– Nunca accederán a eso -dijo Tiel, desesperada. Es una demanda irrazonable.
– Has cometido un atraco a mano armada -añadió Doc-. Tienes que rendir cuentas de eso, Ronnie. Aunque gracias a las circunstancias atenuantes, tienes buenas probabilidades de evitar el castigo. Huir sería lo peor que podrías hacer. Eso no solucionaría nada.
Tiel miró a Doc de reojo, preguntándose si estaría escuchando su propio consejo. La advertencia en cuanto a huir era también aplicable a él y a sus circunstancias tres años atrás. Pero Doc no se percató de su mirada porque tenía toda la atención centrada en Ronnie, que discutía su opinión.
– Sabra y yo juramos que nunca nos separaríamos a la fuerza. Pasase lo que pasase, nos prometimos permanecer juntos. Y lo dijimos en serio.
– Tu padre…
– No pienso hablar de ello -dijo el joven. Y volviéndose hacia Tiel, le pidió si podía sacar a Katherine de la tienda y transmitir ese mensaje.
– ¿Y los demás? ¿Los liberarás?
El chico miró a los demás rehenes.
– A los dos mexicanos no. Y tampoco a él -dijo, refiriéndose al agente Cain. Había recuperado el conocimiento pero parecía seguir atontado por el puntapié en la cabeza que le había dado Juan.
– Los ancianos y ella. Pueden irse.
Cuando señaló a Donna, ésta unió aquellas manos que parecían garras bajo la barbilla y dijo:
– Gracias, Señor.
– No quiero irme -anunció Gladys. Seguía con el bebé dormido en brazos-. Quiero ver qué sucede.
– Mejor que hagamos lo que nos dice -dijo Vern, dándole golpecitos en el hombro-. Podemos esperar a los demás fuera. -Ayudó a Gladys a incorporarse-. Antes de que nos vayamos, estoy seguro de que Sabra querrá despedirse de Katherine.
La anciana acercó a la niña a Sabra, que seguía apoyándose en Doc.
– ¿Notifico tu decisión a Calloway? -le preguntó Tiel a Ronnie.
El chico miraba a Sabra y a su hija.
– Media hora.
– ¿Qué?
– Es el tiempo límite que les doy para que me comuniquen su decisión. Si no nos dejan marchar en media hora, llevaremos… llevaremos a cabo nuestro plan -dijo con voz poco clara.
– Ronnie, por favor.
– Eso es, señorita McCoy. Puede explicárselo.
Calloway respondió a su llamada antes de que el teléfono acabara su primer tono.
– Salgo con el bebé. Tenga personal médico esperando. Traigo a tres rehenes conmigo.
– ¿Sólo tres?
– Tres.
– ¿Y el resto?
– Se lo explicaré cuando llegue ahí.
Colgó.
Cuando Tiel se acercó a Sabra, la joven estaba llorando.
– Adiós, dulce Katherine. Mi niña preciosa. Mamá te quiere. Mucho.
Estaba inclinada sobre la niña, oliendo su aroma, tocándola por todas partes. Besó varias veces la carita de Katherine y luego hundió la suya en la camisa de Doc y sollozó.
Tiel le cogió la niña a Gladys, que había estado sujetándola porque Sabra no tenía ni fuerzas para hacerlo. Tiel llevó a Katherine hasta Ronnie. Cuando el joven miró al bebé, se le llenaron los ojos de lágrimas. Su labio inferior temblaba de forma incontrolada. Intentaba con todas sus fuerzas ser duro, pero fracasaba sin poder remediarlo.
– Gracias por todo lo que ha hecho -le dijo a Tiel-. Sé que a Sabra le ha gustado tenerla a su lado.
Los ojos de Tiel eran suplicantes.
– No puedo creer que vayas a hacerlo, Ronnie. Me niego a creer que seas capaz de apretar este gatillo y de acabar con la vida de Sabra y con la tuya.
El chico eligió no responder y besar la frente de la pequeña.
– Adiós, Katherine. Te quiero. -Entonces, con movimientos espasmódicos y bruscos, se colocó detrás del mostrador para accionar el mecanismo eléctrico que abría la puerta.
Tiel dejó que los demás pasaran delante. Antes de cruzar la puerta, miró a Doc por encima del hombro. Había colocado de nuevo a Sabra en el suelo, pero levantó la cabeza como si la mirada de Tiel le hubiese llamado. Sus ojos conectaron durante sólo una milésima de segundo pero, innegablemente, fue un espacio de tiempo y un contacto con mucho significado.
Ella cruzó entonces la puerta y oyó que se cerraba de nuevo a sus espaldas.
El personal sanitario emergió de la oscuridad. Era evidente que habían sido asignados por parejas y con antelación a cada uno de los rehenes. Vern, Gladys y Donna se vieron rodeados y bombardeados a preguntas, que Gladys respondió en un tono decididamente quejumbroso.
Un hombre y una mujer vestidos con batas de quirófano idénticas se materializaron delante de Tiel. La mujer extendió los brazos para coger a Katherine, pero Tiel no se la entregó aún.
– ¿Quién es usted?
– La doctora Emily Garrett. -Se presentó como jefa de la unidad de neonatos de un hospital de Midland-. Y éste es el doctor Landry Giles, jefe de obstetricia.
Tiel agradeció las presentaciones y dijo:
– Independientemente de cualquier cosa que hayan oído que indique lo contrario, los padres no desean dar a la niña en adopción.
La expresión de la doctora Garrett fue tan inalterable y candida como Tiel podía esperar.
– Lo comprendo perfectamente. Estaremos esperando la llegada de la madre.
Tiel besó la cabecita de Katherine. Tenía un vínculo con aquella niña que seguramente nunca tendría con cualquier otro ser humano: había sido testigo de su nacimiento, de su primera respiración, había oído su primer llanto. Incluso así, la profundidad de sus emociones la cogió por sorpresa.
– Cuídenla mucho.
– Tiene mi palabra.
La doctora Garrett cogió al bebé y corrió con él en brazos hacia el helicóptero que estaba esperándolos, cuyas aspas giraban ya y levantaban un fuerte vendaval. El doctor Giles tuvo que gritar para hacerse oír por encima de aquel estrépito.
– ¿Cómo está la madre?
– No está bien. -Tiel le ofreció una versión resumida del parto y el nacimiento, luego describió el estado actual de Sabra-. Lo que más preocupa a Doc es la pérdida de sangre y la infección. Sabra está cada vez más débil. Su tensión arterial está cayendo, ha dicho. Con lo que le he contado, ¿cree que podría aconsejarle hacer alguna cosa en concreto?
– Llevarla al hospital.
– Estamos trabajando en ello -dijo ella con tristeza.
El hombre que se aproximaba con paso firme y decidido no podía ser otro que Calloway. Era alto y delgado, pero incluso en mangas de camisa desprendía un aire de autoridad.
– Bill Calloway -dijo, confirmando su identidad tan pronto como llegó donde estaban Tiel y el doctor Giles. Se dieron la mano.
Gully llegó cojeando con sus piernas curvadas.
– Por Dios, niña, si después de esta noche no muero de un infarto, es que voy a vivir eternamente.
Ella le abrazó.
– Nos sobrevivirás a todos.
Al margen del cada vez más numeroso grupo, se percató de la presencia de un hombre corpulento vestido con una camisa blanca de vaquero con cierres nacarados. Sujetaba en las manos un sombrero de vaquero similar al de Doc. Antes de que pudiera presentarse, se encontró toscamente arrastrada hacia un lado.
– Señorita McCoy, quiero hablar con usted.
Reconoció de inmediato a Russell Dendy.
– ¿Cómo está mi hija?
– Se está muriendo.
Aunque la afirmación parecía innecesariamente dura, Tiel no albergaba ni un mínimo de compasión por el millonario. Además, si lo que pretendía era hacer mella en aquel punto muerto, debía darle fuerte.
Kip estaba al fondo, capturando con su cámara aquella reunión llena de suspense. La luz de la cámara resultaba cegadora. Por primera vez en su carrera, Tiel sintió aversión por aquella luz y la invasión de la intimidad que representaba.
Su tajante respuesta a la pregunta tomó momentáneamente a Dendy por sorpresa, lo que permitió a Calloway presentarle a otro hombre.
– Cole Davison, Tiel McCoy. -El parecido entre Ronnie y su padre era inequívoco.
– ¿Cómo está mi hijo? -preguntó ansioso.
– Decidido, señor Davison. -Antes de proseguir, miró a ambos hombres por separado-. Estos jóvenes hablan en serio. Hicieron un juramento y pretenden mantenerlo. Ahora que ya saben que Katherine está a salvo y recibiendo atención médica, no hay nada que les detenga para llevar a cabo su pacto de suicidio. -Utilizó aquellas palabras expresamente para subrayar la gravedad y la urgencia de la situación.