En la abertura del tabique se movió algo. Vi la mona y la rizada cabeza de John. Con sus dedos metidos en su espesa y enmarañada cabellera, la mona estaba sentada en la cabeza del negro.
— ¡Camarada profesor! ¿Usted no ha desayunado aún? — dijo John.
— ¡Fuera! — gritó Tiurin.
La mona emitió un chillido.
— Mire y «Mikki» también lo dice. Tome un poco de café caliente — insistió John.
— ¡Púdrete, márchate! ¡Vete con tu chillona!
La mona emitió un sonido aún más agudo.
— ¡No me la llevo hasta que usted no desayune!
— Bien, bien. Ya empiezo, bebo, como. ¿Lo ves?
Tiurin acercó el balón con cuidado y, abriendo el grifo del tubo, chupó una y otra vez.
La mona y la cabeza del negro desaparecieron, pero a los pocos minutos salieron de nuevo en el agujero. Así se repitió hasta que, a juicio del negro, el profesor no tomó lo suficiente para reconfortarse.
— Y esto cada día — dijo Tiurin con un suspiro—. Son mis verdugos. Claro está que sin ellos me olvidaría por completo de comer. ¡La astronomía es, amigo mío, tan apasionante…! ¿Usted piensa que la astronomía es una ciencia? ¡Ja! Hablando sinceramente, es una concepción del mundo. Una filosofía.
«Ya empieza», pensé asustado. Y, para esquivar el tema peligroso, pregunté:
— Dígame, por favor. ¿Cree usted necesario que vaya un biólogo a la Luna?
Tiurin volvió con cuidado la cabeza y me miró escrutador, con desconfianza.
— ¿Y usted qué, no quiere ni hablar de filosofía?
Recordando los consejos de Kramer, contesté apresuradamente:
— Todo lo contrario, yo me intereso mucho por la filosofía, pero ahora… falta muy poco tiempo, y es necesario prepararse. Yo quería saber…
Tiurin se volvió al ocular del telescopio y enmudeció. ¿Se habrá enfadado? Yo no sabía cómo salir de esta situación embarazosa. Pero Tiurin, de improviso, empezó a hablar:
— Yo no tengo a nadie en la Tierra. Ni esposa, ni hijos. En el sentido ordinario de la palabra, estoy solo. Pero mi casa, mi patria, son toda la Tierra y todo el cielo. Mi familia son todos los trabajadores del mundo: los buenos mozos como usted.
Al oír este cumplido me sentí aliviado.
— ¿Usted piensa que aquí, sentado en este nido de arañas, he perdido el contacto con la Tierra, con sus intereses? No. Nosotros llevamos a cabo una gran tarea. Usted tendrá tiempo de conocer todos los laboratorios que hay en la Estrella Ketz.
— De algo me he enterado ya en la biblioteca. «La Columna Solar»…
Tiurin extendió la mano suavemente, conectó su aparato «secretario automático» y dictó algunas frases; por lo visto grababa sus últimas observaciones o ideas. Luego continuó:
— Yo observo el cielo. ¿Y qué es lo que más sorprende a mi mente? El eterno movimiento. El movimiento es vida. El cese del movimiento, la muerte. Movimiento es felicidad. La falta de independencia, el paro, son sufrimiento, desdicha. La dicha está en el movimiento, el movimiento de los cuerpos, de las ideas. Fundándose en esto se puede erigir incluso una moral. ¿No cree usted?
— Creo, que usted tiene razón — pude decir al fin—. Pero esta profunda idea es necesario meditarla bien.
— ¡Ah! ¿Usted, de todas maneras, cree que ésta es una profunda idea? — exclamó alegre el profesor y, por primera vez, se volvió hacia mí rápidamente. La telaraña empezó a oscilar. Menos mal que aquí es imposible caerse…
— Voy a profundizar esta idea sin falta — dije, para ganarme la simpatía de mi futuro compañero de viaje—. Pero ahora vendrá a por mí el camarada Kramer, y yo quería…
— Pero, ¿qué es lo que quiere saber? ¿Si será necesario un biólogo en la Luna? Pues…, la Luna es un planeta completamente muerto. En él no existe en absoluto la atmósfera, y por esto, no puede haber vida orgánica. Así está admitido pensar. Pero yo me permito pensar de diferente manera. Mi telescopio… Sí, venga, dé una mirada a la Luna. Afírmese a estos cordones. ¡Con cuidado! ¡No tropiece con los libros! ¡Así! Bueno, dele un vistazo…
Yo miré al objetivo y quedé admirado. La superficie de la Luna se veía muy cerca, se distinguían hasta algunos bloques de piedra y grietas. El borde de uno de los bloques relucía con fulgores de diferentes colores. Seguramente eran originados por el brillo de rocas cristalinas.
— Bueno. ¿Qué dice usted? — dijo el profesor, satisfecho.
— Me parece que veo la Luna más cerca que la Tierra desde la Estrella Ketz.
— Sí, pero si mirara a la Tierra desde mi telescopio podría admirar su Leningrado… Pues bien: yo creo, basándome en mis observaciones, que en la Luna existen gases, por lo menos en cantidades insignificantes, y, por lo tanto, pueden haber también algunos vegetales… Mañana vamos a volar para comprobarlo. Yo, en suma, no soy amigo de los viajes. Desde aquí lo veo todo. Pero nuestro director insiste en hacer esta expedición. La disciplina ante todo… Ahora volvamos a nuestra conversación sobre la filosofía del movimiento.
«El movimiento rectilíneo infinito de puntos en el espacio es un absurdo. Tal movimiento no se diferencia de la inmovilidad. El infinito delante, el infinito detrás…, no hay proporción. Cualquier parte del camino recorrido, en comparación con el infinito es igual a cero.
«Pero, ¿qué hacer con el movimiento en todo el cosmos? El cosmos es eterno. El movimiento en él no cesa. ¿Será posible que el movimiento del cosmos sea también un absurdo?
«Durante algunos años razoné sobre la naturaleza del movimiento, hasta que encontré, por fin, dónde estaba lo esencial de la cuestión.
«El asunto resultó ser completamente fácil. El hecho es que en la naturaleza no existe en absoluto el movimiento infinito ininterrumpido, ni rectilíneo, ni curvo. Todo movimiento es intermitente, he aquí el secreto. Mendeleiev ya demostró la regularidad de intermitencia de las dimensiones (¡incluso las dimensiones!), en este caso concreto, los átomos. La doctrina de la evolución se cambia, o mejor, se profundiza en la genética, dando más importancia al desarrollo de los organismos en impulsos, en mutaciones. La intermitencia de las magnitudes magnéticas fue demostrada por Weiss; la intermitencia de las radiaciones por Blanck; la intermitencia de las características térmicas por Konovalov. El cosmos es eterno, infinito, pero todos los movimientos en el cosmos son intermitentes. Los sistemas solares nacen, se desarrollan, envejecen y mueren. Se originan nuevos sistemas diferentes. Tienen fin y principio y, por lo tanto, tienen proporción de medida. Lo mismo sucede en el mundo orgánico… ¿Usted me comprende? ¿Sigue usted el hilo de mis ideas…?
Por fortuna, asomó de nuevo en el agujero la cabeza del negro con la mona.
— Camarada Artiomov. Kramer le espera en la cámara atmosférica — dijo el negro.
Apresuré mi despedida con el profesor y salí de aquel rincón de arañas.
Tengo que confesar que Tiurin me obligó a pensar en su filosofía. «La felicidad en el movimiento»… ¡Pero qué cuadro tan desalentador ofrece a simple vista el creador de la filosofía del movimiento! Perdido en el oscuro espacio del cielo, rodeado de telarañas, inmóvil, colgando meses, años… Pero él es feliz, esto es indudable. La falta de movimiento del cuerpo lo compensa con el intensivo movimiento de ideas, de células cerebrales.