De pronto alargó una mano y la puso sobre la bragueta de Harlen, apretando a través de los tejanos.
El se sobresaltó. Ninguna chica le había hecho una cosa así. Ahora que una lo hacía consideró la posibilidad de disparar para que le soltase.
– ¿Quieres sacar eso de ahí? -murmuró ella, con una voz que era una caricatura de la seducción-. ¿Por qué no nos desnudamos los dos? Por aquí no hay nadie.
Harlen se mordió el labio.
– Ahora no -consiguió decir-. Tal vez más tarde.
Cordie se encogió de hombros y agarró la escopeta. Cerró la recámara.
– Está bien. ¿Qué te parece si vamos al pueblo, buscamos a alguno de tus amigos y nos montamos esta historia en la carretera?
– ¿Ahora?
La frase «mataremos a los vivos» resonó en su cerebro. Recordó los ojos amables de Barney y se preguntó si también lo serían cuando él y los policías del Estado viniesen a ponerle las esposas por disparar contra el director del colegio, el celador y sabe Dios quién más.
– Ahora, naturalmente -dijo Cordie-. ¿Qué cojones ganaríamos esperando? Pronto se hará de noche, y, entonces ellos saldrán de nuevo.
– Está bien -respondió Harlen sin pensarlo.
Se levantó, se sacudió el polvo del pantalón vaquero, ajustó el revólver de su padre en el bolsillo de los tejanos y siguió a Cordie por la vía del tren, en dirección a la ciudad.
24
Mike tenía que ir al cementerio. Por nada del mundo habría ido solo, por lo que convenció a su madre de que se habían retrasado mucho en llevar flores a la tumba del abuelo. Su padre empezaba el turno de noche el día siguiente; parecía por tanto un buen domingo para visitar el cementerio en familia.
Se había sentido como un ladronzuelo al leer el diario de Memo y esconderlo debajo de la colcha cuando su madre se acercó a ver lo que hacía. Pero la idea había sido de Memo, ¿no?
El diario era grueso y estaba encuadernado en piel, y contenía al menos tres años de notas casi diarias de Memo, desde diciembre de 1916 hasta finales de 1919. El diario le informó de lo que quería saber.
En la fotografía constaba el nombre de William Campbell Phillips, y éste era mencionado en una época tan temprana como el verano de 1916. Por lo visto, Phillips había sido condiscípulo de Memo…, más que esto, un novio de la infancia. Mike había interrumpido entonces la lectura, pareciéndole extraño pensar en Memo como una colegiala.
Phillips se había graduado en el instituto el mismo año que Memo, en 1904, pero cuando Memo ingresó en la Escuela de Ciencias Empresariales de Chicago -donde había conocido al abuelo en un bar de Madison Street, según le había contado la familia- William Campbell Phillips lo había hecho por lo visto en Jubilee College y había estudiado Magisterio. Era maestro en Old Central cuando Memo regresó de Chicago en 1910 como esposa y madre, según pudo deducir Mike de las anotaciones en perfecta caligrafía Palmer.
Pero según las circunspectas notas del diario de Memo correspondientes a 1916, Phillips no había dejado de dar señales de su afecto. Varias veces había pasado por la casa con regalos, mientras el abuelo estaba trabajando en el elevador de grano. Evidentemente le había enviado cartas, y aunque el diario no mencionaba el contenido, Mike podía adivinarlo. Memo las había quemado. Una anotación fascinó a Mike:
29 julio, 1917
Hoy he tropezado con ese dichoso señor Phillips cuando estaba en el Bazar con Katrina y Eloise. Recuerdo a William Campbell como un muchacho tranquilo y amable, poco hablador, siempre observando el mundo con sus ojos profundos y oscuros; pero se ha producido un cambio en él. Katrina lo comentó. Ha habido madres que se han quejado al director del mal genio del señor Phillips. Castiga a los niños con palmetazos a la menor indisciplina. Me alegro de que el pequeño John aún tardará algunos años en llegar a su curso.
Las insinuaciones del caballero son muy desagradables. Hoy ha insistido en conversar conmigo a pesar de mi evidente renuencia. Hace años que le dije al señor Phillips que no podía haber relación social entre nosotros mientras siguiese mostrando un comportamiento tan impertinente. Pero no sirvió de nada.
Ryan cree que es una broma. Evidentemente, los hombres de la ciudad creen que William Campbell es todavía un hijo de mamá y no constituye una amenaza para nadie. Desde luego, nunca hablé a Ryan de las cartas que quemé.
Y Mike encontró una nota interesante a finales de octubre de aquel mismo año:
27 octubre
Ahora, cuando los hombres empiezan a relajarse después del duro trabajo de la recolección, todo el mundo habla en el pueblo del señor Phillips, el maestro, que se ha alistado para luchar contra los hunos.
Al principio pareció una broma, ya que el caballero tiene casi treinta años; pero ayer vino de Peoria a la casa de su madre vestido de uniforme. Katrina dice que estaba muy guapo, pero añadió que circulaban rumores de que el señor Phillips tenía que salir del pueblo, porque estaban a punto de destituirle de su cargo. Después de que los padres del niño Catton denunciasen a la junta directiva de la escuela la excesiva dureza del señor Phillips, que daba palizas en la clase -Tommy Catton estuvo varios días hospitalizado en Oak Hill, aunque el señor P. alegaba que el chico se había caído en la escalera, después de haber tenido que quedarse al terminar la clase-, otros padres también se habían quejado.
Bueno, sea cual fuere el motivo, ha tomado una decisión que le honra. Ryan dice que él se marcharía inmediatamente si no fuese por John, Katherine y Ryan Jr.
Y el 9 de noviembre de 1917:
El señor Phillips pasó hoy por aquí. No puedo escribir sobre lo que pasó después; pero estaré eternamente agradecida al hombre del hielo, que vino pocos minutos después de que llegase el maestro. De no haber sido así…
Él insiste en que vendrá a buscarme. Es un sinvergüenza que no reconoce la santidad de los votos matrimoniales ni la misión sagrada que me corresponde como madre de mis tres pequeños.
Todo el mundo habla de lo guapo que está con su uniforme; pero yo le encuentro patético: un chiquillo en un traje que hace bolsas.
Espero que nunca vuelva.
Y la última mención de él, el 27 de abril de 1918.
Casi todo el pueblo ha asistido hoy al entierro del señor William Campbell Phillips. Yo no he podido hacerlo por culpa del dolor de cabeza.
Ryan dice que el Ejército iba a enterrarle junto con otros hombres caídos en combate, en un cementerio americano de Francia, pero que su madre suplicó al Gobierno que enviaran el cadáver a casa.
Recibí la última carta de él cuando ya nos habíamos enterado de su muerte. Cometí el error de leerla, supongo que por sentimentalismo. La había escrito mientras se estaba recuperando en el hospital francés, sin saber que la gripe terminaría lo que habían empezado las balas alemanas. Decía en la carta que su resolución se había fortalecido en las trincheras, que nada le impediría volver para reclamarme. Éstas eran sus palabras: «reclamarme».
Pero algo se lo impidió.
Mi dolor de cabeza es muy fuerte esta tarde. Debí descansar. No volveré a mencionar a esta triste y obsesionada persona.
La tumba del abuelo estaba cerca de la parte de delante del cementerio del Calvario, a la izquierda de la puerta para peatones y a unas tres hileras hacia atrás. Todos los O'Rourke y los Reilly estaban allí y había más espacio hacia el norte, donde algún día yacerían los padres de Mike, éste y sus hermanas.
Dejaron las flores en su sitio y rezaron en silencio las oraciones acostumbradas. Entonces, mientras todos se dedicaban a arrancar hierbas y a limpiar la zona, recorrió rápidamente las hileras.