– ¡Xypher!
El chillido de indignación lo arrancó de su fantasía.
Un instante después, la puerta se abrió de golpe para descubrir a Simone envuelta en una húmeda toalla, fulminándole furiosa con la mirada.
– ¿Qué crees que estás haciendo?
– Yo sólo me quedé aquí.
– No, no lo has hecho. Estabas en la ducha conmigo.
– No, yo estaba…
¿Lo estaba?
Apenas contuvo una sonrisa antes de enfadarla más. ¡Sí! Sus poderes habían estado funcionando. Pero ese pensamiento fue seguido por un incómodo sentimiento.
Con todo, maldición, él había estado realmente en la ducha con ella, se había proyectado.
Ella frunció el ceño ante él.
– Tú no estás mojado.
– Porque estuve aquí mismo todo el tiempo.
Ella entrecerró los ojos con suspicacia.
– ¿Estás seguro de eso?
– Sí.
La duda dominaba su expresión.
– No me estás mintiendo, ¿verdad?
– No intencionadamente.
– ¡Xypher!
Él farfulló como si estuviera intentando encontrar alguna manera de calmarla.
– No sabía que podía hacerlo. Quiero decir, sabía que podía hacerlo antes, pero no sabía que estaba funcionando actualmente hasta que gritaste. Pensé que sólo me lo estaba imaginando. Y no me mires así… ¿Me perdonas?
Le gruñó antes de cerrarle la puerta en las narices. Dos segundos después, abrió otra vez la puerta.
– ¡Quédate ahí fuera! No te atrevas a entrar aquí con esos malos trucos mentales. -Ella volvió a cerrar la puerta.
Xypher quería susurrar que él estaba mucho más dolido por su erección.
– ¿Obtengo algún punto extra por notar que tienes un culo realmente encantador?
Ella aulló otra vez.
– ¡Idiota! ¿Qué estás haciendo?
Él se volvió para encontrar a Jesse detrás de él. Su cara era una expresión de completo horror.
– Estoy aquí de pie.
Jesse dejó escapar un sonido de disgusto.
– Déjame explicarte algunas cosas. Cuando has enfadado a una mujer por espiarla, no lo arregles diciéndole que tiene un bonito trasero. Eso sólo conseguirá que te abofeteen.
Bueno, cuando se trataba de ser abofeteado por algo, él estaba seguro de que Jesse era un experto. Quizás debería escucharle por una vez.
– ¿Entonces, qué haces?
– Simple, mi hermano. Estoy a punto de impartirte las sagradas palabras que me dio mi padre. Son las cinco respuestas que te sacarán de cualquier problema con las mujeres.
Sí, claro. Eso tenía que oírlo.
– ¿Y son?
Jesse alzó la mano y apuntó con cada uno de sus dedos.
– No sé de qué me estás hablando. Yo no lo he hecho. Pequeña, no hay nada en el mundo para mí excepto tú. Oops! Y Jesús es el Señor.
Él entendía las primeras cuatro, pero la última lo dejó realmente confundido.
– ¿Jesús es el Señor?
Jesse asintió.
– Un poco sacrílego, lo sé, pero créeme. Si una mujer piensa que has encontrado una religión, eso puede sacarte de toda clase de problemas. Por no mencionar que puedes combinar las respuestas. Algo así como…No sé de qué me estás hablando, yo no lo hice, o Jesús es el Señor, bebé, tú sabes que no hay nada en el mundo excepto tú. Ves, fácil.
La puerta se abrió para mostrar a Simone fulminando a ambos con la mirada, como si se merecieran ser cortados en pedacitos y enterrados en el césped.
Queriendo disipar su ira, Xypher decidió intentar el consejo de Jesse.
– Oops, Jesús es el Señor.
Jesse gimió en voz alta.
– Oh, eres desesperante, y yo me largo de aquí.
Simone frunció el ceño.
– ¿De qué demonios estás hablando? -Sacudiendo la cabeza, masculló una condenación dirigida a todos los hombres antes de dirigirse a su habitación.
Completamente desconcertado por el hecho de que sus palabras no hubiesen funcionado, Xypher la siguió.
– ¿Por qué estás todavía enfadada conmigo?
– Me manoseaste en la ducha.
– Eso no era un manoseo, créeme. De haber sabido que estaba allí, habría marcado la diferencia.
Ella se giró entonces con furia en sus ojos.
– Tú… tú… ¡ugh!
– Yo no lo hice… -No podía usar eso porque lo había hecho-. Yo no sabía… -No, estúpido, tú sabes de qué está hablando. Diciéndole que no lo has hecho sólo la enfurecerás más.
– ¿Oops?
– ¿Oops? ¿Esa es tu respuesta?
– ¿Nena, no hay nadie más importante para mí en el mundo que tú?
– Sí, claro. No lo creo ni por un minuto. ¿Qué te crees? ¿Qué me caí de un camión de nabos?
– ¿Honestamente? Todo en lo que pensaba es en lo hermosa que eres. En cuánto deseo sentir tu piel contra la mía y en cómo jamás me he sentido antes atraído así por una mujer.
Ella se detuvo mientras se peinaba el pelo.
– ¿De veras?
– Sí. La noche pasada, hice un pacto con un demonio para hacerte feliz. ¿Crees que hago eso tan a la ligera?
Simone tragó cuando observó la copa. Y él lo había hecho para evitar preocuparla… La había ayudado a ella y a Gloria, y no había esperado pago o retribución por nada de eso.
– Sangraste por mí. -¿Cuántas mujeres podían decir eso acerca de los hombres en sus vidas?- Supongo que eso merece una pequeña reconsideración sobre mis últimas palabras. Lo siento si exageré.
Sonriendo, ahuecó su cara en las manos antes de besarla. Él se echó hacia atrás y le sonrió con malicia.
– ¿Eso se merece un poco más?
Ella inclinó la cabeza.
– Sigue jugando las cartas correctas y quizás. Pero no te hagas ilusiones y vengas a retozar en mis sueños. Si lo haces, quizás te castre allí.
Rechinando los dientes con una frustración no saciada, Xypher se frotó contra ella e inspiró su pelo lenta y profundamente.
– Sólo recuerda que me estás matando lentamente.
– Hay curas para eso.
– Sí, tú desnuda sobre la cama.
Ella le dedicó una amplia sonrisa.
– O podrías tomar el asunto en tus propias manos.
Él ahuecó la mano de ella en la suya y la apretó contra su hinchada ingle.
– Yo prefiero que tú me tomes en las tuyas.
Simone tragó ante la enorme sensación de él contra su palma. Él había dejado el botón superior de sus jeans abierto y su pulgar rozó el oscuro vello que corría bajando desde su ombligo hasta desaparecer bajo su cintura. Su aliento descendió hasta la cara de ella mientras sus ojos rogaban misericordia. Él se frotó muy ligeramente contra su mano y se estremeció.
– ¿Cuándo fue la última vez que estuviste con alguien? -preguntó ella.
– Hace siglos.
Su corazón palpitó ante el pensamiento…
La soledad de esa simple declaración la atravesó. Siglos sin ser tocado. Siglos de abuso.
Bajó la mirada al suelo donde él había pasado la última noche. Él no había preguntado nada y había esperado ser rechazado a cada oportunidad. Ser maltratado y herido.
Éste era un hombre que sabía tan poco de bondad que incluso el simple hecho de su existencia lo desconcertaba. Recordó la tortura que él le había mostrado, y se le rompió el corazón al pensar en él sin obtener jamás consuelo.
No quería ser otra persona que tomara algo de él sin dar. Ya era hora de que viera que había personas que no lo lastimarían.
Y antes de que pudiese detenerse, abrió la cremallera de sus pantalones.
Xypher maldijo de placer cuando ella lo tomó en su mano. Sus fríos dedos se deslizaron desde la punta de su pene, descendiendo todo el camino hasta la base antes de cubrirlo. Con la cabeza dándole vueltas, le inclinó la cabeza para probar su boca.
Eso era lo que él necesitaba más que nada. Ninguna mujer lo había tocado tan tiernamente. Sus amantes en el pasado siempre habían exigido. Sus necesidades y placer eran secundarios para ellas.
Pero Simone no pedía. Ella daba. Siempre.
Simone se quemó cuando la atravesó el deseo, pero esto no era por ella. Xypher la había protegido y quería agradecérselo.
Le bajó los jeans por las caderas antes de apartarse de sus labios y arrodillarse frente a él.