– De acuerdo, lo haré -repuso Laurie con un suspiro de resignación.
– ¡Gracias! ¡Pero, maldita sea, parece como si le estuviera pidiendo la luna! Bueno, ya que estamos con el tema, ¿qué ha averiguado sobre esos casos de Queens? ¿Los perfiles encajan?
– Eso parece -dijo Laurie en tono fatigado, mirando el suelo con los codos apoyados en las rodillas-, al menos por lo que he averiguado de los informes de investigación. Estoy esperando los historiales.
– Manténgame informado. ¡Ahora métase en ese despacho suyo y fírmeme esos casos del Manhattan General!
Laurie asintió y se puso en pie. Lanzó una torcida sonrisa a Calvin y dio media vuelta para marcharse.
– Laurie -la llamó Calvin-. Se comporta con aire de abatimiento, lo cual no es propio de usted. ¿Qué ocurre? ¿Está bien? Me tiene preocupado. No me gusta verla así.
Laurie se volvió para encararse con su jefe. Estaba sorprendida. No era propio de él hacer preguntas personales y mucho menos mostrar interés. Ella no lo esperaba de alguien con autoridad y menos del duro Calvin. La sorpresa agitó en su interior sentimientos indeseados que inmediatamente amenazaron con aflorar. Dado que lo último que deseaba era desmoronarse ante su machista jefe, luchó contra el impulso respirando profundamente y conteniendo el aliento unos segundos. Calvin enarcó las cejas como invitándola a hablar.
– Supongo que tengo muchas cosas en la cabeza -dijo Laurie a modo de excusa, temerosa de mirarlo a la cara.
– ¿Querría ser un poco más concreta? -preguntó Calvin en un tono mucho más suave de lo habitual.
– En estos momentos no -respondió Laurie dedicándole otra medio sonrisa.
Calvin asintió.
– De acuerdo. Pero recuerde que mi puerta siempre está abierta.
– Gracias -consiguió articular Laurie antes de salir rápidamente.
Mientras caminaba por el pasillo de la planta baja sintió que una mezcla de sentimientos se añadía a sus caóticos pensamientos. Por una parte, se consideraba afortunada por no haber hecho una escena; y por otra, estaba irritada consigo misma por su embarazosa tendencia a demostrar sus emociones. Resultaba ridículo que tuviera que luchar para contener una lágrima solo porque su jefe se mostraba mínimamente solícito. Por otra parte, estaba impresionada por haber visto una faceta de su jefe desconocida hasta la fecha. Después del nervioso pesimismo que la llamada de Calvin había despertado en ella, estaba contenta por seguir conservando el trabajo. Si le hubieran dado unas vacaciones forzosas por cualquier falta real o imaginaria, no estaba seguro de haberlo soportado. Con la nueva preocupación de su embarazo sumada a sus demás angustias, necesitaba más que nunca la evasión que le reportaba el trabajo.
Asomó la cabeza en el despacho de los investigadores y preguntó a Bart Arnold si Janice estaba aún allí porque quería enterarse de los detalles del caso de Clark Mulhausen para asegurarse de poder añadirlo a su lista.
– Se fue hace diez minutos -le dijo Bart-. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
– En realidad, no. ¿Y Cheryl, está disponible?
– Hoy no es tu día: está fuera con un caso. ¿Quieres que le diga que te llame cuando vuelva?
– Puedes darle un mensaje: ayer le pedí que solicitara al hospital St. Francis una serie de historiales clínicos. Me gustaría que la petición se hiciera por la vía urgente. Los necesito lo antes posible.
– No hay problema -dijo Bart tomando nota en un post-it-. Se lo dejaré en la mesa. Dalo por hecho.
Laurie se encaminó hacia la sala de identificación para recuperar su abrigo, pero entonces se acordó de que Jack estaba en el foso haciendo la autopsia de Clark Mulhausen. Seguramente tendría el informe de investigación de Janice y, con él, todos los detalles. Dio media vuelta y se dirigió hacia el ascensor de atrás. No solo deseaba asegurarse de que el perfil de Mulhausen encajaba con los de su serie; además tendría una excusa para hablar con Jack. Recordando sus vacilaciones de la tarde anterior ante su despacho, sería buena cosa tener una razón profesional para romper el hielo y proponerle que salieran juntos del trabajo para hablar. Al pensar en el tipo de conversación que iba a tener se puso tensa. Con su estado de ánimo, no sabía si Jack estaría dispuesto a ir con ella o a aceptar lo que tenía que contarle. Lou le había dado a entender que sí, pero no estaba segura.
En el pasado, para hacer una breve visita a la sala de autopsias había bastado con una bata, un gorro y una mascarilla, pero los tiempos habían cambiado. En ese momento, Laurie tuvo que ir al vestuario y ponerse la ropa de trabajo antes de dirigirse a la sala de los trajes lunares y enfundarse en uno como si fuera a realizar una autopsia. Calvin había establecido aquellas nuevas normas, y parecían inamovibles.
– ¡Ay! -gimió cuando extendió el brazo para colgar su blusa en la taquilla. Había notado la misma punzada que, en los últimos días, no había dejado de molestarla en la zona abdominal; pero entonces era un agudo dolor que la hizo hacer una mueca y retirar la mano. Rápidamente se la llevó a la zona de la molestia. Afortunadamente, el dolor remitió y desapareció tan bruscamente como había aparecido. Palpó el área con cuidado, pero no halló síntomas residuales. Volvió a extender el brazo como había hecho al colgar su blusa y no notó nada. Meneando la cabeza y preguntándose si tendría algo que ver con el embarazo, pensó en que quizá sería mejor preguntar a Sue si a ella le había ocurrido algo parecido en sus dos embarazos.
Con el recuerdo del dolor desvaneciéndose en su mente, Laurie siguió cambiándose de ropa y cruzó el pasillo para enfundarse en un traje lunar. Unos minutos más tarde entraba en la sala de autopsias. Cuando la pesada puerta se cerró tras ella, las dos personas presentes se irguieron ante el cuerpo en el que estaban trabajando y la miraron.
– ¡Dios sea loado! -exclamó Jack-. ¡Todavía no son las ocho y media y la doctora Montgomery aparece con todo el equipo! ¿A qué se debe tan gran honor?
– Solo quiero saber si este caso encaja con los otros de mi serie -contestó Laurie con la mayor naturalidad posible mientras se blindaba por si el sarcasmo de Jack continuaba, como parecía probable. Se acercó al pie de la mesa. Jack estaba a izquierda y Vinnie, a la derecha-. Por favor, seguid trabajando. No pretendo interrumpiros.
– No quiero que pienses que te he quitado el caso. ¿Sabes por qué me estoy ocupando de él?
– Lo sé. Chet me lo dijo.
– ¿Has visto a Calvin? Esta mañana estaba de lo más raro. ¿Va todo bien entre vosotros?
– Todo va bien. Me preocupé cuando Chet me dijo que me habían dado el día libre para que despachara el papeleo y que Calvin deseaba verme sin falta; pero, al final, resultó que lo único que quería era que firmara los casos que tengo pendientes de mi serie. Se supone que debo certificar que fueron de muerte natural.
– ¿Y vas a hacerlo? Yo diría que no hay manera de que pudieran ser de muerte natural.
– No tengo elección -admitió Laurie-. Lo dejó bien claro. Odio las presiones políticas en este trabajo, y este asunto es un buen ejemplo de ellas. En fin, sea como sea, ¿qué opinas del caso Mulhausen? ¿Encaja con mi serie?
Jack contempló el abierto tórax. Ya había retirado los pulmones y de disponía a abrir los grandes conductos. El corazón estaba a plena vista.
– Hasta el momento, diría que sí. El perfil es el mismo y no veo rastros de ninguna patología. Lo sabré seguro dentro de media hora, cuando haya acabado con el corazón, pero me sorprendería si encontrara algo.
– ¿Te importa si echo un vistazo al informe de investigación?
– ¿Importarme? ¿Por qué va a importarme? Pero puedo ahorrarte la molestia y contarte los hechos: el paciente era un corredor de bolsa de treinta y seis años, sano, al que operaron ayer de una hernia y se estaba recuperando normalmente. A las cuatro y media de la madrugada fue hallado muerto en la cama. Las notas de las enfermeras dicen que ya estaba frío cuando lo hallaron pero que, aun así, intentaron reanimarlo. Naturalmente no consiguieron nada. Por lo tanto, ¿creo que encaja en tu serie? Lo creo. Y lo que es más: me parece que has dado con algo serio con esa idea tuya. Al principio no me lo pareció; pero, ahora, sí. Especialmente con siete casos.