Литмир - Электронная Библиотека
A
A

66

La noche siguiente trabajé unas cuatro horas y luego me fui al retrete de señoras, puse la alarma y me eché a dormir. Debía llevar dormido alrededor de una hora cuando se abrió la puerta. Eran Herman Barnes y Jacob Christensen. Me miraron; alcé la cabeza y les miré también, luego volví a apoyar la cabeza en el sofá. Les oí pasar al retrete. Cuando salieron no les miré. Cerré los ojos y fingí dormir.

Al día siguiente, cuando me desperté hacia el mediodía, se lo conté a Jan.

– Me pillaron durmiendo y no me han despedido. Seguro que les tengo acojonados por lo que le hice a Hugh. No tengo más remedio que ser un matón hijo de puta. El mundo pertenece a los fuertes.

– No te van a tolerar que vayas por ahí haciendo lo que te dé la gana.

– Y unos huevos. Te he dicho siempre que lo tengo, que tengo algo especial, pero tú es como si no tuvieses oídos. Nunca quieres escucharme.

– Será porque siempre estás repitiendo lo mismo una y otra vez.

– De acuerdo, vamos a tomarnos un trago y hablar de ello. Tú has estado andando por ahí repartiendo tu culo desde que volvimos a juntarnos. Mierda, yo no te necesito y tú no me necesitas. Afrontemos lo evidente.

Antes de que la pelea pudiera comenzar, alguien llamó a la puerta.

– Espera -dije, y me puse algo encima. Abrí la puerta y era un recadero de la Western Union. Le di una propina y abrí el telegrama:

HENRY CHINASKI: SU EMPLEO CON LA COMPAÑÍA TIMES HA TERMINADO.

HERMAN BARNES

– ¿Qué dice? -preguntó Jan.

– Me han despedido.

– ¿Te mandan el cheque?

– No se ve por ningún lado.

– Te deben un cheque.

– Ya lo sé, vamos a por él.

– Vale.

El coche ya no existía. Primero se le había roto la marcha atrás, defecto que yo paliaba conduciendo siempre derecho. Luego se acabó la batería, lo que significaba que el único modo de arrancarlo era tirándolo cuesta abajo por una colina. Conseguimos arreglárnoslas así du-rante unas semanas, pero una noche Jan y yo nos pusimos muy borrachos y me olvidé de todo y lo aparqué a la puerta de un bar sin bajada. Por supuesto no pudimos arrancarlo, así que llamé a un garaje nocturno y ellos vinieron y se lo llevaron. Cuando fui a recoger el coche, unos días más tarde, me entregaron una factura de 55 dólares por reparaciones y el coche seguía sin poder arrancar. Me fui a casa caminando y les devolví por correo la facturita rosa hecha una pajarita.

Así que tuvimos que ir andando hasta las oficinas del Times. Jan sabía que me gustaba con sus tacones altos, así que se los puso y nos dirigimos hacia allá. Estaba a unas buenas veinte manzanas de distancia. Jan se sentó a descansar en un banco que había fuera y yo entré en la oficina de administración.

– Soy Henry Chinaski. Me han despedido y vengo a recoger mi cheque de liquidación.

– Henry Chinaski… -dijo la chica- aguarde un momento.

Miró entre un puñado de papeles.

– Lo siento, señor Chinaski, pero su cheque aún no está listo.

– De acuerdo, esperaré.

– No podremos hacerle su cheque hasta mañana, señor.

– Pero me han despedido.

– Lo siento. Vuelva mañana, señor.

Salí. Jan se levantó del banco. Parecía hambrienta.

– Vamos al Mercado Central a comprar carne de morcillo y verduras, y un par de botellas de buen vino francés.

– Jan, me han dicho que el cheque aún no está listo.

– Pero te lo tienen que dar. Es la ley.

– Supongo que sí. No sé. Pero me han dicho que no tendrán mi cheque hasta mañana.

– Oh, Cristo, y yo que me he tirado todo este camino con estos zapatos de tacón.

– Tienes buena pinta, nena.

– Ya.

Empezamos a caminar, de regreso. A mitad de trayecto, Jan se quitó los zapatos y caminó descalza. Un par de coches nos tocaron la bocina al pasar a nuestro lado.

Yo les enseñé el dedo. Cuando llegamos, había el dinero suficiente para unos tacos y cerveza. Eso tomamos, comimos, y bebimos, discutimos un poco, hicimos el amor y nos dormimos.

67

Al día siguiente hacia el mediodía volvimos a lo mismo, Jan con sus zapatos de tacón.

– Quiero que hoy hagas para los dos un buen estofado de ternera -dijo-. No hay ningún hombre que sepa hacer el estofado como tú. Es tu mayor talento.

– Mil estofadas gracias -le dije.

Seguían siendo veinte manzanas de distancia. Jan se sentó de nuevo en el banco, quitándose los zapatos, mientras yo entraba en la oficina de administración. Era la misma chica.

– Soy Henry Chinaski -dije.

– ¿Sí?

– Estuve ayer aquí.

– ¿Sí?

– Dijo que mi cheque estaría listo para hoy.

– Oh.

La chica empezó a rebuscar entre sus papeles.

– Lo siento, señor Chinaski, pero su cheque aún no ha llegado.

– Pero me dijo que estaría listo.

– Lo siento, señor, a veces los cheques de liquidación tardan algún tiempo.

– Quiero mi cheque. Lo siento, señor.

– Tú no sientes nada, nena, no sabes lo que es sentir algo. Yo sí que lo sé. Quiero ver al jefe de tus jefes. Ahora.

La chica cogió un teléfono.

– ¿Señor Handler? Hay un señor llamado Chinaski que quiere verle para hablar de un cheque de liquidación.

Hubo algo más de conversación. Finalmente la chica me miró.

– Despacho 309.

Fui al despacho 309. Había un rótulo que decía «John Handler». Abrí la puerta. Handler estaba solo. El director ejecutivo del más poderoso periódico de la costa Oeste. Me senté en la silla enfrente suyo.

– Bueno, John -le dije-, me dieron la patada en el culo, me pillaron durmiendo en el retrete de señoras. Mi señora y yo hemos venido aquí dos días seguidos pateándonos veinte manzanas sólo para que nos digan que tú no has hecho el cheque, y bueno, tú sabes que eso es pura palabrería. Todo lo que quiero es que me den ese cheque y emborracharme. Puede que eso no suene muy caballeresco, pero es asunto mío. Si no recibo ese cheque no sé muy bien lo que puedo llegar a hacer.

Entonces le miré en plan duro, estilo Casablanca.

– ¿Tienes un cigarrillo?

John Handler me dio un pitillo. Incluso me lo encendió. Una de dos, pensé, o me tiran una red encima o consigo el cheque.

Handler cogió el teléfono.

– Señorita Gimms, se le debe un cheque a Henry Chinaski. Lo quiero aquí en menos de cinco minutos. Gracias -colgó el teléfono.

– Oye, John -le dije-, yo he estudiado dos años de periodismo en el City College de L.A. ¿No me podríais contratar como reportero, eh?

– Lo siento, estamos sobrados de personal.

Challamos un poco y después de unos minutos entró una chica y le entregó el cheque a John. El se inclino por encima del escritorio y me lo dio. Un tío decente. Luego me enteré que murió al poco tiempo, pero Jan y yo conseguimos nuestro estofado de ternera con verduras y nuestro vino francés y pudimos seguir viviendo.

29
{"b":"122978","o":1}