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— ¿Qué le pasa Artiomov, se ha quedado pasmado? — oí la exclamación de Kramer.

— Perdone, estaba soñando — respondí, estremeciéndome por la sorpresa.

Miré a mi alrededor: el cono del invernadero había cambiado de aspecto. Por las estrechas pasarelas volaban jóvenes muchachas con cestas. Sus vestidos de colores vivos y variados destacaban del fondo verde, como flores. Las jóvenes recogían los frutos. Una suave música acompañaba su trabajo.

— ¡Un cuadro mitológico! — prorrumpió en carcajadas Kramer—. ¡Muchachas estelares! ¡Un cuento de nuestros días! Muy pronto van a ser sustituidas por autómatas… Sin embargo, es hora de irnos. Aún no ha visto el laboratorio. No se encuentra en la Estrella Ketz. Allí hay ingravidez completa. Será necesario cambiar de traje y volar una larga distancia. Usted debe ya dominar el cohete portátil. ¡Sépalo: si esta vez se va, no iré detrás a buscarle!

Pero esta vez yo «disparaba» ya con más destreza y no me separaba de Kramer. A pesar de esto, la travesía celeste me causó algunas emociones. Noté que mi pierna derecha se enfriaba. ¿No habrá algún deterioro en el traje por el que penetra el frío espacial? Pero resultó que la pierna estaba a la sombra. Giré la pierna a la luz y se calentó.

Llegamos al laboratorio. Tiene forma de cilindro. En el interior estaba dividido por tabiques de vidrio. De un compartimiento a otro había que pasar a través de una cámara de «aislamiento», debido a que la presión y composición del aire en cada compartimiento eran distintos. En uno de los lados del cilindro, en toda su longitud, había ventanas, en el opuesto, plantas. Algunas de ellas estaban plantadas en recipientes de vidrio para poder observar el desarrollo de las raíces. Esto me chocó: las raíces no aman la luz. Parte de las plantas estaban en bancales, otras, en macetas puestas en fila en el aire. Y crecían ellas de extraña manera. Las ramas y hojas crecían en forma de radiación desde la maceta hacia las ventanas. En algunas, las raíces se desarrollaban «hacia arriba», y otras «hacia abajo». Pero casi todas las raíces se encontraban en la parte sombría. La falta de fuerza de gravedad había anulado la fuerza de geotropismo y aquí, por lo visto, la «dirección» del crecimiento estaba regido sólo por el heliotropismo, o sea, la fuerza que dirige las plantas hacia la fuente de luz.

— ¡Déjame! ¡Vete! ¡Te digo que te vayas! — oigo una voz femenina y la risa de Kramer.

Miro al final del laboratorio y veo a través de los cristales una joven con un vestido color lila. Está volando allí cerca del «techo» y Kramer está tras ella empujándola. La joven va de un lado a otro, se golpea en «paredes» y «techo» sin poder parar. Por lo visto tiene que ir a una mata verde oscura, pero en el mundo de la ingravidez, no es tan fácil hallar la posición necesaria.

Me acerco a ellos. Parece que la he visto en alguna parte. ¡Sí, claro, es la que vive en la habitación de Tonia! O sea, que tendré que trabajar con ella. Yo la miro de lado y arriba, ella y Kramer se ríen al ver mis absurdos movimientos. Me siento como un pez fuera del agua. Pero la joven no lo hace mejor que yo. Sólo Kramer tiene la destreza suficiente, como un pez en el agua. Él continúa girando al lado de ella, poniéndola tan pronto cabeza abajo como arriba. Ella se enfada y ríe. Luego Kramer me mira y dice:

— Conózcanse. Es Zorina.

— Ya nos conocemos — contesta ella y me saluda con la cabeza.

— ¿Ah, ya se conocen? Mucho mejor — exclama con enojo Kramer—. Bueno, vamos Artiomov. El baño está al lado. Antes y después del trabajo nos bañamos aquí.

Por estrechos pasos llegamos a un nuevo cilindro — «antebaño»— de un diámetro de cerca de cuatro metros y casi igual longitud. Allí nos desnudamos, pasamos por un agujero redondo y llegamos al «baño». Esto es un cilindro del mismo diámetro pero mucho más largo. Paredes lisas de aluminio, iluminación lateral, y ni una gota de agua. Me paro en el mismo centro del cilindro y no puedo de ninguna manera llegar a sus paredes. Estoy flotando en el aire, en el vacío. Kramer está ocupado en la entrada. Pero he aquí que ha girado una palanca, se oye un ruido, y del grifo situado en el fondo del cilindro, empieza a salir agua. El chorro de agua a presión me golpeó transformándose en gotas y bolitas. Salí despedido a un lado. Las bolitas de agua saltaban a mi alrededor, chocaban unas con otras y aumentaban de volumen.

En este mismo instante el cilindro empezó a girar sobre su eje más y más rápido. Se originó una fuerza centrífuga. Las gotas y bolitas empezaron a juntarse y sedimentarse en las paredes. Y muy pronto éstas estaban cubiertas por un metro de agua. El agua estaba en todos lados, a la derecha, a la izquierda, arriba formando techo. Sólo la parte central del cilindro estaba vacío. Sentí que empezaba a «atraerme». Después de unos segundos puse mis pies en el «fondo». Kramer estaba en la pared contraria del cilindro de cara hacia mí. Los dos nos sentíamos plenamente estables: caminábamos por el fondo, nadábamos, nos sumergíamos. Me encantó este singular baño. El peso del cuerpo era mínimo y se nadaba con facilidad.

Kramer fue a la abertura de entrada y giró la palanca. El agua empezó a marchar por unos diminutos orificios, el movimiento del cilindro disminuyó. Cuando se paró por completo ya no había agua en el baño y nuestros cuerpos eran ingrávidos de nuevo.

En el vestidor, al hacer un movimiento violento se me escapó mi vestido y pasé apuros para darle alcance. En este mundo de la ingravidez las cosas se portan de manera extraña. Al más pequeño golpe se van, empiezan a volar de un ángulo a otro, de una pared a otra y… ¡Prueba a atraparlos!

— ¿Qué le parece Zorina? ¿Verdad que es bonita? — me preguntó de improviso Kramer, con cara maliciosa y sombría—. ¡Vaya con cuidado! — terminó con tono amenazador.

¿Tendrá celos de mí por Zorina? ¡Vaya extravagancia!

— Bien, ahora le acompañaré al laboratorio zoológico — dijo Kramer mirándome con desconfianza—. Podemos llegar a él por los «túneles». Le llevaré allí y me iré.

Así lo hizo. Me dejó en la misma puerta del laboratorio y al despedirse repitió de manera significativa:

— ¡Así que téngalo en cuenta!

— ¿Qué es lo que tengo que tener en cuenta? — dije sin contenerme.

Su rostro de pronto se contrajo.

— ¡Si usted no lo tiene en cuenta, ya lo tendré yo! — musitó entre dientes y se alejó.

— ¿Qué le pasa a este hombre?

Ya había tomado el puño de la puerta, cuando Kramer volvió. Sujetándose con la punta de los pies en la correa de la pared, estaba ante mí en un ángulo de sesenta grados y dijo:

— Y además ahí va eso. ¡Yo no le creo! ¿Para qué ha venido aquí? ¿No será para ponerse al corriente de los trabajos de Shlikov y volver otra vez a la Tierra presentando estos trabajos como suyos? ¡Shlikov es un genio! Y yo no permitiré a nadie…

— ¡Oiga Kramer! — me indigné ya—. O usted está enfermo, o debe responder de sus actos. Usted me ofende sin ningún fundamento. ¡Piense bien las idioteces que está diciendo! ¿Quién puede dar por suyos unos trabajos de otro? ¿Y para qué? ¿No se da usted cuenta en qué tiempo y dónde vivimos?

— ¡Pues recuérdelo! — me interrumpió, y haciendo un enorme salto desapareció en el túnel.

Me quedé desconcertado. ¿Qué será esto? Maquinalmente abrí la puerta y entré en el laboratorio.

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