Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Estoy bien, de verdad -añadió Laurie-. Me gusta mi médico y confío en ella. Le he preguntado qué iba a pasarme esta noche, y me dijo que después de la opresión me llevarían a la UCPA.

– ¿Y qué demonios es esa «UCPA»?

– La Unidad de Cuidados de Post Anestesia.

– ¿Y qué ha sido de la sala de recuperación?

Laurie sonrió y se encogió de hombros.

– No lo sé. Ahora la llaman UCPA. El caso es que me dijo que seguramente me tendrían allí toda la noche; que antes de darme el alta quiere tenerme vigilada por la cantidad de sangre que he perdido. Ninguno de los casos de mi serie ha ocurrido en Cuidados Intensivos, solo en las plantas normales, de modo que estaré a salvo hasta mañana, y entonces podremos organizar que me trasladen. Mi padre puede hacer que me lleven al University Hospital y, aunque mi médico actual no pueda seguirme hasta allí, mi antiguo ginecólogo lo sustituiría, estoy segura.

Jack asintió. No le gustaba, pero comprendía el punto de vista de Laurie. Además, en términos de instalaciones quirúrgicas, el Manhattan General estaba a la altura de los mejores.

– ¿Estás de acuerdo conmigo? -le preguntó Laurie.

– Eso creo -admitió Jack.

– Bien. Y recuerda: todo esto es además del hecho de que el principal sospechoso está detenido.

– Yo no confiaría demasiado en eso -repuso Jack.

– Si fuera lo único que tenemos, yo tampoco me fiaría, pero al menos me tranquiliza.

– Me alegro, porque es básico que estés tranquila. Me gusta la idea de que vayas a estar en esa UCPA. Eso es seguridad de verdad. Por otra parte, el caso contra Najah es simple conjetura.

– Desde luego -convino Laurie-, y eso me lleva a proponerte algo: no hay motivo para que te quedes aquí de brazos cruzados mientras me operan. ¿Por qué no vuelves a la oficina y echas un vistazo al material que tengo encima de la mesa, especialmente a las listas de Roger? Incluso podrías traérmelo todo aquí. He puesto algunas de mis ideas por escrito, pero sería bueno conocer tu opinión, especialmente si Najah resulta que es inocente.

– ¡Lo siento, pero no tengo intención de marcharme de aquí mientras te operan! -exclamó Jack acaloradamente-. ¡De ningún modo!

– De acuerdo, no te pongas así. Solo era una opinión.

– Gracias; pero no, gracias -reafirmó Jack.

Se produjo una breve pausa en la conversación, y Jack miró el monitor. Le preocupaba que Laurie tuviera la presión tan baja y el pulso tan alto, pero se alegró de ver que ambos se mantenían estables.

– Jack -dijo Laurie cogiéndole el brazo con más fuerza-, lamento haber estado tan irritable esta tarde. Me equivoqué al no dejarte hablar. Te pido disculpas.

– Disculpas aceptadas -contestó Jack, mirándola de nuevo-. Y yo lamento haber estado tan susceptible. Tenías razones sobradas para estar alterada. El problema es que yo también lo estoy, aunque eso no sea una excusa.

– ¡Bueno, Laurie! -dijo Laura Riley cuando esta entró en el cuarto-, el quirófano está listo. Solo te necesitamos a ti.

Laurie le presentó a Jack como su colega forense. Laura se mostró cortés, pero abrevió la conversación diciendo que había que empezar lo antes posible porque ya se habían retrasado bastante esperando que hubiera un quirófano libre.

– ¿Le parece bien si me quedo de observador? -preguntó Jack.

– No -dijo Laura sin vacilar-. No creo que sea buena idea. Pero, dado que es el turno de noche, seguramente podré llevarle a la sala de médicos para que espere allí. Con eso me salto las normas, pero teniendo en cuenta que usted también es médico… Así podré tenerlo informado tan pronto nos hayamos ocupado de Laurie. Todo esto suponiendo, naturalmente, que ella esté de acuerdo.

– A mí me parece bien -aseguró Laurie.

– Acepto el ofrecimiento de la sala de médicos -dijo Jack-, pero antes quizá sería buena idea que donara un poco de sangre. Laurie y yo tenemos el mismo grupo sanguíneo, y si va a necesitar una transfusión me gustaría ser el donante.

– Eso es muy generoso por su parte -contestó Laura-. Es probable que la necesitemos. Ahora subamos a Laurie al quirófano y dejémosle a usted instalado. -Hizo un gesto al ordenanza, que desbloqueó la camilla y la empujó hacia el pasillo.

– Usted perdone -dijo en tono perentorio una voz con marcado acento.

Jazz se detuvo y dio media vuelta. Se trataba del propietario de la tienda de comestibles de Columbus Avenue que ella solía frecuentar. El hombre también le había dado unos golpecitos en el brazo mientras hablaba.

– Se ha olvidado de pagar -añadió señalando la bolsa de lona que Jazz llevaba colgada del hombro.

Una aviesa sonrisa apareció en el rostro de Jasmine Rakoczi. Calculó que aquel raquítico sujeto no pasaría de los cincuenta kilos; y, sin embargo, allí estaba, abordándola en pleno Columbus Avenue. Resultaba increíble la cara dura que la gente le echaba a la vida cuando no tenía con qué respaldarla. Desde luego, cabía la posibilidad de que estuviera ocultando una pistola, pero Jazz lo dudó porque el hombre llevaba un pulcro mandil blanco atado a la cintura que le impedía meterse las manos en los bolsillos.

– Ha cogido usted leche, pan y huevos; pero no ha pagado -consiguió articular el hombre haciendo un gesto desafiante con el mentón.

En opinión de Jazz, no cabía duda de que estaba muy enfadado y dispuesto a pelear, cosa que no tenía sentido a menos que fuera una especie de cinturón negro de alguna desconocida especialidad de arte marcial. Ella era más corpulenta y a todas luces estaba en mejor forma. Además, en su mano derecha, oculta en el bolsillo, sujetaba su Glock.

– ¡Vuelva usted a la tienda! -ordenó el hombrecillo.

Jazz miró instintivamente a su alrededor. Nadie parecía prestarles atención; sin embargo, eso cambiaría si montaba una escena. Aun así, se sintió tentada. Miró nuevamente al tendero; pero, antes de que pudiera hacer nada, la Blackberry empezó a vibrar en su bolsillo izquierdo. Normalmente solía dejarla conectada mientras salía a pasear.

– Un momento -dijo Jazz mientras la sacaba.

Una más amplia y sincera sonrisa le surcó el rostro cuando vio que se trataba de un mensaje del señor Bob. Después de haber recibido tres nombres en los dos últimos días, no esperaba otro; pero ¿por qué si no iba a ponerse en contacto con ella a la hora en que solía enviarle los nombres? Rápidamente abrió el mensaje.

– ¡Bien! -exclamó. Allí, en la pantalla aparecía un nombre: «Laurie Montgomery». Sacó la mano derecha del bolsillo e hizo un gesto al tendero con el pulgar hacia arriba. No podía estar más contenta. Otros cinco mil dólares estaban camino de su cuenta, lo cual significaba que en tres noches había ganado la desorbitada cantidad de veinte mil dólares.

– Mi mujer llamará a la policía si no vuelve y paga -insistió el hombre.

Con la inesperada llegada de otros cinco mil dólares a su cuenta, Jazz experimentó un súbito arranque de generosidad impropio de ella.

– ¿Sabe? Ahora que me lo dice, creo que tiene razón y que me he marchado sin pagar. ¿Por qué no volvemos y saldamos la cuenta?

Las ruedas del avión golpearon la pista de aterrizaje, y el fuselaje se estremeció por el impacto. El ruido y la vibración arrancaron a David Rosenkrantz de las profundidades del sueño. Momentáneamente desorientado, tardó unos segundos en centrarse. Volvió la cabeza y miró por la ventanilla salpicada de lluvia. Acababa de aterrizar en La Guardia, y las luces del aeropuerto apenas resultaban visibles a través de la llovizna.

– Una buena noche para las ranas -dijo una voz-. Dijeron que iba a llover hasta alrededor de las diez y, por una vez, parece que han acertado.

David se volvió hacia el hombre sentado a su lado. Era un estirado sujeto de mediana edad, con gafas sin montura, vestido con camisa y corbata, igual que David. Robert había insistido en que debía llevar ropa de hombre de negocios porque, según explicó, confería un aire de legitimidad a la operación. A David le gustaba porque tenía la impresión de pasar más inadvertido. Con tanto volar de un lado a otro, parecía un hombre de negocios como los demás.

97
{"b":"115529","o":1}