– Correcto.
– Me sentí de nuevo como un alumno aventajado. Era igual que en los días en el City College de L.A. -malas calificaciones, pero bueno para enrollarme en clase con los profesores.
– De acuerdo, cuando estornudas ¿qué es lo que tienes que hacer?
Cuando levantaba otra vez la mano se abrió la puerta y un hombre entró en la habitación. Se acercó y se me plantó delante.
– ¿Es usted Henry Chinaski?
– Sí.
Me quitó de la cabeza la gorra de taxista, casi con rabia. Todo el mundo se quedó mirándome. El rostro de Smithson permaneció inexpresivo e imparcial.
– Sígame -me dijo el hombre.
Le seguí por el corredor hasta su oficina.
– Siéntese.
Me senté.
– Hemos investigado acerca de usted, Chinaski. -¿Sí?
– Tiene dieciocho detenciones por borrachera y una por conducir borracho.
– Pensé que si lo ponía en la solicitud no me contratarían.
– Nos mintió.
– He dejado de beber.
– No importa. Desde el momento en que ha falsificado su solicitud queda anulado su contrato.
Me levanté y me largué. Bajé caminando por la acera junto al edificio del cáncer. Volví a nuestro apartamento. Jan estaba en la cama. Llevaba puestas unas bragas rosas de encaje. Uno de los lados estaba sujeto con un imperdible. Ya estaba borracha.
– ¿Cómo te ha ido, papi?
– No quieren saber nada de mí.
– ¿Y cómo es eso?
– No quieren homosexuales.
– Oh, bueno. Hay vino en la nevera. Ponte un vaso y ven a la cama.
Eso hice.
73
Un par de días después encontré un anuncio en el periódico solicitando un empleado de distribución en un almacén de artículos para arte. El almacén estaba muy cerca de donde vivíamos, pero me quedé dormido y no me pasé por ahí hasta las 3 de la tarde. Cuando llegué, el jefe estaba hablando con un solicitante. No sé a cuántos otros habría ya entrevistado. Una chica me dio un impreso para que lo rellenara. El tío aquel parecía que le estaba dando una buena impresión al jefe. Estaban los dos riéndose. Rellené el impreso y aguardé. Finalmente me llamaron.
– Quiero decirle algo. Ya he aceptado otro trabajo esta mañana -le conté-, pero ocurre que entonces vi su anuncio. Vivo en la esquina de al lado. Pensé que sería más agradable trabajar en un lugar tan cercano a mi casa. Aparte, tengo la pintura como hobby. Pensé que podría conseguir un descuento en algunos de los materiales que suelo usar.
– Los empleados tienen el 15 % de descuento. ¿Cuál es el nombre del último sitio que le ha empleado?
– La compañía Jones-Hammer, electricidad. Voy a supervisar su departamento de distribución. Está bajando la calle Alameda, justo debajo del matadero. Debería presentarme a las 8 de la mañana.
– Bueno, aún queremos entrevistar a algunos solicitantes más.
– De acuerdo. No espero obtener este trabajo. Sólo se me ocurrió probarlo porque me pilla muy cerca. Tienen mi número de teléfono en el impreso. Pero una vez que empiece a trabajar con la Jones-Hammer, no estaría bien que les diera plantón.
– ¿Está usted casado?
– Sí. Con un hijo. Un niño, Tommy, de 3 años.
– De acuerdo, tendrá noticias nuestras.
A las 6:30 de la tarde sonó el teléfono.
– ¿Señor Chinaski?
– ¿Sí?
– ¿Todavía desea el trabajo?
– ¿Dónde?
– En la compañía Gráfica Querubín de artículos para arte.
– Bien, sí.
– Entonces preséntese a las 8:30 de la mañana.
74
Los negocios no parecían ir muy bien. Los envíos eran pocos y reducidos. El jefe, Bud, vino hasta donde yo estaba, sentado en la mesa de despachos, fumándome un puro.
– Cuando las cosas estén tranquilas, puedes irte a tomar una taza de calé ahí a la esquina. Pero asegúrate de estar de vuelta cuando vengan los camiones a recoger los pedidos.
– Claro.
– Y mantén la cesta bien repleta de impresos de factura. Ten una buena provisión de impresos.
– De acuerdo.
– También mantén los ojos alerta y cuida de que nadie entre por atrás y nos robe cosas. Tenemos a un montón de zarrapastrosos merodeando por estos callejones.
– De acuerdo.
– ¿Tienes suficientes etiquetas de FRAGIL?
– Sí.
– No tengas miedo de poner un buen montón de etiquetas de FRAGIL en los paquetes. Y si sales, házmelo saber. Rellena con paja y periódicos los paquetes con material bueno, especialmente las pinturas envasadas en cristal.
– Cuidaré de todo.
– De acuerdo. Y cuando no haya nada que hacer, puedes salir fuera y tomarte una taza de café. Ahí está el café de Montie. Tienen a una camarera con unas tetas de campeonato, tienes que verlas. Se pone blusas escotadas y todo el rato se está agachando y la visión es algo memorable. Y la tarta de manzana es del día.
– De acuerdo.
75
Mary Lou era una de las chicas que trabajaban en la oficina central. Mary Lou tenía estilo. Conducía un Cadillac de tres años y vivía con su madre. Ligaba con miembros de la Filarmónica de Los Angeles, directores de cine, cameramans, abogados, inspectores de hacienda, ciruja nos, monstruos sagrados, ex-aviadores, bailarines de ballet y otras figuras de relieve como luchadores o futbolistas. Pero nunca se había llegado a casar ni había dejado jamás la oficina central de las Gráficas Querubín, excepto alguna que otra vez para un polvete rápido con Bud en el lavabo de señoras, entre risitas, con la puerta cerrada y pensando que todos nos habíamos ido a casa. También era bastante religiosa y le encantaba apostar a los caballos, pero preferiblemente con un asiento reservado y, preferiblemente en Santa Anita. Hollywood Park le parecía un picadero de pencos. Estaba desesperada y a la vez era selectiva y, en cierto modo, hermosa, pero no tenía detrás a tantos hombres locos por ella como para tenérselo tan creído.
Una de sus tareas era traerme una copia de las órdenes de envío después de haberlas mecanografiado. Los empleados cogían otra copia de las mismas órdenes de la cesta y las rellenaban cuando no estaban esperando clientes, luego yo las emparejaba antes de empaquetar el material. La primera vez que vino con las órdenes llevaba puesta una ajustada falda negra, zapatos de tacón, una blusa blanca y un pañuelo dorado y negro alrededor del cuello. Tenía una nariz respingona muy atractiva, un trasero maravilloso y unas tetas cosa fina. Era una chica espigada. Con clase.
– Bud me ha dicho que eres pintor -me dijo.
– A ratos.
– Oh, me parece maravilloso. Tenemos a gente tan interesante trabajando aquí.
– ¿Qué quieres decir?
– Bueno, el hombre de la limpieza, por ejemplo, es un anciano; Maurice, se llama, y es francés. Viene una vez a la semana y limpia el almacén. También pinta. Todas sus pinturas, pinceles y lienzos los compra aquí. Pero es bastante extraño. Nunca habla, sólo mueve la cabeza y señala. Simplemente señala las cosas que quiere comprar.
– Uh, huh
– Es bastante extraño.
– Uh, huh.
– La semana pasada fui al lavabo de señoras y él estaba allí, fregando en la oscuridad. Se había pasado allí cerca de una hora.
– Uh.
– Tú tampoco hablas mucho.
– O, sí, sí que hablo, no pasa nada.
Mary Lou se dio la vuelta y se alejó. Me fijé en sus nalgas, que transmitían su seductor contoneo a todo el cuerpo. Era mágica. Algunas mujeres eran mágicas.
Había empaquetado algunos pedidos cuando vi llegar al viejo. Tenía un descuidado bigote gris desparramado alrededor de la boca. Era pequeño y encogido. Iba vestido de negro, con una bufanda roja atada al cuello y una boina azul en la cabeza. Debajo de la boina surgía una abundante y desgreñada cabellera gris.