«Pero aquellas otras cosas no las vimos.»
Dale cerró los ojos. Pero un pensamiento final antes de dormirse hizo que pestañease y mirase la franja oscura entre las camas, debajo de donde su mano descubierta seguía tocando la de Lawrence.
«Maldita sea. Si nuestras camas están tan cerca la una de la otra, aquello puede meterse debajo de la mía sin que me dé cuenta. Podría levantar las patas negras en ambos lados de nuestras camas y atacarnos a los dos al mismo tiempo.»
Lawrence roncaba suavemente, babeando un poco sobre la almohada. Dale contemplaba la pared opuesta, contando los palos y los mástiles de los barcos repetidos en el papel de la pared. Procuró no respirar demasiado fuerte. Era mejor escuchar, por si aquello hacía algún ruido antes de atacar.
18
El viejo tuvo que ir el jueves a la casa del tío Art para buscar algunos documentos, y Duane le acompañó a pesar de que a su padre le inquietaba tenerle allí.
El viejo estaba nervioso e irritable, visiblemente a punto de recaer peligrosamente. Duane sabía que se había aguantado tanto tiempo por amor a su hermano y por la necesidad de no desacreditarse delante de la familia.
La angustia del viejo se debía en parte a su indecisión sobre lo que había que hacer con las cenizas del tío Art. Se había quedado horrorizado cuando los de la funeraria le habían dado la pesada y adornada urna que había viajado con ellos desde Peoria, como un silencioso y desagradable pasajero.
El miércoles por la tarde, después de cenar y antes de que le llamase Dale Stewart, Duane había ido a mirar dentro de la urna. El viejo había entrado en la habitación en aquel momento, encendiendo su pipa.
Duane había soltado la tapa.
– Uno pensaría que cuando se mete un cuerpo en un horno a una temperatura próxima a la de la superficie del sol -había dicho su padre- no queda nada, salvo ceniza y recuerdos. Pero los huesos son muy persistentes.
Duane se había sentado en un sillón cerca de la chimenea que raras veces se utilizaba. De pronto, había sentido pesadas y al mismo tiempo débiles las piernas.
– Los recuerdos también son persistentes -había dicho él, preguntándose por qué había elegido un tópico.
El viejo había gruñido.
– No sé dónde coño arrojar eso. Pensándolo bien, es una costumbre bárbara.
Duane había mirado la urna.
– Creo que lo que suele hacerse es desparramar las cenizas en algún lugar que ha sido importante en la vida de la persona -dijo a media voz-. En algún lugar donde fue feliz.
El viejo gruñó de nuevo.
– Ya sabes que Art dejó un testamento, Duane. Pero no dijo dónde quería que arrojase sus cenizas. En algún sitio donde fue feliz…
Dejó la frase sin terminar y dio una chupada a la pipa
– La gran sala de lectura de la Biblioteca de Bradley sería un buen sitio.
El viejo soltó una carcajada.
– Esto también le hubiera hecho reír a Art. -Se quitó la pipa de los labios y miró a lo lejos durante un momento-. ¿Alguna otra idea?
– Le gustaba pescar en el Spoon.
Duane sintió de nuevo las contracciones del dolor atenazando su garganta y su corazón. Fue a la cocina para beber un vaso de agua. Cuando volvió, el viejo estaba sacudiendo las cenizas de la pipa apagada en el hogar. Las cenizas.
– Tienes razón -dijo de pronto el viejo-. Probablemente aquél era el sitio donde disfrutaba más. Él y yo solíamos ir a pescar allí incluso antes de que Art se trasladase de Chicago. A ti también te llevaba muchas veces, ¿no?
Duane asintió con la cabeza y bebió un sorbo de agua para no tener que hablar.
Precisamente entonces había llamado Dale por teléfono y cuando Duane regresó, el viejo se había metido en su taller para trajinar con la máquina de aprender Mark V.
Habían ido al río después mismo de salir el sol, cuando los peces producían grandes ondas al subir a la superficie para comer, haciendo que Duane lamentase no haber traído la caña. No fue una verdadera ceremonia; el viejo sostuvo la urna en alto durante un momento, como reacio a verter su contenido, y entonces, al iluminar el sol los cipreses y los sauces encima de ellos, esparció las cenizas, golpeando el fondo de la urna hasta que hubieron caído los últimos restos.
Los huesos produjeron pequeños chasquidos que atrajeron a varios bagres y al menos a una perca, según pudo ver Duane en el agua poco profunda de cerca de la orilla. Las cenizas permanecieron unidas al principio, formando una película gris que siguió la corriente y girando alrededor de los obstáculos que Duane conocía tan bien de pescar allí durante años. Entonces las arrastró la corriente más rápida río abajo en dirección al puente, y la película gris fue desgarrada y sumergida, mezclándose con las aguas del río.
Duane arrojó una piedra, recordando las veces que lo había hecho cuando era pequeño y estaba aburrido, asustando probablemente a todos los peces que tío Art estaba tratando de capturar. Su tío no se había quejado nunca.
Entonces se limpió las manos y siguió el sendero de la empinada ribera en dirección a la camioneta observando mientras subía lo mucho que había adelgazado su padre en las últimas semanas, y lo arrugado y tostado por el sol que tenía el cogote. Con la mal afeitada barba gris, a Duane le pareció realmente viejo.
La casa del tío Art había perdido el olor del hombre y ahora sólo olía a humedad y a cerrado.
Mientras el viejo registraba los cajones y el archivador, Duane observaba disimuladamente viejos blocks de notas y el cesto de los papeles. Como el propio Duane, el tío Art había sido un empedernido tomador de notas, escritor de recordatorios y conservador de archivos.
¡Bingo! El papel arrugado en la papelera estaba tirado debajo de un envoltorio de puros y otros desperdicios. Probablemente había sido escrito el sábado por la noche, la noche antes del accidente.
1) La maldita Campana Borgia o Estela Reveladora o lo que sea ha sobrevivido, después de todo. Se menciona en la parte de El Libro de la Ley correspondiente a los Medici.
2) Sesenta años, seis meses y seis días. En el supuesto de que lo absurdo e imposible haya sido realidad, de que los sucesos de que habla Duane se deban a que la cosa ha sido «activada» después de tantos siglos, el sacrificio debió realizarse aproximadamente al empezar el siglo. Poco después de empezar el año 1900. Comprobarlo en la ciudad. Buscar personas que puedan recordarlo. No hables con Duane hasta que tengas alguna respuesta.
3) Crowley dice que la Campana, la Estela, usaba a la gente. Y que conjuraba «a gentes del Mundo Oscuro», sea éste lo que fuere. Vuelve a comprobar los relatos de «cosas en las calles de Roma», en los tiempos del papa Borgia, y la sección de los Medici.
4) Ponte al habla con Ashley-Montague. Hazle hablar.
Duane aspiró profundamente, dobló el papel, lo metió en el bolsillo de su camisa de franela y salió al porche. La hierba del jardín crecía sin orden ni concierto. Saltaban insectos. En alguna parte, a lo largo del borde del bosque, las cigarras cantaban con una fuerza que le mareaba un poco. Duane se sentó en la silla de metal, apoyó los pies en la baja barandilla y se quedó con la vista perdida, pensando. Hasta que salió el viejo al porche y se detuvo con la mano todavía apoyada en la puerta de tela metálica, no se dio cuenta de lo que debía parecer en aquella silla y en aquella posición…, de a quién debía parecerse.
El viejo había encontrado los documentos. Cerraron bien la casa, sabiendo que podían pasar semanas o incluso meses antes de que viniesen a limpiarla para la subasta.
Duane no miró atrás cuando echaron a andar por el camino.
Duane eligió a la señora Moon.
La madre de la bibliotecaria tenía más de ochenta años, había vivido siempre en Elm Haven y había residido en el otro lado de la calle, delante de Old Central, en la esquina sudeste de Depot y la Segunda Avenida, desde joven. Duane la conocía sólo ligeramente, sobre todo de verla con la señorita Moon en sus paseos, cuando iba al pueblo.