– Parece que hay una costilla rota -comentó Marvin señalando un defecto en el lado derecho del pecho.
– No hay hemorragia, así que se produjo después de la muerte; seguramente durante el intento de reanimación. Los hay que se pasan con la compresión pectoral.
– ¡Ay! -exclamó Marvin comprensivamente.
Esperando hallar coágulos de sangre u otras embolias, Laurie estaba impaciente por examinar las grandes venas que conducían al corazón, el corazón en sí y las arterias pulmonares, donde se hallaría normalmente cualquier coágulo que hubiera sido letal. Sin embargo, resistió la tentación. Sabía que lo mejor era seguir el protocolo habitual para no pasar nada por alto. Con cuidado, examinó todos los órganos in situ; luego, utilizó las jeringas que Marvin había dispuesto para tomar muestras de fluidos de cara a los análisis de toxicología. Había que tener en cuenta una posible reacción fatal ante un medicamento, una toxina o incluso un agente anestésico. Habían transcurrido menos de veinticuatro horas desde que al difunto se le había administrado la anestesia.
Marvin y Laurie trabajaron en silencio, asegurándose de que cada muestra era introducida en el recipiente oportunamente etiquetado. Una vez obtenidas las muestras de fluidos, empezó a retirar los órganos internos. Se atuvo diligentemente al orden preestablecido, por lo que hasta un poco más tarde no pudo concentrar su atención en el corazón.
– ¡Aquí viene lo gordo! -bromeó Marvin.
Laurie sonrió. El corazón era realmente donde esperaba encontrar la patología. Tras unos cuantos diestros cortes, el órgano quedó libre. Miró dentro de la vena cava seccionada, pero no halló coágulo alguno. Se sentía chasqueada porque al extirpar los pulmones había tenido ocasión de comprobar que las arterias pulmonares estaban limpias.
Pesó el corazón y a continuación, con un cuchillo de larga hoja, empezó su examen interno. Para su disgusto, no había nada fuera de lugar. Ningún trombo. Incluso las arterias coronarias parecían completamente normales.
Laurie y Marvin se cruzaron una mirada por encima del cadáver.
– ¡Maldita sea! -dejó escapar este.
– Estoy sorprendida -comentó Laurie, que respiró profundamente-. Bueno, tú ocúpate del estómago y yo tomaré las micromuestras. Luego, examinaré el cerebro.
– Lo que tú digas -repuso Marvin cogiendo los intestinos y llevándolos al lavabo para lavarlos.
Por su parte, Laurie tomó distintas muestras de tejidos para su estudio microscópico, especialmente de los pulmones y el corazón.
Marvin devolvió las tripas limpias a Laurie, que se ocupó de ellas a conciencia, tomando muestras a medida que avanzaba. Entretanto, Marvin se puso manos a la obra con la cabeza y retiró el cuero cabelludo. Cuando Laurie hubo terminado con el estómago, Marvin ya estaba listo para que ella inspeccionara el cráneo. Laurie le hizo un gesto al acabar, y él cogió la sierra eléctrica para seccionar el cráneo por encima de las orejas.
Mientras Marvin se concentraba en su tarea, Laurie cogió unas tijeras y abrió la herida suturada de la parte inferior de la pierna. Todo parecía en orden en la intervención quirúrgica. A continuación abrió las grandes venas de las piernas, resiguiéndolas desde los tobillos hasta el abdomen en busca de coágulos. No encontró ninguno.
– El cerebro me parece normal -comentó Marvin.
Laurie asintió. No se apreciaban hemorragias ni inflamaciones y su color era normal. Lo palpó con dedo experto y también lo encontró normal.
Unos minutos más tarde, Laurie había extraído el órgano y lo depositaba en la bandeja que Marvin sostenía. Comprobó los extremos seccionados de la arteria carótida. Igual que todo lo demás, eran normales. Pesó el cerebro. Su peso se hallaba dentro de los límites normales.
– No estamos encontrando nada -dijo.
– Lo siento -repuso Marvin.
Laurie sonrió. Además de sus otras cualidades, el muchacho era comprensivo.
– No tienes por qué disculparte. No es culpa tuya.
– Habría sido bueno encontrar algo. ¿En qué estás pensando ahora? No parece que hubiera razón para que muriera.
– No tengo ni idea. Confío en que el estudio microscópico arroje alguna luz, pero no soy optimista. Todo parece tan normal… ¿Por qué no empiezas a coserlo todo mientras yo secciono el cerebro? No se me ocurre qué más hacer.
– Ahora mismo -contestó Marvin en tono alegre.
Tal como Laurie había previsto, el interior del cerebro tenía el mismo aspecto que el exterior. Tomó las muestras oportunas y fue con Marvin para ayudarlo a suturar el cuerpo. Con los dos manos a la obra, tardaron unos pocos minutos.
– Me gustaría seguir con el próximo caso lo antes posible -dijo Laurie-. Espero que no te importe. -Tenía miedo de que, una vez se sentara, la fatiga volviera a apoderarse de ella con más fuerza incluso. Por el momento se sentía mejor de lo que había esperado.
– Claro que no -contestó Marvin, que ya se estaba estirando.
Laurie contempló el foso a su alrededor. Había estado tan absorta en la tarea que no se había fijado en toda la actividad. En esos momentos, había ocho mesas ocupadas con al menos dos personas atareadas alrededor de cada una. Miró en dirección a la mesa de Jack. Este se hallaba inclinado sobre la cabeza de un cuerpo de mujer. Según parecía, había terminado con Sara Cromwell, y Lou se había marchado. Más allá de la mesa de Jack, Calvin seguía trabajando con Fontworth en el mismo cuerpo que antes. Aparentemente, Bingham se había marchado para dar su rueda de prensa.
– ¿Cuánto tardará el cambio? -le preguntó a Marvin mientras este se llevaba los recipientes con las muestras.
– Casi nada.
Laurie se acercó a Jack con sentimientos encontrados. No estaba preparada para más frivolidades; pero, tras sus bromas de antes con respecto a Cromwell, tenía curiosidad por saber qué había descubierto. Se detuvo al pie de la mesa. Jack estaba muy concentrado haciendo un molde para una lesión que la mujer tenía en la frente, justo en la línea del pelo. Laurie se quedó parada un momento, esperando a que él se percatara de su presencia. Al menos, Vinnie la había visto de inmediato y la había saludado discretamente.
– ¿Qué has encontrado en el primer caso? -preguntó al fin Laurie a Jack. Le parecía poco probable que él no se hubiera dado cuenta de su presencia, pero así debía de ser. No quería pensar en la posibilidad contraria.
Transcurrieron unos pocos minutos sin que Jack respondiera. Laurie miró a Vinnie, que hizo un gesto de impotencia para decir que no se explicaba el comportamiento de Jack. Laurie permaneció unos segundos más, sin saber qué hacer a continuación. A pesar de que sabía que Jack era capaz de concentrarse en su trabajo hasta el punto de olvidarse de lo que lo rodeaba, a Laurie le resultaba muy incómodo seguir allí.
Las cosas no le fueron mucho mejor en la mesa de Fontworth. Aunque Bingham se había marchado, Calvin lo trataba con la misma aspereza mientras el caso se prolongaba interminablemente. Tras una rápida mirada a las otras cinco mesas, Laurie optó por dejarse de relaciones sociales y volvió para echar una mano a Marvin.
– Puedo hacer que me ayude uno de los otros técnicos -dijo este. Había llevado la camilla y la había colocado al lado de la mesa.
– No me importa -contestó Laurie.
Hubo una época, no mucho tiempo atrás, en la que los forenses se iban a tomar un café o a compartir comentarios en la sala de identificación entre caso y caso; sin embargo, con los complicados trajes de seguridad que llevaban, en ese momento les suponía demasiada incomodidad.
Cuando los restos de Sean McGillin estuvieron guardados en el frigorífico portátil, Marvin condujo a Laurie hasta el compartimiento del siguiente caso, un hombre llamado David Ellroy. En el instante en que Marvin abrió la puerta del nicho para sacar el cuerpo de un delgado y desnutrido afroamericano, Laurie se acordó de que se suponía que era un caso de sobredosis. Su experimentado ojo se fijó inmediatamente en las cicatrices y marcas que el hombre tenía en antebrazos y piernas como resultado de su adicción. A pesar de que Laurie estaba acostumbrada a ese tipo de casos, todavía tenían el poder de impresionarla. Con menos control del habitual sobre sus pensamientos, su mente dio un salto en el tiempo de vuelta a una limpia y ventosa tarde de octubre de 1975, cuando había vuelto a casa a toda prisa desde el instituto -el Colegio Femenino Langley-. Vivía con sus padres en un gran piso de antes de la guerra en Park Avenue. Era el viernes anterior al largo fin de semana del 12 de octubre, y estaba muy emocionada porque Shelly, su único hermano, había vuelto a casa la noche anterior de Yale, donde hacía su primer curso.