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25

Los muchachos salieron por la mañana hacia la finca de Duane. Todos iban en bicicleta y estaban un poco nerviosos, pero Mike sugirió una estrategia para el caso de que apareciese el camión de recogida de animales muertos: la mitad se escondería en los campos del lado norte de la carretera, y la otra mitad, en los del lado sur. Harlen había dicho:

– Duane estaba en un campo. Y lo pillaron.

Pero nadie había tenido una idea mejor.

Había sido Dale quien había propuesto ir a la finca de Duane. Habían hablado durante más de una hora en el gallinero, el domingo por la noche, y todos habían tenido algo que contar. Era norma aceptada por todos que nadie mantuviese en secreto algo que tuviese que ver con los misteriosos sucesos de aquel verano. Y cada relato pareció más extraño que el anterior, terminando con el de Mike; pero nadie desmintió a nadie ni le tachó de loco.

– Muy bien -había dicho Cordie Cooke al fin-, hemos oído lo que todo el mundo tenía que contar. Algún malvado mató a mi hermano y a vuestro amigo, y está tratando de matarnos a todos. ¿Qué vamos a hacer?

Se produjo un parloteo general sobre esta cuestión. Kevin había dicho:

– ¿Por qué no lo habéis contado a los mayores?

– ¡Yo lo hice! -dijo Dale-. Le dije a tu padre que había algo horrible en el sótano.

– Y él encontró un gato muerto.

– Sí; pero esto no fue lo que yo vi…

– Te creo -dijo Kevin-, pero ¿por qué no les dijiste a él y a tu madre que era Tubby Cooke? Quiero decir su cadáver. Perdona, Cordie.

– Yo también lo he visto -dijo Cordie.

– Entonces, ¿por qué no se lo contaste? -preguntó Kev a Dale-. O tú, Jim. ¿Por qué no mostrasteis la prueba a Barney o al doctor Staffney?

Harlen vaciló.

– Supongo que pensé que creerían que estaba chiflado y me encerrarían en alguna parte. Era absurdo. Cuando dije que no era más que un intruso, me prestaron atención.

– Sí -dijo Dale-. Mirad, yo me volví un poco loco en el sótano y mi madre estuvo a punto de enviarme a un psicólogo infantil de Oak Hill. Pensad en lo que habría hecho si yo…

– Yo se lo conté a mi madre -dijo Cordie a media voz.

Se hizo el silencio en el oscuro cobertizo, mientras todos esperaban a que continuase.

– Ella me creyó -dijo Cordie-. Y la noche siguiente, mi madre también vio el cuerpo de Tubby rondando por el patio.

– ¿Y qué hizo? -preguntó Mike.

Cordie se encogió de hombros.

– ¿Qué podía hacer? Se lo dijo a mi padre, pero él le pegó y dijo que cerrase el pico. Ella encierra ahora a los pequeños por la noche y atranca la puerta. ¿Qué más puede hacer? Cree que es el espíritu de Tubby que trata de meterse en casa. Mamá se crió en el Sur y oyó contar a los negros muchas historias de fantasmas.

Dale frunció el ceño al oír la palabra «negros». Nadie dijo nada durante un minuto. Por fin dijo Harlen:

– Mira, O'Rourke, tú lo contaste a alguien. Y ya ves de qué ha servido.

Mike suspiró.

– Al menos el padre C. sabe lo que pasa.

– Sí; si no se muere por tener gusanos en las entrañas -dijo Harlen.

– Cállate. -Mike paseó arriba y abajo-. Sé lo que queréis decir. Mi padre me creyó cuando le dije que había un tipo mirando por nuestra ventana. Si le dijese que era un antiguo amigo de Memo, que volvía del cementerio, creería que estoy chalado. No volvería a creerme.

– Necesitamos pruebas -dijo Lawrence.

Todos le miraron en la oscuridad. Lawrence no había vuelto a hablar después de describir aquella cosa que había salido del armario y se había metido debajo de su cama.

– ¿Qué sabemos? -dijo Kevin, con su voz de pequeño profesor.

– Sabemos que eres una mierda -sugirió Harlen.

– Cállate, Kevin tiene razón -dijo Mike-. Pensemos. ¿Contra quién estamos luchando?

– Contra tu soldado -dijo Dale-. A menos que lo matases con tu agua sagrada.

– Agua bendita -dijo Mike-. No, no estaba muerto… Quiero decir destruido. Estoy seguro. Él está todavía allí, en alguna parte.

Mike se levantó y miró por la ventana hacia la casa.

– Bueno -dijo suavemente Dale-. Tu madre y tus hermanas aún están levantadas. Tu abuela se encuentra bien.

Mike asintió con la cabeza.

– El Soldado -dijo, como marcando una lista.

– Roon -dijo Cordie-. Ese mequetrefe.

– ¿Estamos seguros de que Roon está metido en esto? -preguntó Harlen desde el oscuro y voluminoso sofá.

– Sí -dijo Cordie en un tono que no admitía discusión.

– El Soldado y Roon -dijo Mike-. ¿Quién más?

– Van Syke -dijo Dale-. Duane estaba convencido de que había sido Van Syke quien había tratado de atropellarlo en la carretera.

– Tal vez fue él quien por fin lo llevó a casa -dijo Harlen.

Dale lanzó un gemido de dolor desde donde se hallaba sentado contra el aparato de radio.

– Roon, el Soldado, Van Syke -dijo Mike.

– La vieja Double-Butt y la señora Duggan -dijo Harlen con voz tensa.

– Duggan es en cierta manera como Tubby -dijo Kevin-. Puede ser un objeto que está siendo utilizado. Nada sabemos de la señora Doubbet.

– Yo las vi -saltó Harlen-. Juntas.

Mike paseaba arriba y abajo.

– Está bien -dijo-. La vieja Double-Butt es una de ellos o está con ellos.

– ¿Cuál es la diferencia? -preguntó Kevin.

– Cállate -dijo Mike, sin dejar de pensar-. Tenemos el Soldado, Van Syke, Roon, la Duggan, la señora Doubbet… ¿Nos olvidamos de alguien?

– De Terence -dijo Cordie en voz tan baja que apenas pudieron oírle.

– ¿Quién? -preguntaron cinco voces.

– Terence Mulready Cooke -dijo ella-. Tubby.

– Ah, sí -dijo Mike. Contó los nombres con los dedos, añadiendo el de Tubby-. Son al menos seis. ¿Quién más?

– Congden -dijo Dale.

Mike interrumpió su paseo.

– ¿J. P. o su hijo C. J.?

Dale se encogió de hombros.

– Tal vez los dos.

– No lo creo -dijo Harlen-. Al menos de C. J. Es demasiado estúpido. Su padre va mucho con Van Syke, pero no creo que esté metido en esto.

– Pondremos a J. P. en la lista -dijo Mike- hasta que sepamos la verdad. Bueno, son al menos siete. Algunos de ellos, humanos. Otros…

– Muertos -dijo Dale-. Cosas que aquéllos emplean de alguna manera.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Harlen.

– ¿Qué?

– ¿Y si hacen que Duane McBride vuelva, como Tubby? ¡Y si su cadáver viene a rascar nuestras ventanas, como ha hecho el de Tubby?

– Imposible -dijo Dale, que apenas si podía hablar-. Su padre mandó incinerar los restos.

– ¿Estás seguro? -preguntó Kevin.

– Sí.

Mike pasó al centro del círculo y se puso en cuclillas.

– Entonces, ¿qué hacemos? -murmuró.

Dale rompió el silencio.

– Creo que Duane había averiguado algo. Por esto quería reunirse con nosotros aquel sábado.

Harlen carraspeó.

– Pero está…

– Sí -dijo Dale-. Pero, ¿no te acuerdas que Duane siempre estaba tomando notas?

Mike chascó los dedos.

– ¡Sus libretas! Pero, ¿cómo podemos apoderarnos de ellas?

– ¿Por qué no vamos ahora a buscarlas? -dijo Cordie-. Aún no son las diez.

Pero nadie quería ir aquella noche, por múltiples razones, todas ellas convincentes: Mike tenía que quedarse con Memo; la madre de Harlen le despellejaría si no volvía pronto a casa, después de haber hecho que ella hubiese tenido que quedarse tantas veces; Kevin se estaba retrasando, y Dale estaba aún en la lista de enfermos. Ninguno mencionó la verdadera razón que les impedía ir: era de noche.

– Gallinas -dijo Cordie.

– Iremos mañana temprano -dijo Dale-. A las ocho a lo más tardar.

– ¿Todos? -dijo Harlen.

– ¿Por qué no? Ellos se lo pensarán dos veces antes de atacarnos si estamos todos juntos. Esas cosas tratan siempre de sorprendernos a solas. Mirad lo que le ocurrió a Duane.

– Sí -dijo Harlen-. O tal vez están esperando a pillarnos juntos.

Mike puso fin al debate.

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