El sofá chirrió cuando él se sentó.
– ¿Podría localizar a su hijo? Verá, podría ser compatible -dijo Ricky, que cada vez mentía con mayor facilidad.
– Está muerto -indicó la mujer con más frialdad.
– ¿Muerto? Pero ¿cómo…?
– Muerto para todos nosotros. -La señora Collins sacudió la cabeza-. Muerto para mí. Muerto y despreciado. Sólo nos ha causado sufrimiento, padre. Lo siento.
– ¿Cómo ocurrió?
– Todavía no ha ocurrido -aclaró la mujer, sacudiendo de nuevo la cabeza-. Pero será muy pronto, creo.
Ricky se recostó, lo que provocó el mismo chirrido.
– Me parece que no acabo de entenderla -dijo.
La mujer se agachó y tomó un álbum de recortes de un estante bajo la mesilla de centro. Lo abrió y volvió unas páginas. Ricky pudo atisbar artículos periodísticos sobre deportes y recordó que Daniel Collins era deportista en el instituto. Había una fotografía de su graduación, seguida de una página en blanco. La mujer se detuvo en ella y le pasó el álbum.
– Vuelva esa página -dijo con amargura.
Centrado en una sola hoja del álbum figuraba un único articulo del Tampa Tribune. El titular rezaba:
HOMBRE DETENIDO TRAS UNA MUERTE EN UN BAR Había pocos detalles, aparte de que habían detenido a Daniel Collins hacia poco más de un año, acusado de homicidio después de una pelea en un bar. En la página adyacente, otro titular:
EL ESTADO PEDIRÁ LA PENA DE MUERTE PARA EL HOMICIDA DEL BAR Este articulo, recortado y pegado en el centro de otra página iba acompañado de una fotografía de un Daniel Collins de mediana edad mientras era conducido esposado a un juzgado. Ricky echó un vistazo al articulo del periódico. Los hechos del caso parecían bastante simples. Dos borrachos se habían peleado. Uno de ellos había salido a la calle y esperado a que el otro hiciera lo mismo. Empuñando un cuchillo, según la fiscalía. El asesino, Daniel Collins, había sido detenido en la escena del crimen, inconsciente, borracho, con el cuchillo ensangrentado cerca de la mano y la víctima a unos metros de distancia. El periódico insinuaba que la víctima había sido eviscerada con particular crueldad antes de robarla. Al parecer, después de haberle asesinado y robado el dinero, Collins se había tomado otra botella de whisky, y al final se había caído inconsciente en la misma escena del crimen. Un caso clarísimo.
Leyó artículos más breves sobre un juicio y una sentencia. Collins había afirmado que no era consciente del crimen porque había bebido mucho esa noche. No era una coartada demasiado buena y no había convencido al jurado. Sus miembros sólo deliberaron noventa minutos. Tardaron un par de horas más en recomendar la pena de muerte, después de que la misma justificación se presentara como atenuante y fuera denegada. Una muerte oficial, clara, envuelta y servida del modo menos desagradable.
Ricky alzó los ojos. La anciana sacudía la cabeza.
– Mi querido muchacho -se lamentó-. Lo perdí primero por culpa de esa zorra, después por culpa de la bebida, y ahora está en el corredor de la muerte.
– ;Han fijado la fecha?
– No -respondió la anciana-. Su abogado dice que pueden apelar. Lo va a intentar en un juzgado y en otro. No lo entiendo demasiado bien. Lo único que sé es que mi muchacho dice que él no lo hizo, pero eso no sirvió de nada. -Dirigió una mirada llena de dureza al alzacuellos que llevaba Ricky-. En este estado, todos amamos a Jesús, y la mayoría de la gente va a la iglesia los domingos.
Pero cuando la Biblia dice «No matarás», no parece aplicarse a nuestros tribunales. Ni a los nuestros ni a los de Georgia o Texas.
Son un mal sitio para cometer un delito en el que muera alguien, padre. Me gustaría que mi chico lo hubiera tenido en cuenta antes de coger ese cuchillo y meterse en esa pelea.
– ¿Y él dice que es inocente?
– Si. Dice que no recuerda nada de la pelea. Dice que se despertó cubierto de sangre y con ese cuchillo al lado cuando un policía lo tocó con la porra. Supongo que no recordar no es una defensa muy buena.
Ricky volvió la página, pero no había nada.
– Supongo que tengo que guardar una página -comentó la mujer-. Para un último articulo. Espero haber muerto antes de que llegue ese día porque no quiero verlo. -Sacudió la cabeza y añadió-: ¿Sabe una cosa, padre?
– ¿Qué?
– Esto siempre me ha molestado. Cuando mi chico consiguió aquella victoria contra el South Side High, en el campeonato municipal, publicaron su foto en la portada. Pero todos estos artículos en Tampa donde nadie sabía gran cosa sobre mi chico, eran artículos pequeños, en el interior del periódico, donde apenas nadie los ve. En mi opinión, si vas a arrebatar la vida a un hombre en un tribunal, deberías darle más importancia. Debería ser especial y aparecer en portada. Pero no lo es. Sólo es otro articulito que figura junto a la noticia de alcantarilla rota y a la sección de jardinería. Es como si la vida ya no fuera importante.
Se levantó y Ricky la imitó.
– Hablar sobre esto me enferma el corazón, padre. Y no encuentro consuelo en ninguna palabra, ni siquiera en la Biblia.
– Creo que debería abrir su corazón a la bondad que recuerda, hija mía, y de ese modo podrá consolarse.
Ricky pensó que en su intento de sonar como un sacerdote sus palabras resultaban trilladas e inútiles, que era más o menos lo que quería. Aquella mujer había criado a un muchacho que era, según todas las apariencias, un verdadero hijo de puta que había empezado su lamentable vida seduciendo a una compañera de clase, arrastrándola con él unos años para después abandonarla a ella y a sus hijos, y terminado matando a un hombre por ninguna razón que no fuera el exceso de alcohol. Si había algo positivo en la vida tonta e inútil de Daniel Collins, él todavía no lo había visto. Este cinismo, que le bullía en su interior, quedó más o menos confirmado por las palabras que dijo a continuación la anciana.
– La bondad terminó con esa chica. Cuando se quedó embarazada de mi hijo por primera vez, él se arruinó la vida para siempre. Ella lo sedujo, usó toda la astucia de una mujer, lo atrapó y después lo utilizó para marcharse de aquí. Ella fue la culpable de todos los problemas que tuvo mi hijo para ser alguien, para abrirse camino en el mundo.
La voz de la mujer no dejaba lugar a la duda. Era fría, abrupta y estaba totalmente aferrada a la idea de que su adorado hijo no había tenido nada que ver en los problemas que había encontrado en la vida. Y Ricky, el antiguo psicoanalista, sabía que existían pocas probabilidades de que ella advirtiese su culpabilidad. «Creamos y después, cuando la creación sale mal, queremos culpar a otros, cuando normalmente somos nosotros los responsables», pensó.
– Pero ¿usted cree que es inocente? -preguntó Ricky.
Sabía la respuesta. Y no dijo «del crimen» porque la anciana creía que su hijo era inocente de todo.
– Por supuesto. Si él lo dice, yo le creo.
Sacó del álbum de recortes la tarjeta de un abogado y se la entregó a Ricky. Un abogado de oficio de Tampa. Observó el nombre y el teléfono y dejó que la mujer lo acompañara a la puerta.
– ¿Sabe qué ocurrió con los tres niños? ¿Sus nietos? -preguntó Ricky mientras hacia un gesto con la carta falsa.
– Los dieron en adopción, según oí -contestó ella sacudiendo la cabeza-. Danny firmó algún documento cuando estaba en la cárcel, en Texas. Lo pillaron robando pero no me lo creí. Estuvo un par de años en la cárcel. No volvimos a saber de ellos. Supongo que ya habrán crecido, pero nunca he visto a ninguno, de modo que no es como si pensara en ellos. Danny hizo bien en darlos en adopción cuando esa mujer murió. Él solo no podía criar a tres niños a los que apenas conocía. Y yo tampoco podía ayudarle, al estar aquí sola y enferma. Así que se convirtieron en el problema de otras personas y en los hijos de otras personas. Como dije, nunca supimos nada de ellos.
Ricky sabía que esta última afirmación no era cierta.