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La puta.

Me acerqué el teléfono y marqué el número de Lady First. Descolgó inmediatamente.

– No te preocupes, puede que haya sido un accidente. Ocurren cada día cosas parecidas… -le dije, por ver de tranquilizarla.

– ¿Un accidente? ¿Qué esperas: que le pongan al muerto un pósit explicando que se lo han cargado? Está bien claro: la policía busca un segundo coche… Y ha sido a doscientos metros de casa y del despacho, no me digas que te parece una casualidad.

Y eso que a ella no le decía nada la calle Jaume Guillamet ni el hecho de que el segundo coche fuera pequeño y rojo.

– Bueno, es probable que esté relacionado, pero no estamos seguros. En cualquier caso vale la pena tratar de comprobarlo.

– Comprobarlo cómo.

– Puedo llamar a la redacción de El Periódico, o al Clínico, no sé, ya me ocuparé de eso. De momento cálmate y no salgas de casa.

– ¿Que no salga? Claro que no voy a salir. Pero aun así estoy aterrorizada. Tengo a dos niños en casa…

– Deja que me ocupe también de eso. Conseguiré que mi padre te envíe a alguien lo antes posible.

Logré convencerla. Supuse que estaba tan nerviosa que sólo esperaba que alguien organizara la acción por ella.

– ¿Has mirado el buzón de casa, a ver si ha llegado el sobre que te autoenviaste?

– Sí, esta mañana… Pero el buzón estaba vacío: me lo he encontrado sin la placa identificativa. Entonces me he acordado de que el día que vinieron a casa los Robellades bajaste a quitarla por no sé qué cosa. ¿No la volviste a poner en su sitio?

Mierda: no: no la había vuelto a poner en su sitio, olvidé hacerlo al salir del portal aquella tarde. El sobre debía de haber llegado hacía días y por mi estupidez lo habíamos perdido quizá definitivamente. Aunque si el envío no especificaba remitente lo probable era que hubiera sido devuelto a la oficina de correos del distrito y allí estuviera esperando a que alguien lo reclamara.

– Necesitaré tu carné de identidad para que me den el sobre en correos. O espera…, ¿lo enviaste a nombre de mi hermano?

– Lo envié sin nombre. Sólo con la dirección.

– ¿Y es la que aparece en tu DNI?

– Sí.

– ¿Qué hora es?

– Las nueve.

– Vale. Oye, en algún momento de la mañana pasaré por tu casa a recoger el carné. Si llegan antes que yo los tipos que te enviará mi padre, dales mi descripción para que me reconozcan.

– ¿Qué descripción?

– Chica, no sé: diles que soy un tipo atractivo, elegante… Y por si acaso añade que peso ciento veinte kilos, conduzco un Lotus Esprit y llevaré una camisa rojo sangre.

Nada como desayunarse con un muerto para despejarse de buena mañana. Lo sentí por el chaval, parecía buen tipo, y lo sentí casi más aún por su padre, probablemente porque le recordaba mejor la cara y es más fácil apiadarse de alguien cuyas facciones se retienen. Le habían amargado sin remedio la vejez, y su diente de oro relumbraría en adelante un poco menos. Me puse de verdadera mala hostia, cosa que me ha ocurrido menos de cinco veces en toda la vida: por Robellades-hijo, y por Robellades-padre, y por SP atropellado y hasta por The First desaparecido. El asunto pasaba a otra fase que requería arremangarse. Pero de momento, el siguiente movimiento era pertrechar una buena defensa siciliana.

Llamé a casa de mis SP's. Descolgó la Beba, y tuve que hacer un poco de comedia para no levantar la liebre. La encontré tristona, no tenía una idea muy clara de qué demonios estaba pasando, pero intuía que tenía que ser algo gordo. Me dijo que SP había pasado la noche despierto en su despacho y por la mañana había despedido a la asistenta. Le pedí que me desviara la llamada a la biblioteca.

– ¿Papá?

– Qué.

– Necesitamos a un par de tipos duros en casa de Sebastián.

– A buenas horas.

– ¿Has leído El Periódico?

– Y La Vanguardia, y El País, y el Abc, y El Mundo…

– ¿Te has enterado?

– Si te refieres a lo de Robellades-hijo, estoy al tanto desde anoche a las dos de la mañana.

– ¿Y por qué no me has avisado?

– Te he estado llamando desde las cuatro y media hasta las seis, en total no menos de veinte veces. La próxima vez que despistes a la gente que contrato para que te siga haz al menos el favor de escuchar los mensajes del contestador automático. Tengo a la Guardia Civil de media España esperando ver pasar un Lotus a doscientos cincuenta kilómetros por hora.

– Lo siento, no tenía ni idea de lo que iba a pasar.

– No te apures, no volverás a escaparte tan fácilmente.

¿Habría contratado un McLaren con piloto incluido? Era perfectamente capaz. La cuestión es que desde la madrugada tenía el domicilio de Lady First custodiado, pero no le había dicho nada a ella por no alarmarla. Se había enterado del accidente a través de la vigilancia a la que tenía sometido a Robellades-padre. Ya se había comunicado con alguien del Ministerio de Interior (SP nunca explicita nombres) y podía considerarse que la pasma había tomado cartas en el asunto: discretamente, en plan Miralles, como si dijéramos: nada de rellenar formularios en la comisaría de distrito.

– Me ha contado Eusebia lo de la asistenta.

– Sí. Le he explicado la situación sin entrar en muchos detalles y le he dicho que podía tomarse unos días libres hasta que las cosas volvieran a la normalidad. Pero ha preferido despedirse. Ésta no es su guerra. Y yo me he quedado también más tranquilo, la verdad. Le he firmado un cheque y listo.

– ¿Y mamá?

– Sigue sin dirigirme la palabra. Por cierto, no estaría mal que vinieras a verla. Con Eusebia termina todas las conversaciones peleándose.

– Me pasaré en algún momento del día. ¿Os llevo algo?

– Nos traen todo lo que necesitamos.

– Bien. Oye: dile a los gorilas que han ido a casa de Gloria que se den a conocer. Ya ha leído lo de Robellades en el periódico, y estará más tranquila si sabe que tiene protección.

Creo que por primera vez en la vida, SP aceptó recibir instrucciones mías.

Bueno, visto que mi Señor Padre ya había montado el grueso de la defensa a su manera, ahora tocaba mover mis hilos. Busqué en la agenda el teléfono de John en Dublín y marqué. Los lunes por la mañana no tiene clase, así que el domingo por la noche forma parte de su güiquén. Su voz, como era de esperar, sonó a cierta modalidad de resaca-martillo:

– Come on, leave me alone, could you please? I'm hangovering, and I'm not for your ass hole of…

No le di tiempo a terminar de jurar. Traté de hacerle entender que algo gordo estaba pasando y acabó por dejarme hablar.

Traduzco:

– Escucha John: vas a callarte un momentito y vas a responder una a una a todas las preguntas que te haga, ¿vale? Venga: primera: ¿has recibido mi mail?

– ¿Qué mail?

– Vamos bien. En cuanto cuelgues haz el favor de enchufarte a la Red y mira el correo. Léete lo que te envío y después pásale el texto a alguien que sepa algo de literatura inglesa, quiero que me lo daten. ¿Tenéis en el campus a algún filólogo documentado, o todo el profesorado es igual que tú?

– Se lo puedo enviar a Woung. Ha vuelto a Hong Kong de vacaciones, pero tengo su dirección. Oye, se puede saber…

– Tú léete el texto y cuando acabes serás el primer interesado en saber de dónde ha salido. Otra cosa: necesito un hacker. El mejor que conozcas.

– ¿Un hacker?

– ¿Cómo se llamaba aquel grupo alemán que se metió en el ordenador central de la Interpol?

– Stinkend Soft?

– Eso, tienes amistad con uno de ellos, ¿no?

– Con Günter. Nos conocimos en una de esas movidas campestres que montan con otros grupos…

– Vale, servirá. Necesito que me averigüen todo lo relacionado con el dominio worm.com. Es la dirección de donde he sacado el texto que tienes que leer. Quiero saber en qué servidor están alojados, a qué se dedican y si fuera posible quisiera entrar en el mismísimo disco duro del sistema de origen. Y apunta esto -esperé a que buscara un boli y le deletreé «Jaume Guillamet 15»-. Es una dirección de Barcelona: me interesa mucho saber hasta qué punto está relacionada con el dominio que te he dado. ¿Podrás conseguir todo eso de los alemanes?

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