– Pues a mí me gusta más así, con su jardincito y sus arbolitos.
– ¿No dices que está hecha una ruina?
– Si-í, pero se podría arreglar un poco, ¿no?… Bueno, qué: ¿nos tomamos una copita? ¿Qué quieres?
– Pásame la botella de vodka.
– ¿Así, a morro? Pues yo me voy a tomar un whiskito en vaso largo, con su hielo y su todo…
Se puso tres cubitos en un vaso y lo lleno de güisqui hasta cubrirlos completamente. Un doble en toda regla. Yo traté de beber directamente de la botella, pero en que el dosificador dificultaba la salida del chorro y que, el techo bajísimo de la Bestia impedía empinar el codo terminé por servirme también en un vaso con un par de cubitos. Empezó a sonar en la radio el Can you see her? versión de Mike Hammer. Siempre me pone tierno esa canción, y eso es peligroso teniendo a la Fina al lado, así que por si acaso apuré el vaso de vodka de un trago. El vodka ablanda el corazón, pero también ablanda la polla, que era lo que más convenía conservar fláccido en aquel momento, de modo que volví a servirme un buen chorro de antiafrodisíaco y seguí mamando a chupitos cortos.
– Oye, Pablo: tú y yo nos llevamos bien, ¿verdad?
Cielo santo: ataque aéreo.
– ¿Qué quieres decir exactamente con «nos lleva bien»?
– Pues… que nos reímos… y lo pasamos bien…, no Por ejemplo: con mi marido no puedo sentarme en un coche a las dos de la mañana a beber whisky.
– Porque tu marido es una persona normal.
– ¿Normal? ¿Te parece normal que me deje en casa y tenga que llamarte para no quedarme sola?
– Pues ya ves: ahora estás conmigo no porque lo mejor que con él sino porque te ha dejado sola.
– No me líes, no es eso lo que quería decir. Huy: mira: canción de Grease.
En efecto, los de la radio habían pasado sin transición del Mike Hammer al Summer love de la Olivia y., Travolta. Pero eso no fue suficiente para despistarla:
– ¿Sabes?, creo que si tú y yo nos hubiéramos casado ahora seríamos un matrimonio normal, con nuestro pisito, y un par de niños… Estoy segura de que seríamos felices.
– No digas tonterías, Fina. Eso lo está diciendo el güisqui. Acuérdate de las movidas que tuvimos.
– ¿Qué movidas?
– ¿Qué movidas?, pues no sé si te acordarás pero compartimos piso durante quince días y los pasamos discutiendo. Si nos hubiéramos casado a estas alturas nos detestaríamos. Tú tienes alma de ama de casa a la antigua, por mucho que te rapes el pelo a trasquilones y te lo pintes de colorines. Y yo bebo como un cosaco, me gustan las putas, paso el día durmiendo y me salen granos sólo de pensar en trabajar ocho horas diarias. No hubiéramos durado juntos ni un año.
– No estoy de acuerdo. Para empezar, si nos hubiéramos casado ahora llevarías otra vida.
– ¿Ves?: crees que soy alguien que yo no creo ser en absoluto, me supones aquello que deseas, imaginas en mí algo que sólo existe en ti.
– Ya estás otra vez diciendo cosas raras y complicándote la vida. Sieeempre estás diciendo cosas raras y complicándote la vida.
– ¿Complicándome la vida?, ¿porque no quiero asumir responsabilidades hacia terceros?, yo creo que eso es más bien simplificársela, ¿no?
– Eso parece, pero huir de las responsabilidades no es más que una manera sofisticada de complicarse la vida.
– Ah, ¿sí?: pues yo diría que la que está diciendo cosas raras ahora eres tú.
– Por culpa tuya, que me lías. Si no le dieras tantas vueltas a las cosas más sencillas…
– Pues para tú de darle vueltas. No te casaste conmigo: te casaste con José María, eso no hay quien lo cambie. Y si tienes problemas con él no es porque él no sea como tú necesitas un hombre de su estilo: serio, formal, trabajador; lo que pasa es que José María es tan formal y trabajador que no le queda tiempo que perder contigo, pero eso no lo vas a arreglar liándote con el primer sonao que te haga gracia. Y además, yo tampoco tengo tiempo: ni para ti ni para nadie.
– Tú no eres precisamente «el primer sonao que me hace gracia». Además, ¿cómo que no tienes tiempo?, si pasamos un montón de horas juntos.
– Pero son horas extra.
– Y eso qué quiere decir.
– Pues que un ratito ahora está bien, pero no soporto verte mañana cuando me levante con una resaca de mil pares de huevos y sólo quiera fumarme un porro en silencio. Para empezar ni siquiera me dejarías esta noche vomitar tranquilamente en el suelo del dormitorio. Y te empeñarías en hacerme meter la ropa sucia en un cesto, y me mortificarías por desperdiciar mi coco y mis contactos familiares, y me obligarías a afeitarme el bigote a lo Eron Flynn y a recordar tus cumpleaños y a preocuparme por tus orgasmos. Eso es la vida en pareja. Puede que a ti te encante, pero a mí no: soy partidario de que cada cual apechugue con sus cumpleaños y sus orgasmos sin dar¡ brasa al prójimo.
– Eso es porque no quieres a nadie de verdad.
– Puede. Me costó tanto llegar a quererme a mí mi que no me quedan ganas de repetir el esfuerzo en favor nadie más.
– Pues ahí tienes el problema.
– Oye, Fina: si quieres jugar a psicoanalistas te advierto que yo también me conozco las reglas. Además, lo justo es que si vas a ejercer el papel de pareja-reprochadora te hagas antes una buena paja, o al menos que me dejes tocarte las tetas. Si he de soportar los inconvenientes de la convivencia con una mujer quisiera también gozar de alguna de las ventajas.
– Eres un guarro.
Lo peor es que había cometido el error de hablar en serio con ella. Allí estaba yo, preocupado por la seguridad de mi Estupendo Hermano, la vida de mi Señor Padre y el equilibrio mental de mi Señora Madre, escudriñando la entrada de una casa digna de un cuento de Poe desde un ridículo coche de película de acción. Y allí estaba la Fina, empapándose en güisqui y tratando de convencerme de que era un egoísta enfermizo sólo porque no me parecía del todo buena la hipotética idea de haberme casado con ella.
Recompuse la máscara. Me incliné hacia su asiento y le pasé una mano por el hombro:
– Venga, Fina, va-aaa, hazme una pajita.
– Déjame en paz, estoy enfadada.
Le pasé una mano por los muslos:
– Bueno, pues ya me la hago yo, pero déjame al menos que te toque un poco el chichi pa ponerme a tono. ¿Llevas bragas?
– ¡Pablo, estate quieto! Mira que me pongo a gritar, eh…
Me dio un manotazo y se esforzó en ponerse seria, pero se le notaba que estaba a punto de soltar el trapo. Empecé a susurrar al oído con acento porteño:
– Este…, ¿viste que ya estás hasiendo chup-chup, cachito? ¿No te notás el palpitar del corasón en esa conchita linda que tenés?
– ¡Pa-blo!
– Che, vení, mi flaca; vení que te tome la tensión: dejame que te meta un poco el dedín y te digo a cómo tenés la máxima y la mínima.
Ahí ya no pudo más. Se inclinó hacia delante apretan los muslos para impedir mis avances manuales y se abandonó a esos grititos compulsivos que suele emitir a modo de risa. Triunfante, le quité el vaso de la mano y volví a servirle un buen chorro de güisqui. Recargué también mi vodka y volví a la posición de piloto. Era un ataque de los largos: no había más que mantener la cara de tanguista seductor, levantando una ceja y descolgando el mentón para que sucumbiera de nuevo a los grititos espasmódicos.
– ¡Pareces un langostino Pescanova!
Ahora era el Stevie Wonder el que le ponía sonshai a nuestras laifs desde la radio, así que cambié la cara de Rodolfo Langostino por la de ciego con churriguris en el pelo encantado de oír su propio teclado. La Fina ya había entrado en vena y reía cualquier cosa que yo hiciera. Mejor así. Después vino el With or without you de U2 que me dio oportunidad de poner cara de guapo diciendo cosas profundas, y todo seguido la Lambada (el programador de la emisora debía de estar al menos tan borracho como la Fina). Subí el volumen y abrí la puerta para poder mover a gusto al menos una pierna. La Fina me imitó y empezó el sarao. La curva de Molins no había sido capaz de desestabilizar a la Bestia, pero los ingenieros de Lotus no habían construido sus naves para luchar contra estos dos elementos y la Lambada a dúo amenazaba con descuajeringar la amortiguación. La Fina terminó por salir completamente del habitáculo y se puso a sacudir las caderas en plena vía pública, como si quisiera desembarazarse de sus huesos pélvicos por el vistoso método de centrifugarlos con furia creciente. Creo que cayó más licor en la tapicería de cuero que en nuestros respectivos coletos, así que terminamos la danza con sed de gladiador y tuvimos que repostar inmediatamente echando mano de las botellas. El Bad moon rising de la Creedence nos sirvió para bajar un poco el ritmo y el Knoking on the heaven's loor terminó de aposentarnos. Calculé que la Fina había ingerido ya el equivalente a seis o siete güisquis normales: ya sólo era cuestión de minutos que le entrara la soñera. Yo puedo beberme un litro de vodka en dos o tres horas sin perder la compostura, así que me quedaba cuerda para seguir despierto hasta el amanecer. Puse el aire acondicionado y apagué la radio. La Fina. protestó. Probé entonces con el CD de la Sinfonía del Nuevo Mundo que encontré en la discoteca móvil de The First. El largo camino hacia el tema central y la reconfortante brisa artificial del aire acondicionado aceleró la somnolencia de la Fina. Le dije que se quitara los zapatos para estar más cómoda y me hizo caso. Yo también me los quité.