– ¿Hay alguna jugadora de póquer en el pueblo? -preguntó Noah.
– Sí, pero no jugamos con los hombres. Son demasiado competitivos, y no les gusta hacer visitas como a nosotras. Así que tenemos nuestra propia noche de póquer. Ahora llega Steve Nelson. No recuerdo si lo conociste o no la otra noche. Dirige la única compañía aseguradora de la zona.
Jordan estaba sentada delante del ordenador de Jaffee sin saber que los jugadores de póquer estaban llegando. En su mesa, Noah se preguntaba si podía oír el barullo. El restaurante no tardó demasiado en llenarse.
Jordan resolvió enseguida el último problema de Jaffee, que había confundido dos órdenes distintas. Mientras oía voces en el restaurante, siguió con la ardua tarea de ayudar a Jaffee a entender qué había hecho mal para que no repitiese el error.
– Recuerda que Dora no muerde -le dijo.
Jaffee, que se estaba secando las manos con una toalla, asintió.
– Pero si tengo algún problema… -comentó.
– Puedes enviarme un e-mail o llamarme -lo tranquilizó Jordan.
Le hizo algunas sugerencias para la resolución de problemas, pero cuando vio la expresión vidriosa de los ojos de Jaffee, supo que no entendía una sola palabra de lo que le estaba diciendo. Tuvo la impresión de que iba estar cierto tiempo recibiendo llamadas diarias de ese hombre. La idea le hizo sonreír al regresar a su mesa. La noche estaba resultando relajante. Su mayor dilema en ese momento era el postre. ¿Tomaría o no? El ruido interrumpió sus pensamientos, y cuando vio el local lleno de gente, se paró en seco en la puerta.
Noah vio cómo entraba en el comedor y le pareció que la expresión de su cara no tenía precio.
Se hizo un silencio, y todos la siguieron con la mirada mientras se dirigía despacio hacia él.
– ¿Qué está pasando? -susurró Jordan.
– Hay partida de póquer.
– ¿Aquí? ¿Juegan aquí al póquer? ¿Por qué no he pensado que…? Suponía que… ¿Crees que podríamos irnos ahora?
– Lo dudo.
– Podríamos escabullimos por la parte trasera.
– Imposible -negó Noah con la cabeza.
Lo comprendió cuando se volvió. Todos los hombres estaban de pie, y los que no la conocían todavía, esperaban para ser presentados.
Jaffee hizo los honores. Había tantos que no recordó la mitad de los nombres. Todos ellos la saludaron con un «hola» y, acto seguido, la bombardearon con preguntas.
No sólo querían que les hablara del incendio y de la terrible muerte de J.D., sino que también querían que les resumiera cómo había encontrado el cadáver del profesor y de Lloyd en su coche. No le habría sorprendido que alguno de ellos le pidiera una reconstrucción detallada de los hechos. Contestó a todas las preguntas, algunas un par de veces, para satisfacer su curiosidad morbosa. Logró reír en algunos momentos, y entre pregunta y pregunta, Dave, vendedor innato, intentó que le comprara un coche.
Noah también tuvo que responder algunas preguntas.
– ¿Cree Joe que J.D. fue quien mató a esos dos hombres? -preguntó directamente Jaffee.
– Es muy listo -intervino Dave-. Seguro que sí.
– Me contaron que J.D. había desaparecido -comentó un hombre llamado Wayne.
– ¿Tenía Joe suficientes pruebas para detenerlo? -quiso saber Dave.
– Eso ya no importa; está muerto -recordó Steve Nelson al grupo-. Diga, agente Clayborne, ¿han registrado usted y Joe la casa de J.D.?
A Noah le resultó difícil no sonreír. Sabía qué quería saber Steve. Quería averiguar si J.D. llevaba algún registro.
– Sí, la registramos. Dos compañeros del FBI se lo han llevado todo, aunque no había gran cosa.
Steve no sabía poner cara de póquer precisamente. Noah captó el alivio en sus ojos, y supo por qué. Había visto su nombre en la lista no sólo por acostarse con Charlene sino por algunas prácticas dudosas con los seguros.
– ¿Cree que llegaremos a saber algún día por qué J.D. mató a esos hombres? -preguntó Dave.
– Joe nos informará cuando sepa algo -afirmó Steve.
– A mí me da pena Randy Dickey. Ha resultado ser un buen sheriff. Esto será un duro golpe para él. Creo que J.D. era su única familia -comentó Dave.
Noah observó que Eli Whitaker estaba entre los demás hombres del grupo. Escuchaba la conversación pero apenas hablaba.
– ¿A qué se dedica, Eli? -le preguntó.
– A la cría de caballos y de ganado vacuno -contestó.
– ¿De qué raza?
– El ganado es básicamente de la raza longhorn -respondió-. Parece ser el que resiste mejor en esta parte del país.
Noah le hizo un par de preguntas más sobre su negocio, y poco después los dos estaban separados de los demás, charlando sobre la cría de ganado.
– No había visto nunca a Eli hablar tanto con un forastero -dijo Dave, complacido.
Los demás hombres del grupo se fijaron y asintieron a modo de confirmación.
– Sé que no lleváis demasiado tiempo aquí -le dijo Steve a Jordan-, pero no parecéis forasteros. Habéis animado mucho la vida del pueblo. ¿Cuándo os iréis de Serenity?
– Mañana -indicó Jordan.
– Ha sido un auténtico placer conoceros -aseguró Dave.
– Creo que ya han contestado bastantes preguntas por hoy -dijo Jaffee a todo el mundo-. ¿Por qué no vais a buscar las bebidas a la barra y ocupáis vuestros asientos?
Mientras la mayoría de los hombres se dispersaba por el local, Dave, Eli y Jaffee se acercaron a Jordan para despedirse de ella.
– Voy a echarte de menos -comentó Jaffee-. Y siento mucho que perdieras los documentos de la investigación. Sé que tuviste que dejarlos en casa del profesor. Te tomaste la molestia de hacer fotocopias para acabar viendo cómo las llamas acababan con ellas.
– Es una verdadera lástima. ¿No nos contaste que habías venido desde Boston para ver esa investigación? -preguntó Dave.
– ¿Se quemó todo? -exclamó Eli en voz alta.
– Tengo las fotocopias -aclaró Jordan, que pudo intervenir por fin-. No estaban en el lugar del incendio, y ya había enviado la mayoría por correo a casa antes de que se destruyeran los originales. Si Joe y los dos agentes encargados de la investigación quieren verlas, tendré que enviárselas de nuevo.
– Qué buena noticia -aseguró Jaffee-. Tu viaje no ha sido en vano. Esta noche invita la casa, y no se te ocurra negarte. Dora y yo agradecemos de todo corazón tu ayuda. Espero que vuelvas algún día a vernos.
La abrazó y le estrechó la mano a Noah para despedirse.
– Si alguno de los dos necesita un coche nuevo, pensad en mí. Os lo llevaré a Boston -se ofreció Dave.
– Lo hará encantado -corroboró Eli mientras se dirigía hacia su mesa.
Noah dejó una generosa propina para Angela y llevó a Jordan hacia la puerta en medio de un coro de despedidas.
Ninguno de los dos dijo una palabra hasta que estuvieron a una manzana de distancia.
– Ummm… -soltó Jordan-. Noche de póquer. No lo he visto venir.
– No había visto nunca esa expresión en tu cara… -rio Noah-. La que has puesto al ver a tanta gente.
– La noche no ha estado tan mal. Hemos tenido una cena estupenda sin interrupciones, y hemos conocido a unos cuantos hombres encantadores -dijo Jordan-. Encantadores… e interesantes -añadió.
– ¿Sabes qué otra cosa es interesante?
– ¿Qué?
– La mitad de esos hombres encantadores estaba en la lista.