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Aquí estoy, padre.

Mi trabajo consistía en escoltarles a partir de allí, mientras la muchacha que les había guiado regresaba a Francia. Fuimos en autocar hasta Ripoll y de allí en tren hasta Barcelona, la familia judía se despidió y yo metí en un taxi al piloto con su maldito maletín y le dejé frente al Consulado Inglés, donde se le tenía que proveer de documentación falsa para llegar a Gibraltar o a Londres vía Lisboa. A veces la documentación tardaba dos o tres días, y parte de mi trabajo consistía en proporcionar alojamiento provisional a los pilotos, pero en esta ocasión, no sé por qué, no había previsto nada al respecto. Por alguna razón que no llegó a interesarme, el teniente O'Flynn decidió entrar en el Consulado sin el maletín y me pidió que se lo guardara en casa, que iría a recogerlo en cuanto tuviera la documentación en regla. Le di la dirección y vino aquella misma noche, pero todavía sin los papeles…

¿Cómo es que yo no le vi?

Era en agosto, estabas en Mataró con los abuelos… Yo entonces ya chapurreaba un inglés bastante potable, y nos entendíamos. O'Flynn me dijo que no se fiaba de cierto personal del Consulado y prefería que el maletín permaneciera en casa. Alto secreto. ¿Me sigues?, dice papá dándole la vuelta al pañuelo apretado a su trasero, sobre la herida que no cierra ni cerrará nunca. Luego se palpa los bolsillos del pantalón. Maldita sea, se me acabaron los cigarrillos.

Dejaste uno a medias en el cenicero de la cocina, dice David. ¿Quieres que vaya a buscarlo?

Ese cigarrillo es de tu madre, y es el último. A ver si te fijas mejor. Hay que tener los ojos bien abiertos, hijo, vienen tiempos difíciles. Y ahora dime. ¿Qué hace la intrépida costurera? ¿Cómo está?

Cada día lo mismo. Y no está bien.

Mamá introduce muy despacio los pies en el agua de la palangana, primero el izquierdo, luego el derecho. David ha calentado el agua en la cocina, la ha vertido en la palangana, ha echado un puñado de sal, la ha llevado al comedor-recibidor y de rodillas le ha quitado los zapatos a mamá sentada en el sillón.

Más tarde ella está sola en la cocina aventando pacientemente las brasas del fogón, la mano en la barriga con el último cigarrillo y los ojos en el vacío, fijos en nada que pudiera resultar visible para cualquiera. Deja el cigarrillo en el cenicero, la mano tantea las cintas negras en los cabellos rojos y luego vuelve a descansar en la barriga. El grávido perfil de su cara y de su cuerpo, su postura reflexiva y tristona, vista a contraluz en esta cocina oscura y estrecha como un túnel, es la imagen más viva y preferida que guardo de la pobreza cotidiana y puntual a la que ella debió enfrentarse, la imagen más cabal y persistente entre todas las que he ido remendando y reconstruyendo en la memoria. No tiene al piloto delante de los ojos, que sigue clavado en el cuarto de David, desafiando con una sonrisa a sus verdugos y a su destino, pero por alguna razón ella lo sigue viendo aquí en la cocina igual de próximo y sonriente.

Garbanzos, lentejas, boniatos, farinetas. Puedo nombrar estas cosas y olerlas en la memoria con la misma gratitud y respeto con que lo haría mamá, acariciarlas con las manos y la voz de mamá. El bacalao en remojo. El viejo molinillo de café. La grasa de cerdo fundiéndose en la sartén, y tantas otras cosas con su extraña vocación de camuflaje, su terca propensión a estar donde no deben: los terrones de azúcar en la salsera desportillada, las lentejas en una caja de galletas, los boniatos en un barreño de zinc, los ajos en un bote de cacao. La pobreza, acuérdate, hermano, nuestra fiel compañera de estos años, la que asumió con tanto coraje la pelirroja y contra la que nunca despotricó, la pobreza que tiene mil caras y se manifiesta de mil maneras, también significa eso, acuérdate: que a pesar de la limpieza y el orden que ella impone a su alrededor con la mayor presteza y energía, las cosas nunca parecen estar en su sitio, andan siempre por ahí ocupando con una porfía insidiosa el lugar que un día correspondió a otras. Y sin embargo, en medio de su aparente extravío, así dispuestos en su mundo de precarias apariencias, ninguno de esos objetos ha sido despojado de su identidad, al contrario, parecen más próximos y necesarios y su trato más cordial, lo mismo que la imagen chamuscada y borrosa del piloto, que un día estuvo donde le correspondía juntamente con los recuerdos acaso más íntimos y mejor guardados de mamá, y que hoy, mucho después de haber paseado su impertinente sonrisa por las portadas de una revista alemana editada en español, se asoma amigablemente al dormitorio de un adolescente soñador en un remoto paraje del Guinardó.

Dirección General de Seguridad.

Brigada de Información.

Ficha de Víctor Bartra Lángara.

Expedientes F-7 (17-3-40) y F-8 (2-5-45). Resumen para uso interno.

– Nació en Huesca el 4 de abril de 1901. Vivió en Mataró hasta los 12 años.

– Fue seminarista y después «fámulo» en el Colegio de los Jesuítas de la calle Caspe (presumible origen de su exacerbado anticlericalismo).

– Se le atribuye participación en el secuestro y asesinato del cura párroco de San Jaime de los Domenys (Tarragona) el 20 de julio de 1936. Sin confirmar.

– Durante nuestra guerra de liberación estuvo en el ejército rojo, sirviendo en Sanidad (anestesista) y siendo herido en el frente de Aragón.

– Al terminar la contienda se amparó en el anonimato y trabajó en una fábrica de hilaturas de la barriada de Gracia, entre cuyos obreros intentó inculcar ideas de marcado cariz anarquista revolucionario, instando a sus compañeros a la disconformidad con el actual régimen español.

– Instigador de diversos actos de marcado signo catalanista separatista aprovechando las celebraciones de la Fiesta Mayor de Gracia y del Guinardó, según informes de vecinos.

– En marzo de 1940 es detenido en un piso de la calle Conde del Asalto donde se celebra una reunión clandestina con fines supuestamente altruistas deportivo-sanitarios (en realidad de cariz presuntamente libertario) alegando en su defensa encontrarse allí por error (ver anexo F-7) ya que iba a otra cosa. Sometido a interrogatorio, relata el equívoco con pormenores al parecer convincentes.

– Pasado clandestinamente al sur de Francia a finales de 1942, se le atribuyen misiones de apoyo a la Resistencia francesa, tales como guiar por la frontera a pilotos aliados derribados por los alemanes. Se ha podido colegir por datos y observaciones recogidas, que se relaciona con una organización inglesa clandestina con sede en Marsella, conocida como «Organización Garrow». Vivió en Toulouse en el n° 40 de la rue de Limayrac. Hay indicios de que alternaba estas actividades como guía fronterizo con el tráfico de contrabando. Hay constancia de que dio cobijo en su casa, durante varios días, a un aviador inglés que posteriormente pudo regresar a su unidad vía Lisboa provisto de documentación falsa. Por estas actividades, el susodicho percibía una remuneración estimada de 2.000 francos por persona. Cuando se ha tratado de pasar documentos, ha llegado a cobrar hasta 5.000 francos.

– En círculos libertarios se le considera autor de diversos opúsculos editados por la CNT de España en Francia.

– En octubre de 1943 intenta establecer contactos con el llamado «Gobierno Vasco en el Exilio» y al día siguiente está a punto de ser detenido en un merendero de Las Planas después de asistir a una reunión clandestina, bajo el pretexto de una «costellada» organizada por el llamado «Sindicat d'Espectacles Públics de la CNT», al que están afiliadas gentes de teatro y proyeccionistas de cine y acomodadores, entre ellos su amigo y camarada Germán Augé.

– En 1944, y mediante recomendación del párroco de la Capilla Expiatoria de las Ánimas (el Dr. Masdexexart, pbro.) ingresa en los Servicios de Higiene del Ayuntamiento para trabajos de Desinfección y Desratización de salas cinematográficas y demás. Afiliado al clandestino Sindicato de Espectáculos Públicos de la CNT, se encarga de repartir prensa y propaganda subversiva camuflada en las sacas donde se reparten las bobinas de las películas.

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