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Doc se limpió el sudor de la frente con la mano y suspiró. Miró a Tiel, que se encogió de hombros, derrotada.

– Está bien -dijo a regañadientes-. Haré lo que pueda.

– Eso no lo dudo. -Sabra hizo una mueca de dolor. ¿Tan mal estoy, de verdad?

– Con la hemorragia provocada por el desgarro no puedo hacer nada. Pero en cuanto a la hemorragia vaginal… ¿Te acuerdas cuando antes te dije que descansaras porque a lo mejor después te pediría que hicieses algo por mí?

– Sí.

– Bien, pues me gustaría que dieses de mamar a Katherine.

La chica miró asombrada a Tiel.

– Amamantarla hará que el útero se contraiga y reducirá la hemorragia -le explicó.

Doc sonrió a Sabra.

– ¿Lista para intentarlo?

– Me imagino -respondió, aunque no parecía estar muy segura.

– Te ayudaré. -Tiel buscó las tijeras, que estaban ya limpias-. ¿Por qué no las utilizas para recortar la costura de los hombros del vestido? Así no tendrás que desnudarte y después ya lo volveremos a coser.

– Eso estaría bien. -Parecía aliviada de dejar parte de la toma de decisiones en manos de Tiel.

– Dejaré a las señoras un poco de intimidad. ¿Señorita… Tiel…?

Doc le hizo un ademán para que se pusiera en pie y mantuvieron una breve conversación privada.

– ¿Sabe algo del tema?

– Ni idea. Mi madre dejó de darme el pecho cuando yo tenía tres meses. No lo recuerdo.

Él sonrió débilmente.

– Me refiero a haber estado en otro lado que no sea el receptor.

– Ya sabía a lo que se refería. Era un chiste. Pero la respuesta sigue siendo no.

– Bien, entonces Katherine será quien más sepa de las tres. Posiciónela correctamente y actuará por instinto. Al menos espero que así lo haga. Unos minutos en cada pecho.

– De acuerdo -dijo Tiel, asintiendo rápidamente.

Se arrodilló junto a Sabra y empezó a cortar con las tijeras el hombro del vestido playero.

– A partir de ahora, te sugiero que empieces a vestir partes superiores que se abrochen por delante. O algo suelto que puedas levantarte para tapar a Katherine. En una ocasión, en un vuelo largo hacia Los Angeles, me senté junto a una madre y su bebé. Ella estuvo todo el tiempo amamantando a su hijo, y nadie excepto yo se dio cuenta. Y si yo me di cuenta fue porque iba sentada a su lado. Permaneció todo el rato tapada.

Aquella charla era intencionada, pensada para distraer a Sabra y aliviar su pudor. Cuando las costuras estuvieron cortadas, Tiel bajó uno de los lados de la parte superior del vestido.

– Ahora bájate el tirante del sujetador y la copa. Trae, ya te sujeto yo a Katherine. -Sabra miró cohibida a su alrededor-. Nadie puede verte -le garantizó Tiel.

– Lo sé. Pero me resulta extraño.

– Claro que lo es.

Cuando Sabra estuvo lista, Tiel le devolvió a Katherine. La recién nacida había estado dando grititos, pero, en el momento en que sintió la plenitud del pecho de Sabra junto a la mejilla, su boca empezó a buscar el pezón. Lo encontró, intentó aferrarse a él pero no pudo. Después de varios intentos, el bebé se puso a sollozar. Agitó las manitas cerradas en dos puños y se puso colorado.

– ¿Va todo bien? -gritó Doc.

– Sí -mintió Tiel.

Sabra lloraba frustrada.

– No me sale bien. ¿Qué es lo que hago mal?

– Nada, cariño, nada -dijo Tiel, consolándola-. Katherine sabe tanto de ser bebé como tú de ser mamá. Aprenderéis juntas vuestros papeles. Esto es lo que lo hace tan maravilloso. He oído decir que el bebé intuye la frustración de su madre. Cuanto más relajada estés, más fácil resultará. Respira hondo unas cuantas veces, luego vuelve a intentarlo.

El segundo intento no fue más exitoso que el primero.

– ¿Sabes qué? Creo que es la postura -observó Tiel-. Es incómoda para ti y para ella. A lo mejor podrías sentarte.

– No puedo. Me duele mucho el trasero.

– ¿Y si Doc te sujetara la espalda? Te aliviaría la presión abajo y te permitiría acunar a Katherine con más comodidad.

– Entonces me verá -protestó, llorando.

– Lo arreglaré para que no te vea. Espera aquí. Vuelvo enseguida.

Había visto un expositor con camisetas de recuerdo. Antes de que Ronnie tuviera tiempo incluso de preguntarle qué hacía, corrió hacia él y arrancó una. Se dio cuenta de que estaba llena de polvo, pero era inevitable. Y casi cuando iba a darse la vuelta, arrancó una segunda camiseta del expositor.

Cuando regresó con las camisetas, Katherine estaba en plena rabieta. Todos los presentes en el establecimiento mantenían un respetuoso silencio. Tiel extendió una de las camisetas de talla supergrande sobre la madre y el bebé.

– Ya está. Así no podrá ver nada. ¿De acuerdo?

– De acuerdo.

– ¿Doc?

Apareció en un abrir y cerrar de ojos.

– ¿Sí?

– ¿Podría colocarse detrás de Sabra y sujetarla por la espalda, tal y como yo hice durante el parto?

– Por supuesto.

Se arrodilló detrás de la chica y la ayudó a colocarse medio sentada.

– Ahora recuéstate en mi pecho. Vamos, relájate, Sabra. Ya está. ¿Estás cómoda?

– Sí, estoy bien. Gracias.

Tiel levantó un extremo de la camiseta lo suficiente para fisgonear por debajo. Katherine había dejado de llorar y había iniciado de nuevo su búsqueda instintiva.

– Ayúdala, Sabra -le instruyó en voz baja. Sabra actuó también por instinto. Con sólo una pequeña maniobra y un poco de astucia, el bebé succionó y la niña empezó a mamar con fruición.

Sabra rió encantada. También Tiel. Dejó caer la camiseta y le sonrió a Doc.

– Supongo que todo va bien.

– Son profesionales. -El elogio de Tiel generó una amplia sonrisa en los secos labios de Sabra. Tiel le preguntó-: ¿Habías pensado en darle el pecho?

– La verdad es que ni me lo había planteado. Estaba tan preocupada con que alguien descubriese el embarazo, que apenas tuve tiempo de pensar en nada más.

– Puedes probarlo, y luego, si no te funciona, puedes pasar al biberón. Alimentar con biberón no es ninguna vergüenza.

– Pero he oído decir que la lactancia materna es lo mejor para el bebé.

– Eso es lo que he oído yo también.

– ¿Tiene niños?

– No.

– ¿Está casada?

Parecía que Sabra hubiese olvidado la presencia de Doc. Estaba de espaldas a él, de modo que para ella era casi como un mueble. Tiel, sin embargo, lo tenía de frente y era muy consciente de que no se perdía ni una palabra.

– No. Soltera.

– ¿Lo ha estado alguna vez?

Después de dudar un poco, respondió:

– Hace años. Por poco tiempo.

– ¿Qué sucedió?

Su mirada gris verdosa no titubeó.

– Seguimos direcciones distintas.

– ¡Oh! Qué mal.

– Sí, la verdad.

– ¿Cuántos años tenía entonces?

– Era joven.

– ¿Y cuántos tiene ahora?

Tiel rió nerviosa.

– Soy más mayor. Cumplí treinta y tres el mes pasado.

– Mejor que se apresure para encontrar a alguien. Si es que quiere familia, claro.

– Pareces mi madre.

– ¿Quiere?

– ¿Si quiero qué?

– ¿Quiere tener esposo e hijos?

– Algún día. A lo mejor. He estado muy ocupada con mi carrera.

– Podría ser madre soltera.

– Me lo he planteado, pero no estoy muy segura de que fuera a querer eso para mi hijo. No lo sé todavía.

– No me imagino no querer formar una familia -dijo la chica, sonriendo con cariño a Katherine-. Ronnie y yo sólo hablamos de esto. Queremos tener una casa grande en el campo. Con muchos niños. Yo soy hija única. Ronnie tiene un hermanastro menor que él, se llevan doce años. Queremos una familia grande.

– Una ambición muy admirable.

Sin interrumpir la conversación, Doc le indicó con un movimiento de barbilla a Tiel que había llegado el momento de cambiar de lado. Tiel ayudó a Sabra, y Katherine empezó, feliz y sin dilación, a succionar el otro pecho.

Entonces, la chica les sorprendió echando la cabeza hacia atrás y preguntando:

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