– Dime entonces en qué lío te has metido. Si no te han robado, significa que querían darte un susto. ¿Alguna idea?
– El único caso que llevo es el de Yeriómina.
– Ya veo -gruñó Andrei-. Lo tenemos mal, Nastasia.
– Peor, imposible -sonrió ella sin alegría-. Ojalá supiéramos qué es lo que les ha molestado, ¿lo de Brizac o el que Oleg esté curioseando en los archivos?
– Vamos a esperar -dijo Andrei encogiéndose de hombros-. No nos queda otro remedio. Antes o después querrán explicar qué es lo que pretenden.
Miró el reloj.
– De acuerdo, bonita, tengo que irme, soy hombre casado y padre de familia. Te dejo a Kiril. Pasaré mañana a las siete y cambiaré la cerradura. Ten en cuenta que Kiril no dejará que nadie entre en casa pero tampoco te permitirá salir, así que ni lo intentes.
– Tal vez podría pasar sin Kiril -protestó Nastia tímidamente-. Cerraré la puerta, la cerradura no está rota.
– Tienen las llaves. Creo que te lo han probado de sobra. ¿Te apetece despertar en plena noche y encontrar a un apuesto desconocido junto a tu cama? A veces tu ligereza me sorprende. Hasta mañana.
Andrei cogió cariñosamente a Kiril del collar, lo llevó junto a Nastia, le dijo con aire grave: «Guardar», y se marchó. Nastia y el perro se quedaron solos en el apartamento.
Estaba cansada y tenía frío y hambre, pero lo que más deseaba era tomarse una larga ducha caliente, tumbarse en la cama y transformarse en una niña que vive con sus padres y no tiene nada que temer…
Nastia seguía en el sofá hecha un ovillo y completamente vestida. Al principio había pensado en ducharse pero en cuanto se quitó el jersey, la asaltó un miedo tan intenso que se apresuró a ponérselo de nuevo. Tenía la impresión de que, si entraba en el cuarto de baño y dejaba de oír el zumbido del ascensor, en seguida «él» entraría en el apartamento. Ni siquiera la presencia de un pastor alemán magníficamente adiestrado conseguía serenarla. Para distraerse de la sensación de terror puso la televisión pero la apagó en el acto, pues pensó que el televisor no le dejaría oír los pasos en la escalera. Muy pronto su estado empezó a parecerse a un ataque de pánico, no se pudo obligar a enchufar el molinillo de café porque haría demasiado ruido y se tomó un café instantáneo, que no le aportó ni energía ni calor y sólo le dejó un regusto ácido en la boca. Todo se le caía de las manos, incluso el abrelatas, de modo que apenas consiguió comer algo. Agotada por los vanos intentos de dominar el miedo, se echó en el sofá y trató de concentrarse. ¿Qué diferenciaba ese día del anterior? ¿Por qué había acontecido ahora y no hacía una semana? Porque hacía una semana se encontraba en Italia y antes de esto ni había oído hablar de un tal Brizac. ¿El archivo? Chernyshov había ido al archivo al inicio mismo de la investigación, y su visita no había provocado ninguna reacción. Nastia no preocupaba a nadie mientras se llevaban a cabo los interminables interrogatorios de Kartashov y del matrimonio Kolobov, la requisa de la casete del contestador de Kartashov había sido acogida con tranquilidad. Así que Brizac era el quid de la cuestión. ¿Por qué? ¿Y cómo se habían hecho con la llave del apartamento?
¿Qué más había pasado hoy? A última hora de la tarde llegó Oleg Mescherínov y le enseñó apuntes detallados del sumario de Yeriómina madre. Resultaba que había llevado una vida muy desordenada, a menudo traía a casa compañeros accidentales de juerga, a los que dejaba dormir en su cama mientras mandaba a su hija de corta edad a jugar sola en la cocina y muchas veces se olvidaba de darle de comer. Fue precisamente uno de esos compañeros accidentales a quien mató clavándole el cuchillo de cocina cuando estaba tendido en la cama y, satisfecha, se durmió al lado del cadáver. Cuando despertó, algo más sobria, salió del apartamento dando voces y tropezó con unos vecinos y peatones caritativos que llamaron a la policía.
Al escuchar al estudiante, Nastia reflexionaba sobre el mejor modo de abordar el asunto de su visita a la viuda de Kosar y la maldita libreta. No quería ponerse a malas con Oleg; primero, porque había venido a hacer prácticas justamente para aprender, no para escuchar amonestaciones; y segundo, porque tenían que seguir trabajando juntos y no convenía estropear las relaciones. Nastia optó por empezar con rodeos.
– ¿A qué se dedicaba Yeriómina? ¿Cómo se ganaba la vida?
– Era portera -contestó Oleg sin inmutarse tras consultar los apuntes.
– ¿Había sido procesada con anterioridad al asesinato?
– Sí, por un robo.
– ¿A qué se dedicaba Yeriómina antes de su primera detención?
Mescherínov hojeó el bloc de notas.
– No lo he apuntado. No creo que el sumario lo mencione. ¿Tiene alguna importancia?
– Es probable que no. Pero usted, Oleg, debería ser más meticuloso. El sumario sí lo menciona. No lo tome a mal pero no está preparado todavía para trabajar solo. En vez de aprender, hacer preguntas y obtener respuestas, usted lo que quiere es tomar decisiones y opinar. Seré yo la que decida qué es lo que tiene importancia y qué no la tiene, su tarea consiste en proporcionarme hechos. Los analizaremos juntos y le mostraré cómo debe interpretarlos y valorarlos. ¿De acuerdo?
– De acuerdo -gruñó Oleg recogiendo los papeles de la mesa.
– ¿Qué libreta ha requisado a la viuda de Kosar?
El muchacho se quedó inmóvil, un espasmo le contrajo brevemente una mejilla y la cicatriz encima de la ceja, normalmente apenas visible, se congestionó. No dijo nada.
– Estoy esperando -le recordó Nastia-. Démela. No voy a montarle una escena por haberme ocultado que la ha cogido. Ha incurrido en una falta sancionable pero sólo está aquí de prácticas, no ha acabado aún los estudios, por lo que prescindiremos de informes y castigos. Únicamente tiene que recordar que esas cosas no se hacen.
Mescherínov no salía de su obstinado mutismo, la mirada fija en la ventana.
– ¿Oleg, qué ocurre?
A Nastia le dio mala espina pero apartó de sí los agoreros pensamientos.
– Anastasia Pávlovna, lo siento muchísimo pero… la he perdido -dijo por fin trabajosamente.
– ¿Cómo que la ha perdido? -preguntó Nastia con un hilo de voz-. ¿Dónde?
– No lo sé. Se la traje aquí, usted no se encontraba en el despacho. Cuando regresó quería dársela en seguida, metí la mano en el bolsillo y ya no estaba. Por eso no le dije nada. Tenía miedo a que me riñera.
– Ya le estoy riñendo. Lo que no va en lágrimas va en suspiros. ¿Acaso esperaba que nadie se diera cuenta, pensaba que de alguna manera todo se arreglaría solo?
Oleg asintió con la cabeza.
– En este caso tiene que aprender una regla más. No la he inventado yo sino los físicos. Suelen decir: «Cualquier cosa que pueda ir mal, irá mal por narices. Todo aquello que no pueda ir mal, también irá mal un día.» Aplicada a nuestro trabajo, significa que nada se arregla solo nunca, nada desaparece sin dejar rastro y de ningún modo se debe contar con que desaparezca. Cualquier error hay que intentar rectificarlo de inmediato, ¿me oye? De inmediato, y cuanto antes, mejor. Porque cada minuto de retraso entraña el peligro de que ya sea demasiado tarde para rectificar lo que sea. ¿Ha comprendido?
El volvió a asentir con la cabeza.
– ¿Cuándo ha visto la libreta por última vez?
– En casa de Kosar.
– ¿Dónde la guardó?
– En el bolsillo de la chaqueta. Cuando usted vino ya no estaba allí.
– ¿Se detuvo en algún lugar mientras se dirigía de la casa de Kosar a Petrovka?
– No.
– ¿Se quitó la chaqueta en algún momento?
– Sólo cuando vine aquí, al despacho.
– ¿Entró alguien en el despacho mientras yo no estaba?
– Más de uno. Korotkov, Lártsev, luego ése… el guapo aquel, no recuerdo cómo se llama.
– ¿Igor Lesnikov?
– Sí, sí, ese mismo. También vino Kolia.
– ¿Seluyánov?
– Sí. También algunos más, todos preguntaban por usted.