -preguntó Jeffries con expresión dudosa.

– ¿Por qué no? -Se irguió en toda su pequeña estatura-. Le digo que tiene algo en contra de los ricos -para su inmensa satisfacción, Jeffries se mostró pensativo.

– Comprendo. ¿Y desde entonces no ha cambiado de idea sobre él?

– Realmente no. Lo que sucede es que he encontrado a alguien más probable -declaró-. La noche del robo, oí a dos hombres tramando algo de forma sospechosa. A uno lo reconocí de inmediato como lord Whalsey, y al otro lo he identificado como un tal señor Cheever.

– ¿Lord Whalsey? -repitió el otro con un gemido-. Discúlpeme, señorita, pero, ¿todos sus sospechosos deben ser nobles o clérigos? ¡No me lo diga! Deje que adivine. Ese sujeto es un maldito duque, ¿verdad?

Georgiana se mostró perturbada, no por el lenguaje de Jeffries, que sin duda era habitual en las calles, sino por su acusación

– Le aseguro que no los elegí por sus títulos. Además, Whalsey solo es un vizconde, y con poco dinero, lo que habría podido impulsarlo a organizar el hurto.

Jeffries movió la cabeza con expresión desdichada.

– Primero acusa a un marqués, luego a un vicario y ahora a un vizconde. Señorita, creo que tiene una imaginación muy viva.

– ¿Acaso sugiere que semejantes personas jamás se aventuran del otro lado de la ley?

– No -respondió.

– ¡Entonces présteme atención! No era mi intención investigar a Whalsey y a su secuaz. Los oí hablar por casualidad -con toda la precisión que pudo recordar, le narró su experiencia detrás de la planta, dejando al margen su calamitoso enredo con Ashdowne, desde luego.

Quedó un poco decepcionada al ver que Jeffries no tomaba notas y decidió sugerírselo más adelante, pero, mientras tanto, estaba decidida a convencerlo de la verdad de sus conclusiones. Por ello le contó la confrontación que tuvo con el vizconde en el Pump Room.

Cuando terminó, casi habían llegado al centro de Bath.

– No tiene buen aspecto, señorita, pero no puedo presentarme ante su excelencia sin más pruebas.

– ¡Al menos podrá interrogarlo! -protestó ella. La habilidad de los hombres de Bow Street en el interrogatorio era legendaria-. ¡Estoy convencida de que confesará en un abrir y cerrar de ojos!

– No lo sé, señorita -volvió a menear la cabeza.

Georgiana se enfureció. Toda su vida se había visto ante escépticos y desdeñosos, pero jamás había esperado que un profesional dudara de ella. ¿Era uno de los mejores! ¡Era uno de sus héroes! ¿Cómo no era capaz de tomarla en serio?

Se encaró con él, dispuesta a exigir que al menos hablara con Whalsey antes de que fuera demasiado tarde. De repente oyó el sonido de su nombre.

– Ah, señorita Bellewether. Veo que ya está ocupada esta mañana.

¡Ashdowne! Jamás pensó que daría la bienvenida a la presencia del marqués, ya que había aceptado su ayuda por necesidad, pero en ese momento… tuvo ganas de arrojarse a sus fuertes brazos. Su rostro debió mostrar la felicidad que sentía, pues lo vio titubear un instante, como desconcertado por su entusiasmo, antes de esbozar una sonrisa.

– ¡Ashdowne! ¡Me alegro de que esté aquí1

– Eso puedo deducir -con expresión irónica se inclinó sobre su mano – ¿A qué puedo atribuir este súbito deleite en mi compañía?

Sin prestar atención al modo en que sus latidos se aceleraron, Georgiana se soltó los dedos y señaló a Jeffries.

– Milord, le presento a Wilson Jeffries, un detective de Bow Street que ha venido a investigar el robo del collar de lady Culpepper.

– Jeffries -Ashdowne saludó al hombre con un gesto de la cabeza-. Pero, ¿qué hay que investigar? Seguro que ya le ha brindado el beneficio de su pericia, ¿no? -le preguntó a ella con una ceja enarcada.

Durante un momento Georgiana no supo si se burlaba de ella, aunque parecía expectante.

– Bueno, sí, lo he hecho, ¡y no me cree! ¿Puede imaginárselo?

Ashdowne se mostró apropiadamente ofendido y ella se sintió consolada.

– ¿De verdad? -se volvió hacia Jeffries.

Georgiana tuvo el placer de ver cómo el detective se encogía ante los ojos del noble. Aunque se había negado a prestarle atención a ella, un marqués era otra historia. Sonrió al ver la incomodidad de Jeffries. Se felicitó por la elección de ayudante, ya que Ashdowne estaba demostrando ser de gran utilidad.

Tras un momento de inquietud bajo la mirada implacable del marqués, Jeffries carraspeó.

– Bueno, supongo que podré mantener una pequeña conversación con lord Whalsey, si usted lo considera aconsejable.

– Absolutamente -repuso Ashdowne con sequedad.

Georgiana se preguntó qué era, si algo, lo que excitaba al marqués, y luego se ruborizó por las conjeturas obtenidas.

– De hecho, insisto -prosiguió Ashdowne-. Vayamos todos a hacerle una visita a la casa en la que se aloja, ya que tengo un hombre vigilándola y aún no ha salido -al hablar, enfiló en esa dirección, indicándole a Georgiana que se uniera a él; con renuente rendición, Jeffries marchó a su lado.

Incapaz de contener su felicidad, Georgiana observó a Ashdowne con expresión de gratitud. Quizá la situación era demasiado para el contenido marqués, pues pareció incómodo antes de esbozar una sonrisa suave. “Demasiado suave”, pensó ella, pero se hallaba tan entusiasmada que no deseó enfrentarse a las recurrentes sospechas que le inspiraba.

Cuando llegaron, Whalsey tomaba un desayuno tardío; sin embargo, el nombre de Ashdowne logró darles acceso a un pequeño salón, donde esperaron apenas unos minutos antes de que Whalsey apareciera. Al parecer estaba ansioso de saludar a un marqués, ya que se adelantó y realizó una reverencia ante Ashdowne. Pero cuando se inclinó ante Georgiana, se irguió de repente con expresión mal disimulada de desdén en sus pálidas facciones.

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