Al principio no parecía dispuesto a responder. Pero al final dijo:
– Mi hermano pequeño murió de un linfoma a los nueve años.
– Lo siento.
– Fue hace mucho tiempo.
– ¿Cuántos años tenía usted?
– Doce o trece.
– Pero su muerte tuvo un impacto duradero sobre usted.
– Recuerdo lo duro que fue para mis padres.
Había perdido a dos seres queridos a manos de un enemigo que no había podido derrotar, pensó Tiel.
– Se sintió impotente para salvar a su hermano o a su esposa -comentó en voz alta-. ¿Por eso lo dejó?
– Usted estaba allí -dijo él, secamente-. Sabe por qué lo dejé.
– Lo único que sé es que no estaba dispuesto a compartirlo con los periodistas, lo que es muy poco.
– Y seguirá siendo muy poco.
– Estaba amargado.
– Estaba cabreado. -Levantó la voz hasta el nivel de un susurro encendido, pero fue lo suficiente como para que Katherine se estremeciera en brazos de su madre.
– ¿Con quién estaba cabreado? -Sabía que estaba tentando demasiado la suerte. Si le presionaba demasiado fuerte, demasiado rápido, acabaría cerrándose del todo. Pero estaba dispuesta a correr ese riesgo-. ¿Estaba enfadado con sus suegros por haberle interpuesto una alegación infundada? ¿O con sus socios por haberle retirado su apoyo?
– Estaba enfadado con todo el mundo. Con todos. Con el maldito cáncer. Con mi incompetencia.
– De modo que se limitó a tirar la toalla.
– Eso es. Pensé: «¿Y para qué sirve todo eso?».
– Ya entiendo. De modo que desapareció en esta tierra de nadie donde realmente podía ser útil.
El sarcasmo de sus palabras no pasó inadvertido a Doc. Sus facciones se tensaron, cada vez más molesto.
– Mire, no necesito que ni usted ni nadie analice mi decisión. Ni que la cuestione. Ni que la juzgue. Si decidí convertirme en ranchero, o en bailarina, o en holgazán, no le importa a nadie.
– Tiene razón.
– Y hablando de tópicos -añadió, con el mismo tono mordiente-, esa idea suya de la grabación…
– ¿Qué le pasa?
– ¿Es estrictamente en beneficio de Ronnie y Sabra?
– Naturalmente.
La miró con total desconfianza, y eso le dolió a ella. Incluso rió entre dientes, escéptico.
– Pienso que todo lo que podamos hacer para persuadir a Dendy ayudara a terminar con esta situación. -La explicación sonaba a la defensiva incluso para sus propios oídos, pero continuó de todos modos-. No tengo la impresión de que el agente Calloway se lo esté pasando bien con esta situación. Diga lo que diga Cain, Calloway parece un hombre decente que está haciendo su trabajo, pero al que no le gusta pensar en disparos y derramamiento de sangre. Creo que está dispuesto a probar y negociar un acuerdo pacífico. Simplemente he ofrecido mis servicios, que creo que facilitarán una resolución pacífica.
– Lo que también le generará un reportaje sensacional.
Su voz cálida e intuitiva, así como su penetrante mirada, la hicieron culpablemente consciente de la grabadora que llevaba en el bolsillo del pantalón.
– De acuerdo, sí -admitió, incómoda-, será un gran reportaje. Pero me siento personalmente implicada con estos chicos. Les he ayudado a traer a su hija al mundo, de modo que mi idea no es del todo egoísta. No es usted objetivo, Doc. No le gustan los periodistas en general y, dada la experiencia que ha tenido con los medios, su aversión es comprensible. Pero no tengo el corazón tan frío, ni carezco de sentimientos como usted evidentemente supone. Me importa mucho lo que les suceda a Ronnie y a Sabra y a Katherine. Me importa lo que nos suceda a todos nosotros.
Después de una prolongada pausa, dijo él muy despacio:
– Eso lo creo.
Su mirada era tan penetrante como antes, pero el contenido era distinto. El calor de la vejación que la había ido sofocando se intensificó gradualmente hasta convertirse en un calor de otro estilo.
– Ha estado estupenda, ¿sabe? -dijo él-. Con Sabra. Podía haberme dejado solo. Asustarse. Vomitar. Desmayarse. Cualquier cosa. Pero ha sido una influencia tranquilizadora. Una verdadera ayuda. Gracias.
– De nada. -Rió en voz baja-. Estaba tremendamente nerviosa.
– Y yo.
– ¡No! ¿De verdad? Nadie lo diría.
Él exploró su corazón, como si le hiciese una radiografía.
– Pues lo estaba. No tenía mucha experiencia en partos. Observé unos cuantos en mi época de estudiante. Asistí un par cuando estaba de residente, pero siempre en un hospital bien equipado, esterilizado, y con más médicos y enfermeras. Prácticamente había olvidado todo lo que pude aprender. Ha sido una experiencia espeluznante para mí.
Antes de volver a mirarlo, ella se quedó por un instante con la mirada perdida.
– Yo estuve nerviosa hasta el momento en que vi a la pequeña coronando. Entonces, la magia de todo aquello me superó. Fue… tremendo. -La palabra se quedaba corta para definir la memorable experiencia, pero no estaba segura de que una sola palabra fuera capaz de abarcarlo o capturar sus innumerables dimensiones-. De verdad, Doc. Tremendo.
– Sé a lo que se refiere.
Entonces, por lo que pareció un momento interminable, estuvieron mirándose fijamente.
Al final, dijo él:
– Si alguna vez vuelvo a encontrarme con un parto de urgencias…
– Ya sabe a quién llamar para ayudarle. Socio.
Tiel extendió la mano y él se la tomó. Pero no la estrechó como para confirmar con ello la sociedad que pretendían constituir. No la soltó. La retuvo con la fuerza suficiente como para que no resultase incómodo, pero sí con la necesaria presión como para convertirlo en algo personal, casi íntimo.
Exceptuando el momento en que ella le había colocado la gasa sobre la herida del hombro -y eso había sido tan pasajero que en realidad no contaba-, era la primera vez que se tocaban. La conexión de piel contra piel resultó eléctrica. Generó un hormigueo que llevó a Tiel casi a querer retirar la mano de inmediato. O a seguir allí para siempre.
– ¿Podría hacerme un favor? -le preguntó él en voz baja.
Ella asintió, sin decir nada.
– No quiero aparecer en pantalla.
Ella retiró la mano a regañadientes.
– Pero usted forma parte integral del reportaje.
– Ha dicho que el reportaje era algo secundario.
– También he admitido que era un reportaje estupendo.
– No quiero salir en pantalla -repitió-. Manténgame fuera de ella.
– Lo siento, Doc, no puedo. Ya está en ella. Está metido hasta el cuello en esta historia.
– Para los que estamos aquí sí que lo estoy. No tenía otra elección que la de verme implicado. Pero no le debo absolutamente nada a nadie de ahí fuera, y menos aún diversión a costa de mi privacidad. ¿De acuerdo?
– Veré qué puedo hacer. -La grabadora secreta pesaba cada vez más en el bolsillo del pantalón-. No puedo hablar por boca del cámara.
Le lanzó una mirada que le suplicaba que no se burlase de su inteligencia.
– Por supuesto que puede. Usted es quien manda. Manténgame lejos de la cámara. -Subrayó sus palabras, para que no hubiera malos entendidos en cuanto a su significado.
Se levantó para ir a ver cómo seguía Sabra. Cuando se alejó de ella, Tiel se preguntó si sus cumplidos y aquella manera de tomarle la mano habrían sido calculados con la intención de romper sus defensas, el estilo de un hombre guapo de camelarla. ¿Habría mostrado a propósito su lado más suave en lugar de adoptar una postura beligerante? ¿La estrategia agridulce, por decirlo de algún modo?
Se preguntó también qué haría cuando se enterara de que la cinta que estaba a punto de grabarse no sería el único vídeo que tuviera disponible cuando preparase su reportaje. Lo había grabado ya en vídeo y él no lo sabía.
Pero ya se preocuparía por esto más adelante. En aquel momento sonaba el teléfono.
Calloway se puso rápidamente en pie en cuanto se abrió la puerta de la camioneta. Entró primero el sheriff Montez, a quien Calloway había llegado a respetar como un hombre de ley listo, con experiencia e intuitivo. Invitó a pasar a un hombre de piernas arqueadas, barrigudo y calvo que olía igual que el paquete de Camel que asomaba por el bolsillo de su camisa.