Xypher todavía no podía creer lo que estaba oyendo.
Las cadenas se descolgaron tan rápido, que cayó al suelo.
– Sal de aquí, Skotos. Yo ya no puedo retenerte.
Simone estaba todavía derrumbada en el centro del suelo cuando sonó su teléfono.
Miró el número y vio que era Tate.
Dejando escapar un harapiento suspiro, se aclaró la garganta y respondió.
– Hay otro demonio asesino.
– ¿Estás seguro?
– Absolutamente. Ya conoces el procedimiento… estamos en la esquina con Rampart y Esplanade.
– Estaré allí – colgó y se secó los ojos antes de ir a la habitación de Jesse. Lo encontró a él y a Gloria revolcándose sobre su cama.
Se apartaron tan pronto la vieron.
– Um, nosotros sólo estábamos…
– Está bien, Jesse. Yo voy a encontrarme con Tate y no quería que te preocuparas. Volveré pronto.
– ¿Estás segura de ello? ¿No necesitas algo de tiempo?
– La vida continua, ¿cierto? -esa era la única lección que había aprendido- No es igual que si tuviera que planear un funeral o algo. Además, puedo hacerlo como una distracción.
Cerró la puerta y se dirigió hacia su coche.
Podrías usar tus poderes de demonio.
Sí, podría, pero ahora mismo no quería pensar en esa parte de ella. Quería su vida de regreso de la manera en que había sido antes de que Xypher la cambiara. Más que nada, quería liberarse del dolor que le laceraba el corazón.
No le llevó mucho tiempo llegar a la escena del crimen. Las luces de la policía brillaban en la oscuridad.
Salió y se dirigió hacia Tate, quién estaba solo, ante un cuerpo cubierto.
– ¿Nunca te tomas un día libre?
– No cuando el asesino es así de raro -él miró más allá de su hombro.-¿Dónde está…?
– Se ha ido. Dejémoslo así, ¿vale?
Pero por su expresión ella podía decir que las noticias lo sorprendieron, pero él no quería presionar.
– Jane Do. Las mismas heridas que Gloria y nuestro tío en el Market que estalló en llamas en una combustión espontánea por causa del gas. ¿Quieres echar un vistazo de cerca?
– Igual que un destornillador en la cuenca de mi ojo. Claro, déjame echarle un vistazo.
– Ooo, bienvenida, Sra. Snark. Te he extrañado.
Simone no respondió cuando descubrió el cuerpo y le echó un vistazo a la pobre mujer. Tate tenía razón, y cuando se agachó, un inequívoco trazo de olor la golpeó.
Kaiaphas.
El cuerpo de la mujer hedía al demonio.
Ella cerró los ojos cuando empezaron a cambiar y se forzó a si misma a calmarse. Así que el hermano de Xypher había sido todo el tiempo el asesino que estaban buscando.
Seguramente Xypher también lo había olido. ¿Por qué no se lo había dicho?
Se puso lentamente en pie.
– Voy a necesitar que el cuerpo se combustione instantáneamente otra vez, Tate.
– Claro… yo necesito algo mejor que eso.
Simone levantó la mirada pasando de ellos. Había una casa con un alero que estaba suelto.
Eso funcionaría.
Apartó a Tate con el brazo un instante antes de usar sus poderes para sacarlo rápidamente.
Esto cayó sobre el cuerpo, decapitándolo.
– Problema resuelto.
Tate jadeó ante ella y levantó su mano.
– No quiero saber cómo lo has hecho. Mi informe ya es bastante complicado.
Simone empezó a responder, pero la sensación de ser observada regresó a ella. Ésta se arrastraba sobre su piel con una maliciosa intención.
Esta vez, a causa de sus poderes, podía fijarlo.
– Estarás bien, Tate.
Ella retrocedió cuando el fotógrafo vino corriendo a sacar más fotos. Mientras Tate se encargaba de él y de los oficiales de policía, ella se deslizó en la oscuridad hacia la fuente de su incomodidad.
– Kaiaphas -llamó ella- Sé que estás ahí fuera.
Él apareció directamente detrás de ella, oliendo su pelo.
– Hueles igual que el ganado y demonio. ¿Tienes idea de cuan provocativo es eso?
– Fantástico. Tengo feromonas de demonio. Justo lo que siempre he querido.
Kaiaphas se rió.
– Xypher no te dijo nada acerca de tu familia, ¿verdad?
– No.
– Tu padre, Palackas, fue uno de los más brutales asesinos que jamás he conocido. Antes que fuera esclavizado, se le conocía por arrasar pueblos enteros, asesinar hombres, niños y a cualquiera que se pusiera en su camino.
– ¡Estás mintiendo!
– No, no lo hago. ¿Por qué piensas que su maestro estaba tan decidido a traerle de vuelta? Él era demasiado peligroso para ser incluso liberado.
Estaba mintiendo y ella lo sabía.
– Mi padre no fue así. Era un buen hombre.
Kaiaphas la agarró por la cabeza y susurró algo que ella no podía entender.
En su mente, vio a su padre de joven. No, no un humano. Era un demonio. Sus ojos eran rojos como el fuego, sus dientes mellados y afilados, cuando irrumpía a través de una antigua aldea asesinando todo lo que veía.
¿Cómo podía ser eso?
– Sabía que Palackas había desovado. Sólo que no estaba seguro de que esa fueras tú. Hueles igual que tu madre… pero no había esencia de Palackas en ti.
– ¿Cómo sabes a lo que olía mi madre?
– Yo estaba allí, Simone. ¿No lo recuerdas?
Ella jadeó cuando regresó a esa noche. Estaba otra vez en el asiento de atrás, mirando por la ventana.
Había dos hombres…
No, eran tres. Él se había inclinado y le había arrebatado el collar a su madre del cuello. Entonces se había vuelto como si la sintiera. Congelada, no podía moverse. Todo lo que podía hacer era rogar que el reposa cabezas del coche bloqueara su visión.
Entonces las sirenas de la policía habían inundado el aire.
El hombre en la tienda se había largado.
No, ellos se habían desvanecido donde estaban…
Una auténtica rabia la atravesó.
– ¡Bastardo!
Él se rió.
– Haz que parezca una muerte humana, había dicho mi maestro. Si Palackas quiere vivir como uno, puede morir como uno. Y así lo hizo. Yo asesiné a su familia sabiendo que él no viviría sin ellos. Un poderoso demonio derrotado por un simple disparo a la cabeza… pero tú ya lo sabes, ¿no es así? Tú encontraste su cuerpo. Chillando de rabia, Simone se volvió hacia él y le disparó una ráfaga de energía que le había enseñado Xypher.
Kaiaphas lo esquivó y rió.
– ¿No pensarás realmente que un truco tan deleznable funcionaría conmigo? -La afobeteó con fuerza-. ¿Sabes por qué tú madre nunca vino a verte después de su muerte? Me comí su alma, al igual que me comí la de tu hermano. Y ahora, voy a comerme la tuya.
– Prueba esto -ella lo cabeceó en los labios, partiéndoselos.
Él trastabilló. Dejando que el poder que había heredado de su padre la condujese, ella le dio una patada de tijera, golpeándole entonces lo bastante fuerte en los intestinos para levantarlo de sus pies.
La piel de Kaiaphas empezó a hervir cuando le salieron esos aserrados colmillos. Él esquivó su próximo puñetazo y la golpeó en el costado.
Levantándola por el cuello, la lanzó contra el suelo. Saliendo de la nada, él manifestó una espada.
Simone buscó un arma, una rama… algo.
No había nada a su alrededor.
– Prueba con esto.
Ella se sobresaltó al oír la profunda voz en su oído y encontrar allí un hombre que tenía un vívido ojo verde y otro marrón. Era magnífico y le tendía una pequeña espada.
Sin preguntar nada, alcanzó la espada. Al momento en que ella tocó la empuñadura, un débil brillo de poder atravesó todo su cuerpo.
Oyó voces susurrando en varios idiomas.
– Simone -esa era la voz de su padre.
– ¿Papá?
– Cierra tus ojos, pequeña, y nosotros te guiaremos.
Confiando implícitamente en su padre, hizo lo que le dijo, y al momento de quedarse a ciegas, lo vio todo con claridad.
Incluso el viento era visible para el demonio en su interior.
Kaiaphas avanzó y ella lo paró. Cuanto más fuerte le lanzaba ráfagas contra su espada, más fácil le resultaba pararlo y luchar con él. Cuanto más lo desviaba, más furioso se ponía Kaiaphas.