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Tras la pausa, despojan al cadáver de su vestido y de la peluca de trenzas. Desnudo se le siente mucho el perfume. Y pesa más de lo que se imaginaban. Fracasan en dos intentos de levantarlo. Se les resbala. Y ambos tienen reparos en abrazarlo con fuerza. Por fin, Víctor propone variar la técnica.

– Búscame un pedazo de soga.

Alicia trae del patiecito techado, contiguo al garaje, una soga de nylon donde la sirvienta tiende trapos de cocina. Víctor se la amarra al cadáver, con doble vuelta por la cintura. Luego Alicia le sostiene los tobillos juntos mientras Víctor, con las piernas abiertas y algo flexionadas a ambos lados de la cintura del cadáver, se agacha, lo coge de la soga y, al enderezarse, lo levanta con un fuerte tirón hacia arriba. Mientras lo sostiene en peso, se le tensan mucho los bíceps. Los pies de Groote quedan hacia arriba y la cabeza casi apoyada en el piso.

Cuando por fin consiguen engancharle las corvas en el borde del freezer, Alicia baja la tapa hasta apoyársela sobre las rodillas y enseguida se encarama encima para trabarlo. Ahora, a Víctor le resulta fácil levantarlo por las axilas hasta que queda como si estuviera sentado al borde del freezer. Cuando Alicia se apea y alza la tapa, Víctor lo empuja un poco hacia adentro y el cadáver se desliza sin dificultad. Luego, le quitan la soga de la cintura, el anillo de matrimonio, y entre los dos, lo ubican de lado, con las piernas recogidas hacia atrás y la cabeza presionada hacia adelante. Lo cubren con la lona. Le enciman el hielo y todo lo demás. El freezer queda repleto hasta los bordes.

A las 12:25 borran con esmero las huellas de la carretilla en ambas salas, queman en la hoguera de la barbecue la p gina donde habían impreso lo ya hecho, el vestido, la peluca, y la soga que le amarraran.

Víctor se queda con el anillo. Dentro de la casa busca en su guardarropas unos jeans negros y muy anchos. Alicia recorta una pierna entre la cadera y la rodilla. Guarda el trozo cortado y echa el resto al fuego. Saca su libreta y hace una marca.

Y a las 14:20 vuelven a sentarse para repensar las necesidades de los próximos pasos.

A las 15:55 se levantan. Han revisado la totalidad del plan, punto por punto. Han calculado todos los detalles, el tiempo e itinerarios.

– ¿Qué viene ahora? -pregunta Víctor.

Ella lee en su libreta.

– Fabricar la herida en la frente -y se muerde los labios compungida.

El sale con paso decidido hacia el garage y regresa con un leño que le pasa a Alicia.

– Dame con esto, mira, aquí, un golpe seco -y se señala un costado de la frente-. Toma puntería, no me vas a dar en la nariz…

Para golpearlo, ella cierra los ojos pero le da donde él le ha pedido. De inmediato, la piel se le amorata y comienza a hincharse.

Víctor se pone a pelar un trozo de cable eléctrico. Cuando termina, Alicia le recoge un poco los guantes y, con el fino alambre de cobre, le hace un amarre en ocho en torno a ambas muñecas. Se lo retuerce bien, primero con sus manos y al final con una pinza, hasta que Víctor ya no soporta el dolor. Esperan unos cinco minutos y cuando Alicia lo libera, las muñecas exhiben un notorio morado al que se suma un poco de sangre en la piel de la parte interior.

– Ya estamos casi terminando -dice él, mientras observa la lista, y hace un par de marcas…

– Estoy muerta de hambre -gime Alicia-. Voy a freírme unos huevos con jamón. ¿Quieres?

– No, gracias, me voy a vestir.

Víctor regresa poco después en jeans negros, mocasines sin medias y una camisa verde de mezclilla. Trae en la mano su libreta y la estudia atentamente.

Ella se acerca a observarle las muñecas. El hematoma ha progresado y también la hinchazón en la frente.

– ¿Duele mucho?

– Sí, pero no me importa. Olvídate. -Y sigue leyendo su lista de tareas-. Ahora viene…, verificar que todo se ha quemado y dispersar cenizas.

Ella también examina su lista, abre su bolso y guarda el trozo de jean cortado.

Víctor va hasta la barbecue y comprueba que todo se ha quemado debidamente. Rastrilla y organiza un poco las cenizas. Encima coloca varios leños que luego rocía con abundante alcohol. Cuando ve elevarse la alta llama azul, guarda en el cobertizo todos los implementos y regresa a la vivienda.

De la colección de pelucas, Alicia escoge una rubia, de cabello muy lacio y largo. Viste un ropón de hilo amarillento, cuadrado, anchote, sin cinto, con flecos que le llegan a los tobillos. Se pone unos lentes oscuros.

Víctor guarda varios billetes de dólares en un bolsillo de las bermudas. Del baño saca un rollo de esparadrapo y se lo pasa a Alicia. También le entrega un papelito donde ha garabateado el nombre de unas medicinas, que ella guarda en su bolso.

A medida que cumplen las tareas previstas, las van tachando de ambas listas. Por fin, antes de salir, Víctor abre el refrigerador y se lleva una latita de refresco de naranja.

Por la puerta que comunica los dos garajes, Víctor pasa al de Rieks, monta en el Volvo y sale hacia el Vedado. Atr s sale ella en el suyo.

Media hora después, los dos coches se estacionan en la cuadra del antiguo hospital "Camilo Cienfuegos". Alicia conecta la alarma, se apea, cierra cuidadosamente, y sube los peldaños hacia la farmacia de venta en dólares. Compra lo que Víctor le ha anotado. Al salir, no monta en su descapotable, sino en el Volvo de Rieks. Pero Víctor se ha hecho a un lado y es ella quien se sienta al timón.

Rumbo a Miramar, entre buches de naranjada, Víctor ingiere trescientos veinticinco miligramos de dipirona y cincuenta de dextroanfetamina sulfato; y cuando ya van atravesando el túnel de Quinta Avenida, comienza a sentir la reacción alérgica.

Quince minutos después, Alicia, siempre disfrazada de rubia informe, se apea frente a una tienda, y regresa en unos diez minutos. Trae agujas, hilo y una pañoleta grande. Se ubica al timón, pero antes de reemprender la marcha, se pone a coser.

Víctor siente taquicardia, las orejas muy calientes y una picazón intensa en todo el cuerpo. Las mejillas han comenzado a hinchársele y el golpe en la frente luce impresionante.

– De verdad que parece que te hubieran entrado a golpes -dice ella, impresionada.

Víctor sonríe y luce peor.

Ella cose el trozo de jeans por el borde más estrecho y cuando termina queda formado un bonete, que Víctor se prueba. Le cubre bien toda la cabeza a modo de capucha, y por delante le cuelga sobre las clavículas.

– Muy bien -dice y se la quita-. Último control.

Cada uno mira su lista, hacen marcas, se miran y asienten.

– Sólo me queda lo del alambre, el esparadrapo, la capucha y los guantes -dice Alicia, leyendo su lista-. Todo lo tengo aquí, dentro del bolso.

– Verifícalo.

Ella revisa en su bolso y asiente.

– Sí, todo está aquí.

– Okey, buena suerte.

Se dan formalmente la mano y sonríen, ella con temor, él con una mueca ridícula, indescifrable, tumefacta.

Regresan hacia el Vedado por la Séptima Avenida y luego se desvían hacia el Bosque de La Habana. Alicia estaciona en un lugar solitario, saca de su bolso el alambre de cobre y vuelve a amarrar a Víctor, esta vez con las manos por detrás. Saca entonces un carrete de esparadrapo, corta dos trozos, y se los pega encima de los p rpados. Luego desprende otro pedazo, y se lo pega a los labios sin quitarlo del carrete, que luego hace girar para amordazarlo con tres vueltas en torno a la nuca. Finalmente, le pone la capucha y le quita los guantes de goma que guarda en su bolso. Le abre la puerta y baja el cristal de su lado para oír bien. No oye ningún ruido de vehículos. De frente, tampoco viene nadie.

– Apéate ahora.

Víctor emite un sonido por la nariz, baja a ciegas del carro, y se deja caer a la vera del camino.

– ¡Suerte!

Ella cierra la puerta y sale hacia Puentes Grandes.

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