Nastia tomó nota de la declaración de Máslennikov meticulosamente, pensando con angustia que había dado otro golpe en falso. No había conseguido encontrar la menor discrepancia entre la declaración de Kartashov y la de Máslennikov. Lo cual no dejaba al pintor libre de toda sospecha, pero el hilo al que Nastia quería agarrarse para desmadejar el ovillo volvía a escurrírsele de los dedos. ¡Ay, Lártsev, Lártsev! ¿Por qué no habrás dedicado una hora más a hablar con Kolobova? ¿Por qué has pasado por alto la existencia de un contestador automático en el piso de Kartashov? ¿Por qué no has averiguado cómo dio Kartashov con el doctor Máslennikov? Habían perdido un mes entero. La hipótesis sobre el trastorno mental, que provocó la pérdida de orientación y, como consecuencia, fue la causa de la desaparición de Victoria Yeriómina, había exigido esfuerzos ímprobos para su verificación. «Y todo porque a ti, Lártsev, esta hipótesis te había hecho tilín y redactaste los protocolos a medida, prescindiendo de detalles que en tu opinión importaban poco y para los que simplemente no tenías tiempo. Por supuesto, no se podía descartar que fuera esa hipótesis la que más se acercaba a la verdad pero tenías que haber comprobado otras también, aquellas que no pudieron ser formuladas justamente porque faltó la información que habías desechado. Eres un ser humano, se te parte el alma al saber que tu hija está sola en casa y a punto de desmandarse, y no obstante…»
Nastia terminó de redactar el protocolo y se lo tendió a Máslennikov.
– Léalo con atención. Si encuentra una sola palabra con la que no está conforme, la corregiremos. Después, firme en cada página. ¿Me permite hacer una llamada?
– Por supuesto -respondió el médico acercándole el teléfono-. Marque el nueve.
Nastia llamó a Olshanski.
– Soy Kaménskaya, buenas tardes. ¿Tiene alguna cosa para mí?
– Sí -resonó en el auricular la voz atiplada del juez de instrucción-. Han llegado los resultados del examen perital de la cinta.
– ¿Y qué dicen? -A Nastia le dio un vuelco el corazón y empezó a latirle aceleradamente.
– El mensaje de la cinta número uno había sido borrado. Entre otros mensajes de esa cinta ninguna voz pertenece a Yeriómina. ¿Satisfecha?
– No lo sé. Tengo que pensarlo.
– Pues piensa, piensa. Mañana estaré todo el día fuera, voy a asistir a una reconstrucción de hechos. Si se presentara alguna emergencia, llama a la comisaría Otrádnoye del distrito Norte.
Al salir de la clínica psiquiátrica número 15, donde trabajaba el doctor Máslennikov, Nastia se dirigió a su casa, situada en la carretera de Schelkovo. El camino era largo y le dio tiempo para reafirmarse en su impresión de que las sospechas relacionadas con Borís Kartashov no estaban del todo infundadas. Si no hubiera sido Kartashov sino alguien más quien deseaba destruir el mensaje grabado en la dichosa cinta, la habría borrado o simplemente robado. Pero Borís, que conservaba las casetes usadas por si acaso, jamás lo habría hecho. Concordaba con su estilo personal borrar un solo mensaje, justamente el que amenazaba con poner en evidencia su implicación en el asesinato de Vica Yeriómina, y conservar todos los demás «por si las moscas». Nastia estaba casi segura de que el mensaje borrado arrojaba luz sobre la desaparición de la joven.
Nastia entregó a Gordéyev la hoja de papel con la descripción de una nueva tarea para Misha Dotsenko y se encerró en su despacho. Había decidido pasar esta jornada sentada delante de su mesa de trabajo en vez de corriendo por las calles. Tenía que poner en orden sus ideas y organizar la información recabada en una especie de sistema.
Enchufó el infiernillo, encontró en un cajón de la mesa un bote de café instantáneo y una caja de terrones de azúcar, acercó el cenicero, colocó delante de sí unas cuantas cuartillas en blanco, encabezó cada una con un titular que nadie más que ella sabría descifrar y se sumergió en el trabajo.
El tiempo pasaba, el cenicero se llenaba de colillas, las cuartillas, de frases, palabras sueltas, cuadraditos, circulitos y flechas… Cuando llamaron a la puerta, Nastia decidió no abrir. Si el jefe la necesitara, la llamaría por el teléfono interior. En cuanto a los compañeros, le daba cierto reparo hablar con ellos. Quería evitar esa situación que la obligase a mirar a su interlocutor en los ojos, sonreírle amablemente y para sus adentros pensar: «¿No serás tú aquel a quien se refería el Buñuelo?»
Pero quienquiera que estuviera al otro lado de la puerta no se iba sino que seguía llamando con insistencia. Nastia se acercó e hizo girar la llave en la cerradura. En el umbral apareció Volodya Lártsev.
– Perdona, Aska, me urge hacer una llamada pero en nuestro despacho Korotkov se ha colgado del teléfono.
Los ojos de Lártsev parecían más pequeños, en el último año había perdido mucho peso, su cara tenía un color ceniciento. Cuando empezó a marcar, Nastia advirtió que le temblaban las manos.
– ¿Nadia? ¿Dónde has estado?… Hoy tenéis cinco clases, debías estar en casa a la una y media… Ah, bueno, vale… ¿Has comido?… ¿Por qué?… ¿Acabas de entrar?… ¿Qué notas traes?… Buena chica… Bien hecho… ¿Cómo que suspenso en geografía? ¿No tenías los mapas mudos?… Bueno, mi pequeña, sobreviviremos, intentaré comprarlos, te lo prometo… ¿A casa de qué amiga?… ¿Qué Yula es ésa? ¿De tu grupo?… ¿De la casa de al lado? ¿Y de qué la conoces?… ¿En el patio? ¿Cuándo fue?… Nadiusa, quizá sea mejor que venga ella a nuestra casa, ¿eh? Allí jugaréis… Ah, ya, que son juegos de ordenador… Entonces, claro que sí. ¿Tiene teléfono tu Yula?… ¿No sabes el número?… ¿Cómo se apellida?… Tampoco lo sabes… Pero la dirección, el número del apartamento, algo… ¿Nada? Bueno, quedemos así. Ahora come algo, volveré a llamarte dentro de media hora y entonces decidiremos qué hacer con Yula. No se te olvide, la compota está en la olla, junto a la ventana. ¡Hasta ahora!
Lártsev colgó y miró a Nastia compungido.
– ¿Puedo hacer otra llamada?
– Adelante. Oye, Volodka, eres un verdadero cancerbero. ¿Por qué no dejas que tu hija vaya a casa de su amiga a jugar con el ordenador?
– Porque necesito saber con toda exactitud adonde va y para qué, y cómo va a volver a casa. A las cinco ya habrá anochecido. ¿Oiga? ¿Yekaterina Alexéyevna? Hola, buenos días, soy el padre de Nadia Lártseva. Disculpe la molestia, ¿no conoce por casualidad a una familia que vive en su escalera, tienen una hija, Yula, de unos once años más o menos? ¿Los Obraztsov? ¿Qué clase de gente son?… ¿No tendrá su teléfono?, ¿sabe en qué piso viven?… Gracias, muchísimas gracias, Yekaterina Alexéyevna. Una pregunta más: en aquella familia, ¿suele haber algún adulto en casa por la tarde?… ¿La abuela? ¿Cómo se llama?… Una vez más, muchísimas gracias. Es un verdadero ángel de la guarda, ¡no sé qué haría yo sin usted! ¡Que le vaya bien!
– ¡Vivir para ver! -se admiró Nastia-. Con estas dotes de detective, si un día las pusieras al servicio de la sociedad…
Y se cortó. No tenía la menor intención de discutir con Lártsev la calidad de su trabajo, sobre todo, el del último mes. Había dado su palabra a Olshanski de que se abstendría de regañar a Volodya. Además, tal regañina les llevaría a hablar de detalles de la investigación del asesinato de Yeriómina, cosa que Gordéyev le había prohibido terminantemente. Pero Lártsev no pareció ni siquiera haber oído las palabras que ella había dejado escapar tan imprudentemente.
– Cuando tengas una hija de once años, lo comprenderás. Cada día que amanece la machaco con lo de los desconocidos que ofrecen caramelos a las niñas y aun así, si al terminar las clases se retrasa tan sólo diez minutos, me muero de miedo. No me canso de repetirle: «No salgas corriendo a la calzada, cruza la calle sólo allá donde hay semáforos, mira primero a la izquierda, luego a la derecha, si hay un autobús parado, pasa detrás de él, si es un tranvía, ve por delante.» Y cada día de Dios estoy con el alma pendiente de un hilo, cuando me la imagino bajo las ruedas… Ay, Aska -la voz le tembló y los ojos le brillaron traicioneramente-, pide a Dios que te ahorre conocer ese tormento de cada día. Tengo suficiente con haber perdido a la mujer y al pequeño, no soportaría otro golpe… ¿Puedo utilizar el teléfono?