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Y dirigiéndose a Tiel, dijo:

– Prepare, por favor, una de esas bolsas de basura. Tendré que guardar esto. La examinarán más adelante.

Hizo lo que se le pedía y volvió a distraer a Sabra hablándole del bebé. En un breve espacio de tiempo, Doc había envuelto la placenta para retirarla lejos de la vista, aunque seguía unida al bebé por el cordón. Tiel quería preguntar por qué no lo había cortado todavía, pero él seguía ocupado.

Cinco minutos después, Doc se quitó los ensangrentados guantes, cogió el manguito de la tensión arterial y se lo colocó a Sabra en el bíceps.

– ¿Cómo vas?

– Bien -respondió, aunque tenía los ojos hundidos y ojerosos. Y una débil sonrisa-. ¿Qué tal lo lleva Ronnie?

– Deberías hablar con él para terminar con esto, Sabra -le dijo Tiel con delicadeza.

– No puedo. Ahora que tengo a Katherine, no puedo correr el riesgo de que mi padre la entregue en adopción.

– No puede hacerlo sin tu consentimiento.

– Mi padre puede hacer cualquier cosa.

– ¿Y tu madre? ¿De parte de quién está?

– De mi padre, naturalmente.

Doc leyó el medidor y soltó el manguito.

– Trata de descansar un poco. Estoy haciendo todo lo posible para minimizar la hemorragia. Más adelante te pediré un favor, de modo que ahora me gustaría que echases un sueñecito si puedes.

– Me duele. Aquí abajo.

– Lo sé. Lo siento.

– No es culpa suya -dijo débilmente. Se le empezaron a cerrar los ojos-. Lo ha hecho superbién, Doc.

Tiel y Doc vieron que su ritmo de respiración se regularizaba y que los músculos empezaban a relajarse. Tiel separó a Katherine del pecho de su madre. Sabra murmuró unas palabras de protesta, pero estaba demasiado agotada como para oponer resistencia.

– Sólo voy a limpiarla un poco. Cuando te despiertes, podrás volver a tenerla contigo. ¿De acuerdo?

Tiel aceptó el silencio de la chica como su permiso para llevarse al bebé.

– ¿Y el cordón? -le preguntó a Doc.

– He estado esperando por seguridad.

El cordón había dejado de latir y ya no tenía un aspecto fibroso, sino más fino y más plano. Lo ató por dos puntos con los cordones de zapatos, dejando un par de centímetros entre ellos. Tiel volvió la cabeza cuando lo cortó.

Con la placenta ya totalmente separada del bebé, Doc pudo cerrar herméticamente la bolsa de basura y, confiando de nuevo en la ayuda de Gladys, le pidió que guardase la bolsa en la nevera antes de seguir con los cuidados de la madre.

Tiel abrió la caja de toallitas húmedas.

– ¿Cree que son seguras para el bebé?

– Me imagino. Para eso son -respondió Doc.

Pese a que Katherine hizo algún que otro puchero de protesta, Tiel la limpió con las toallitas, que olían agradablemente a polvos de talco. Sin experiencia previa con recién nacidos, la tarea la puso nerviosa. Entre tanto, siguió controlando el suave ritmo de la respiración de Sabra.

– Aplaudo su coraje -observó-. No puedo evitar sentir compasión por ella. Por lo que sé de Russell Dendy, yo también habría huido de él.

– ¿Lo conoce?

– Sólo a través de los medios de comunicación. Me pregunto si habrá contribuido a que nos mandaran a Cain.

– ¿Por qué le ha dado ese golpe en la cabeza?

– ¿Se refiere a mi ataque contra el agente federal? -preguntó, haciendo de ello una triste broma-. Intentaba evitar un desastre.

– Elogio su rápida intervención y me gustaría haber pensado antes en ello.

– Tenía la ventaja de estar a sus espaldas. -Envolvió a Katherine en una toalla limpia y la presionó contra su pecho para darle calor-. Me imagino que el agente Cain cumplía simplemente con su deber. Y meterse en una situación como ésta exige cierto grado de valentía. Pero no quería que disparase a Ronnie. Y, con la misma intensidad, no quería tampoco que Ronnie le disparara. Actué por impulso.

– ¿Y no estaba un poco cabreada al descubrir que Cain no era médico?

Tiel le miró y le lanzó una sonrisa conspiradora.

– ¿Eso le pareció?

– Se lo prometo.

– ¿Cómo sabía que no era médico? ¿Qué fue lo que le delató?

– Las constantes vitales de Sabra no le preocuparon de entrada. Por ejemplo, no le tomó la tensión arterial. No parecía comprender la gravedad de su estado, de modo que empecé a sospechar de él y puse a prueba sus conocimientos. Cuando el cuello de la matriz está dilatado entre ocho y diez centímetros, significa que todo está a punto. Cateó el examen.

– Es posible que a los dos nos sentencien a años de trabajos forzados en la prisión federal.

– Mejor que dejarle que disparara a Ronnie.

– Desde luego. -Miró de nuevo a la niña, dormida ahora-. ¿Y el bebé? ¿Está bien?

– Echémosle un vistazo.

Tiel puso a Katherine en su regazo. Doc desplegó la toalla y exploró a la diminuta recién nacida, cuya altura no alcanzaba ni la medida de su antebrazo. Sus manos se veían grandes y masculinas en contraste con el color rosado del bebé, pero su forma de tocarla estaba llena de ternura, sobre todo cuando palpó el cordón que colgaba de su barriguita.

– Es pequeña -comentó-. Me imagino que unas dos semanas prematura. Pero parece estar bien. Respira correctamente. De todos modos, debería estar en la unidad de neonatos de un hospital. Es importante que la mantengamos caliente. Intente cubrirle la cabeza.

– De acuerdo.

Estaba inclinado muy cerca de Tiel. Lo bastante cerca como para que ella pudiese distinguir cada una de las pequeñas arrugas que marcaban los extremos de sus ojos. El iris era de un color gris verdoso, las pestañas muy negras, varios tonos más oscuras que su cabello castaño. La barbilla y la mandíbula mostraban una barba incipiente que resultaba muy atractiva. A través del desgarro de la manga de la camisa se dio cuenta de que la sangre había traspasado el improvisado vendaje.

– ¿Le duele el hombro?

Cuando él levantó la cabeza sus narices estuvieron a punto de chocar. Sus miradas permanecieron unidas durante unos segundos antes de que él volviese la cabeza para observar la herida del hombro. Parecía como si se hubiese olvidado de su existencia.

– No. Está bien -y añadió rápidamente-: mejor que le ponga uno de esos pañales y luego vuelva a taparla.

Tiel, con poca maña, le puso el pañal al bebé mientras Doc iba a comprobar el estado de la madre.

– ¿Toda esta sangre…? -Tiel, expresamente, dejó la pregunta sin concluir, temerosa de que Ronnie pudiera oírla. Tiel no había presenciado nunca un nacimiento y por lo tanto no sabía si la cantidad de sangre de Sabra era normal o motivo de alarma. A ella le parecía una cantidad fuera de lo común y, si había interpretado bien la mirada de Doc, él también estaba preocupado.

– Mucha más de la que debería ser. -No alzó la voz por el mismo motivo que ella. Cubrió las piernas de Sabra con la sábana y empezó a masajear su abdomen-. A veces, así se consigue detener la hemorragia -dijo para responder la muda pregunta de Tiel.

– ¿Y si no lo consigue?

– Pues no tardaremos en enfrentarnos a un problema de verdad. Me gustaría haberle podido practicar una episiotomía, haberle ahorrado todo esto.

– No se culpe de ello. En estas circunstancias y dadas las condiciones, lo ha hecho maravillosamente bien, doctor Stanwick.

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