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En los campos, huertos y frutales trabajaban hombres con vestidos de verano y sombreros de anchas alas…

Unos minutos estuvimos parados llenos de admiración. Finalmente mi camarada exclamó:

— ¡Vaya! ¡Esto sobrepasa los límites de lo asombroso! ¡Es un cuento de «Las Mil y Una Noches»!

Por un camino radial nos dirigimos hacia el centro del oasis. De vez en cuando miraba hacia el cielo, de donde salían los misteriosos rayos. El deslumbrante cuarto creciente iba transformándose en un disco como un sol.

A nuestro encuentro, por el camino cubierto de arena entre los naranjos cargados de fruta, iba un hombre de bronceada tez con camisa blanca, pantalones también blancos hasta la rodilla y sandalias. Su sombrero de anchas alas dejaba su cara en la sombra. Desde lejos nos saludó levantando el brazo. Al llegar hasta nosotros dijo:

— Buenos días, camaradas. Ya me habían comunicado vuestra llegada. De todos modos, son ustedes audaces, ya que se las han arreglado para pasar por nuestra zona de ciclones.

— Sí, tienen buenos guardianes — exclamó unos de mis acompañantes, riendo.

— No tenemos por qué protegernos — replicó el hombre del vestido blanco—. Los torbellinos en los límites son, por decirlo así, un fenómeno suplementario. Pero, si quisiéramos, podríamos crear una barrera de remolinos a través de la cual no se atrevería a pasar ningún ser vivo. Y una rata y un elefante, con igual facilidad serían elevados a decenas de kilómetros y lanzados hacia atrás, en el muerto desierto de nieve. Ustedes, sin embargo, se han expuesto a un gran peligro. En la parte oriental existe un paso cubierto, por el cual se puede penetrar sin ningún peligro hasta aquí, a través de la «zona borrascosa»… Bien, vamos a presentarnos: Kruks, Villiam Kruks, director del oasis experimental. ¿Ustedes por lo visto no sabían que aquí existía este oasis? Por lo demás, se puede adivinar por sus asombrados semblantes. El oasis no es un secreto. Se habló de él en los periódicos y por la radio. Pero no me sorprende vuestra falta de información. Desde que la Humanidad se ha tomado en serio la tarea de transformación del mundo, en todas las partes del Universo se llevan a cabo tantos trabajos que es difícil estar al corriente de todo. ¿Han oído hablar de la Estrella Ketz?

— Sí — contesté yo.

— Pues bien, nuestro «sol artificial» — Kruks señaló al cielo—, debe su origen a la Estrella Ketz. La Estrella Ketz es la primera base celeste. Teniendo esta base, no nos fue difícil crear nuestro «sol». ¿Seguramente adivinan ya de qué se trata? Es un espejo cóncavo compuesto de planchas metálicas pulidas. Está situado a una altura tal, que los rayos del Sol verdadero, encontrándose más allá del horizonte terrestre, caen en el espejo y se reflejan en la Tierra verticalmente. Pongan atención en las sombras. Son verticales como en el ecuador al mediodía. Un palo clavado a la tierra verticalmente no da ninguna sombra. La temperatura en el centro del oasis es de treinta grados de calor, día y noche, durante todo el año. En los extremos del oasis es un poco más baja debido a la penetración de aire frío. A pesar que esta afluencia es insignificante, ya que el aire frío es instantáneamente elevado por la corriente ascendente. En concordancia con estas zonas de temperaturas distribuimos nuestros cultivos. En el centro, como ven, crecen incluso plantas tan amantes del calor como el cacao.

— Pero, ¿y si vuestro sol artificial se apaga? — pregunté.

— Si se apagara, los cultivos de nuestro oasis sucumbirían en unos minutos. Pero no puede apagarse mientras luzca el sol verdadero. Girando las planchas del espejo según el ángulo necesario, se puede regular la temperatura. Aquí la tenemos siempre igual. Y recolectamos varias cosechas al año. Este «sol», es tan sólo el primero entre decenas de otros que van a encenderse muy pronto en las altas latitudes del sur y norte de nuestro planeta. Vamos a cubrir con una red de tales oasis los países polares. Progresivamente irá calentándose el aire de las zonas que se encuentren entre los oasis. Crearemos un potente «sol» encima mismo del Polo Norte y derretiremos los hielos eternos. Calentando el aire y originando nuevas corrientes, protegeremos contra el frío todo el hemisferio norte. Convertiremos la helada Groenlandia en un jardín florido todo el año. Y finalmente, llegaremos hasta el Polo Sur, con sus inacabables riquezas naturales. Libraremos de los hielos a todo un continente que albergará y alimentará a millones de seres. Transformaremos nuestra Tierra en el mejor de los planetas…»

Se calló la voz. Se hizo la oscuridad. Tan sólo se oía el zumbido del aparato. Luego se hizo la luz otra vez, y vi un nuevo cuadro extraordinario.

En los espacios estratosféricos, bajo un cielo color pizarroso vuelan unos extraños proyectiles parecidos a erizos. Abajo, ligeras nubes, y encima los cúmulos… A través del manto de nubes se ve la superficie de la Tierra: las manchas verdes de los bosques los cuadrados de los sembrados, los zigzagueantes hilos de los ríos, el brillo de los lagos, las delgadas y alineadas líneas de los ferrocarriles. Los «erizos» se mueven por el cielo en diferentes direcciones, dejando tras sí colas de humo. Algunas veces los «erizos» disminuyen la velocidad de su vuelo, se paran. Entonces de ellos escapa un cegador relámpago que cae en la Tierra casi verticalmente.

…Una gran cabina. Lámparas redondas con gruesos cristales de cuarzo. Complicados aparatos desconocidos para mí. Dos jóvenes están sentados tras los aparatos. Un tercero, de más edad, está sentado ante una consola y dirige el trabajo:

— …Cinco mil… siete… Para el vuelo… Diez amperios… Quinientos mil voltios… Alto… ¡Descarga!

Uno de los que está en los aparatos tira de una palanca. Un seco estampido de extraordinaria fuerza rompe el silencio, sale un relámpago y se precipita a la Tierra.

— ¡Adelante, a toda marcha…! — ordena el mayor.

Vuelve la cara hacia mí y dice:

— Usted se encuentra en una central eléctrica atmosférica. Es también una empresa de la Estrella Ketz.

Al construir la Estrella Ketz nosotros pudimos investigar la estratosfera, y con completa meticulosidad estudiamos la electricidad atmosférica. Sabíamos de ella desde muy antiguo. Se había incluso intentado su utilización con fines industriales. Pero estos intentos no tuvieron éxito debido a la ínfima cantidad de electricidad existente en la atmósfera. Se calculaba que, sobre un kilómetro cuadrado se acumulaban sólo 0,04 kilovatios hora de energía. Esto ocurre si se toman las capas de la atmósfera cercanas a la superficie de la Tierra. Las descargas de los relámpagos dan mucho más: 700 kilovatios hora durante una centésima de segundo. Pero los relámpagos son raros. Es muy diferente en las altas capas de la atmósfera. Allí la cosa cambia.

Viviendo en la Tierra, nos encontramos en el fondo de un océano de aire. Comparativamente, hace mucho que los hombres aprendieron a utilizar las corrientes de aire horizontales que hinchaban las velas de los navegantes y giraban las alas de los molinos de viento. Después descubrieron las causas de estas corrientes: el desigual calentamiento del aire por los rayos del sol. Luego, cuando los hombres aprendieron a volar, descubrieron que por la misma causa se originan también movimientos del aire, verticalmente, de abajo arriba y de arriba abajo. Y, finalmente, no hace mucho se estableció que en nuestro océano aéreo, debido a la atracción del Sol y sobre todo de la Luna, tienen lugar los mismos flujos y reflujos que en los océanos de agua. Pero como sea que el aire es casi mil veces más ligero que el agua, se comprende que estos fenómenos sean mucho más fuertes. La atmósfera, en relación con los flujos y reflujos, se comporta aproximadamente como el océano acuoso en la profundidad de ocho kilómetros.

La Luna atrae la masa atmosférica y nuestro océano de aire se levanta, se hincha en dirección a la Luna. Resultan unos enormes movimientos periódicos de las capas aéreas. Estos flujos y reflujos van acompañados de la fricción de las partículas gaseosas, las cuales están fuertemente ionizadas. Por esto las altas capas de la atmósfera son buenas conductoras de las ondas de radio. Y he aquí que en estas capas de la atmósfera fuertemente ionizadas, en sus movimientos con relación a los polos magnéticos de la Tierra, se excitan como en el conductor de corrientes inductoras de Foucault.

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