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– ¿Por qué habría de disgustarme? ¿Qué ha pasado?

– Nada que no tenga remedio, supongo -dice el inspector-. Pero usted no está familiarizada con estos procedimientos, y no sé si hago bien… A veces nos llega información que proviene de confidentes, y no siempre son de fiar. Mienten por interés, ¿comprende?, para que se les trate mejor.

– Hable claro de una vez, se lo ruego. El policía reflexiona un instante y luego habla despacio, mirándose las manos otra vez.

– Como ya le dije, sabemos dónde ha estado su marido estos últimos meses. Yo no estaba autorizado a hablar, eso también se lo dije, pero es que además pensé que a usted no le haría ninguna gracia saberlo…

– ¿Qué le ha pasado a Víctor? -Nada, tranquilícese. Está bien, supongo, dondequiera que ahora se encuentre. Pasó que su marido fue la causa indirecta de un malentendido… Pero vamos por partes

– carraspea, junta las manos tocándose los labios con los dedos, como si rezara, y añade-: A mediados de julio, hace ahora dos meses, fue detenido un sujeto, un ex acomodador del cine Metropol, y le fueron intervenidas publicaciones clandestinas y una agenda en la que había anotado las iniciales V. B., y la dirección de una torre en Sarria. ¿Recuerda que le pregunté si conocía a la viuda Vergés, y usted me dijo que no…? -En este punto la pelirroja se dispone a intervenir, pero el inspector se le anticipa-. Usted me mintió, pero no importa, dejemos eso ahora… Bien. El día veinte del pasado mes de julio se montó un dispositivo de vigilancia en la torre de esta señora, y la casualidad quiso que, a los pocos minutos de haber tomado posiciones dos agentes, un hombre saliera de la casa llevando una cartera muy abultada. No había andado ni cinco metros en dirección a la verja del jardín cuando sacó de la cartera una petaca de licor, se paró y se echó un trago al coleto. Era un tipo alto y moreno, la viva imagen de Víctor Bartra. Al cruzar la verja de la calle fue requerido para que se identificara, y su comportamiento levantó sospechas, por lo que fue conducido a Jefatura para ser interrogado. El sujeto declaró ser un vendedor de enciclopedias a domicilio y no conocer de nada a la señora de la torre; dijo que le había mostrado folletos y un volumen de la obra, que ella le había dedicado apenas unos minutos y que no le había hecho ningún pedido. La cartera de mano contenía, en efecto, folletos y catálogos de una empresa editorial, y la documentación del sujeto parecía en regla. Pero había algo irregular en su cartilla de racionamiento, en la firma o en la fecha, y su comportamiento seguía levantando sospechas, de modo que fue interrogado a fondo.

El inspector se toma un respiro y la pelirroja aprovecha:

– Quiere decir que le zurraron.

– Por favor. Hubo un malentendido que propició el propio detenido con sus declaraciones confusas y atolondradas, se asustó y quiso huir, y la cosa acabó en un lamentable accidente. Eso fue lo que pasó. Y eso hizo que su presunta relación con la señora Vergés y con su marido de usted quedara en el aire, pero de ningún modo descartada…

– ¿Qué le pasó a este hombre?

– Aprovechó un descuido de los agentes para saltar por una ventana. Está en el Clínico, en coma irreversible, creo. Fue una imprudencia, un desdichado accidente -titubea el inspector-, o un intento de suicidio, quién sabe… Como le decía, ya no fue posible llegar a su marido a través de este hombre, de modo que la investigación se centró en la dueña de la torre…

– No siga, por favor. ¿Qué tiene que ver todo eso con Víctor?

– Aguarde -dice el inspector-. A eso iba. Ocurrió que este incidente con el vendedor no hizo otra cosa que confirmar las sospechas que ya existían sobre las actividades de la dueña de la torre de Sarria. Yo pensaba que negaría cualquier relación con Víctor Bartra, pero no fue así. Una mujer notable, la tal señora Vergés. Le dio mucha risa saber que habíamos confundido a un simple vendedor de enciclopedias con el señor Bartra…

– ¿Ah, sí? ¿Y por qué le dio tanta risa a la señora? -entona la pelirroja controlando los nervios como puede.

– La señora Vergés admitió conocer bien a su marido -prosigue el inspector después de apurar su taza-. No le importó en absoluto, desde el primer momento, reconocer que él había sido, y era todavía, un buen amigo.

Mamá se acomoda en el sillón y guarda silencio. Después empuña la cafetera.

– ¿Más café?

– Sí, gracias.

– Vaya con la coctelera Angelines -comenta luego de un silencio, dominándose-. Así es como la llamaban los amigos de mi marido. La coctelera. Yo apenas la conocía. Me la presentó un borrachín hace años, en la puerta del Bolero, yendo con Víctor…

– ¿Seguro que hablamos de la misma persona, señora Bartra?

– dice el inspector-. Una mujer extremada, morena, de unos treinta años muy bien llevados, viuda, rica y sin hijos. Vive con su anciana suegra y una cuñada soltera.

Saca del bolsillo la cajetilla de Lucky y la ofrece, ella pinza con las uñas un cigarrillo y lo esgrime con un aire de coquetería y de misterio al acercarlo a la llama de la cerilla. El inspector huele sus cabellos rindiendo el perfil indolente. Pregunta de pasada si por casualidad apareció su mechero. No, ni rastro.

– Antes de nada, sepa usted que durante estos últimos meses su marido no estuvo escondido en ningún lugar del Penedés, ni en La Carroña ni en pueblo alguno de aquella comarca, como quizá le hizo creer a usted…

– ¿Me está diciendo que todo el tiempo estuvo en esa torre? ¿Es eso lo que me está diciendo, inspector? -insiste mamá cerrando lentamente los ojos detrás del humo del cigarrillo.

– No lo sabemos con seguridad. Mi opinión es que sí -dice el inspector, y añade con su habitual tono monótono, desprovisto de toda emoción-: Por supuesto, la señora Vergés negó rotundamente haber ofrecido nunca amparo y refugio al señor Bartra, cuyas actividades subversivas dijo desconocer. Tenía usted que verla. Con la mayor frescura, sin el menor recato, aprovechándose de su condición de persona bien relacionada en la ciudad, inclusive en ciertos estamentos oficiales, me consta, alegó no saber que aquel que había sido gran amigo de su difunto marido estuviese ahora reclamado por la justicia. Que el día siete de abril se presentó en su casa, a medianoche y sin avisar, contusionado y bastante bebido, como si saliera de una trifulca, y que le explicó que había tenido una bronca con su mujer, y que ella le creyó porque sabía que era un hombre muy… ¿cómo dijo?, impulsivo. A partir de ahí no creí ni la mitad de lo que dijo, señora Bartra. Admitió haberle atendido, dijo que lo invitó a cenar y conversaron, y que esa misma noche él manifestó su intención de viajar a Francia de inmediato para un asunto de negocios. Y que ya de madrugada se despidió y no volvió a verle…

– Y bien. Me pregunto por qué no dan ustedes crédito a las explicaciones de esta señora -dice mamá tranquilamente.

Se dispone a añadir algo, pero el inspector se le anticipa:

– Me ha costado mucho decidirme a hablarle de este asunto, señora, y si me lo permite, quisiera terminar cuanto antes -titubea otra vez y añade-: Por su bien, hubiese preferido hablar de otra cosa… ¿Por dónde iba? Ah, sí, decía que la declaración de la señora Vergés fue ésta, en términos generales. Sin embargo, sabemos que no dijo toda la verdad. Es cierto que esa noche lo hospedó en su casa, le curó una pequeña herida en el… parece que aquí en…

– El culo.

– Sí, ahí. Y también es cierto que cenó con él, y seguramente hablaron del viaje a Francia; pero esa velada no fue la última, sino la primera de otras muchas, porque el viaje no tuvo lugar hasta mucho después… Se han efectuado requisitorias discretas, por ser la dama quién es, y hemos conversado con la suegra y con las criadas, las tres habían sido instruidas previamente por la viuda, pero han incurrido en algunas contradicciones. En fin, me gustaría ahorrarle los detalles, señora Bartra… Tenemos razones para creer que fueron tres o cuatro meses los que pasó escondido en casa de esta mujer -precisa el inspector aplastando la colilla en el cenicero con una energía innecesaria-. De abril a primeros de julio. En realidad escapó por los pelos, tuvo mucha suerte. Si hubiéramos dispuesto la vigilancia de la torre una semana antes, habría sido detenido.

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