– Si vuelve a llamar, le cuelgas el teléfono.
El imperturbable fotógrafo se encogió de hombros lacónicamente.
– Lo que tú quieras.
– Y Kip, asegúrate de decirle a Calloway y compañía que el agente Cain y todos nosotros estamos bien.
– Eso lo dirá por usted -dijo Cain-. Dile a Calloway que he dicho…
– ¡Cállese! -le gritó Ronnie-. O dejaré que el mexicano vuelva a taparle la boca.
– Vete al infierno.
Kip parecía reacio a abandonar a Tiel en un entorno tan hostil como aquél, pero los focos delanteros de un coche le hicieron ráfagas un par de veces.
– Es mi señal -explicó-. Tengo que irme. Cuídate, Tiel.
Cruzó la puerta y Ronnie indicó a Donna que volviera a cerrarla.
Cain se echó a reír.
– Eres un tonto, Davison. ¿Crees que ese vídeo es coser y cantar? Lo único que ha visto Calloway con esto ha sido una manera de prolongarlo un poco más, de reunir más hombres aquí.
Los ojos de Ronnie pasaron del agente del FBI a Tiel, quien negó con la cabeza.
– No lo creo, Ronnie. Ya has hablado con Calloway. Parece sinceramente preocupado por todo el mundo. No creo que fuera a engañarte.
– Entonces usted no es más lista que él. -Cain rió con disimulo-. Calloway tiene un psicólogo ahí fuera que le apoya en la gestión de los sucesos. Saben cómo suavizar las cosas. Saben qué teclas deben pulsar. Calloway lleva veinte años en la agencia. Esta situación es como migajas para él. Podría manejarla incluso dormido.
– ¿Por qué no se calla? -dijo Ronnie, rabioso.
– ¿Por qué no te vas a la mierda?
Vern, que se había despertado para aparecer en televisión, dijo:
– Oiga, controle su lenguaje en presencia de mi esposa.
– No importa, Vern -dijo Gladys-. Es un cabrón.
– Tengo que ir al lavabo -gimoteó Donna.
– ¡Que todo el mundo pare quieto y se calle! -gritó Ronnie.
Estaba demacrado. Había conseguido mantener la compostura delante de la cámara, pero sus nervios volvían a quebrarse. El cansancio, el nerviosismo y la pistola cargada creaban una combinación mortal.
Tiel habría estrangulado a Cain por incitarlo. Desde su punto de vista, el FBI estaría mejor sin el agente Cain.
– Ronnie, ¿qué tal si nos permites ir al baño? -sugirió. Son muchas horas para todos. Podría ayudar a relajarnos un poco mientras esperamos noticias de Calloway. ¿Qué dices?
Se lo pensó.
– Las señoras. De una en una. Los hombres no. Si tienen que ir, pueden hacerlo aquí.
Donna fue la primera en ir. Luego Gladys. Tiel fue la última. Una vez en el baño, rebobinó la cinta de la grabadora que llevaba en el bolsillo y le hizo un chequeo rápido. Se oía la voz de Sabra, apagada pero lo bastante clara, diciendo sobre su padre: «Así es mi padre. Odia que le lleven la contraria». La pasó hacia delante, volvió a pararla, pulsó la tecla «Play» y escuchó la potente voz de barítono de Doc: «… con todo el mundo. Con todo. Con el maldito cáncer. Con mi incompetencia».
¡Sí! Tenía miedo de que la cinta se hubiese terminado antes de aquella conversación confidencial. Sería un invitado fantástico para Nine Live. Si es que podía convencerle de que lo fuera. Tendría que conseguirlo, eso era todo. Empezaría el programa con imágenes de archivo sobre sus dificultades después de la muerte de su esposa, luego pediría una opinión actualizada sobre aquellos infelices acontecimientos que le habían cambiado la vida. Podían seguir con una discusión sobre los sueños destrozados. Podría unirse a ellos un psicólogo, también un sacerdote, para profundizar en el tema: ¿Qué le sucede al alma cuando el mundo se derrumba a tu alrededor?
Excitada ante aquella perspectiva, guardó la grabadora en el bolsillo, fue al baño y se lavó la cara y las manos.
Cuando salió, Vern se dirigía hacia el baño de caballeros para vaciar el cubo que habían utilizado los hombres. Cuando Vern pasó junto a Cain, le preguntó a Ronnie:
– ¿Y él?
– No. A menos que usted se preste voluntario para bajarle la cremallera y hacer los honores.
Vern rió y continuó su camino.
– Parece que tendrá que hacérselo encima, agente.
Los mexicanos, captando el tono del intercambio, rieron ante el ridículo.
Tiel se reunió de nuevo con Doc, que tenía los ojos clavados en los dos hombres sentados junto a la nevera con la puerta de cristal hecha añicos. Tiel siguió la dirección de su pensativa mirada.
– Me pregunto sobre eso -murmuró él.
– ¿El qué?
– Esos dos.
– ¿Juan y Dos?
– ¿Qué?
– Al más bajo lo he bautizado como Juan. Al más alto…
– Dos. Entendido.
Se volvió para seguir controlando a Sabra. Tiel lo miró perpleja al sentarse a su lado.
– ¿Qué le preocupa de ellos?
Doc se encogió de hombros.
– Hay algo que no cuadra.
– ¿Cómo qué?
– No lo sé exactamente. Los he visto en cuanto entraron en la tienda. Actuaban de forma extraña incluso entonces.
– ¿En qué sentido?
– Estaban calentando alguna cosa en el microondas, pero tuve la impresión de que en realidad no estaban aquí para picar algo. Era como si estuviesen matando el tiempo. Esperando algo. O a alguien.
– Mmmm.
– No sé…, he tenido malas vibraciones. -Se rió de sí mismo-. Me han puesto receloso, pero ni en un millón de años habría mirado dos veces a Ronnie Davison. Esto viene a demostrar lo equivocadas que pueden ser las primeras impresiones.
– ¡Oh!, no estoy tan segura al respecto. Me fijé en ti cuando entraste en la tienda.
Levantó una ceja, inquisitivo.
La franqueza de su mirada resultaba tan excitante como turbadora. Sintió un cosquilleo en el estómago.
– Tiene una silueta imponente, Doc, sobre todo con el sombrero.
– ¡Oh! Sí. Siempre he sido muy alto para mi edad.
El comentario tenía la intención de ser chistoso, y funcionó al menos para que Tiel recuperara su respiración.
Entonces dijo él:
– Gracias por acceder a mi solicitud de no aparecer en la grabación.
Aquella vez, la conciencia hizo algo más que punzarle. Fue como una aguja afilada, tremendamente difícil de ignorar. Murmuró una respuesta de cortesía y luego, impaciente por cambiar de tema, hizo un ademán en dirección a Sabra.
– ¿Algún cambio?
– La hemorragia ha vuelto a aumentar. No tanto como antes. Tendría que volver a darle el pecho a la niña. Ha pasado casi una hora, pero no me gusta despertarla mientras descansa.
– Seguramente estarán viendo ya el vídeo. A lo mejor sale pronto hacia el hospital.
– Es fuerte, pero está agotada.
– Igual que Ronnie. Percibo señales de desintegración. Ojalá no hubiese visto tantos dramas sobre situaciones con rehenes… de ficción y reales. Cuanto más se prolonga un hecho como éste, más excitable se pone todo el mundo. Explotan los nervios. El humor está que arde.
– Luego los tiros.
– Eso ni lo mencione. -Se estremeció-. Por un instante he temido que la preocupación de Ronnie respecto a posibles francotiradores fuera válida. ¿Y si Calloway me hubiera engañado? ¿Y si resultase que lo del vídeo era un plan en el que Kip, Gully y yo éramos simples peones?
Acomodándose un poco, preguntó él:
– ¿Quién es ese Gully?
Describió su relación profesional.
– Es un personaje auténtico. Apuesto a que está mostrando las uñas ahí fuera -dijo, con una sonrisa.
– ¿Y quién es Joe?
La inesperada pregunta acabó con la sonrisa.
– Nadie.
– Alguien. ¿Un novio?
– Un potencial.
– ¿Un novio potencial?
Espoleada por su insistencia, estuvo a punto de decirle que se ocupase de sus propios asuntos y dejara de meter las narices en sus conversaciones privadas. Pero pensando en la grabación que tenía en su poder, se replanteó su reacción. Una buena manera de ganarse su confianza sería confiando en él.
– Joseph y yo salimos varias veces. Joseph iba en camino de ganarse el título oficial de «novio», pero olvidó mencionar que era el marido de otra mujer. El terrible descubrimiento es de esta misma tarde.