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Daniel Chavarría

Adiós Muchachos

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A Hilda, por la sabia sonrisa con que acogió esta novela;

a Daniela Chavarría Vaz, porque le toca.

1996 DE LA BICICLETA ALA PANTALLA

1

Cuando Alicia decidió prostituirse en bicicleta, su madre consintió en vender un anillito que llevaba cinco generaciones en la familia. Le dieron 350 dólares. Y por 280 compraron una bicicleta inglesa, montañera, de gomas gruesas, con muchos cambios de velocidad, sobre la que Alicia inauguró su cacería de extranjeros adinerados.

Sin embargo, dos meses después, cuando Alicia perfeccionara su técnica de seducción callejera, se deshizo de la bicicleta inglesa. Le dieron a cambio 120 dólares y un pesadísimo armatoste chino, con el que elaboró el truco de su caída en plena calle. Y ahí fue cuando comenzó su verdadero éxito.

El fraude fue concebido y ejecutado en un patio de la calle Amargura. El encargado fue Pepón, un bicicletero experto en CICLOMECÁNICA SUSTITUTIVA, según rezaba en la chapa de aluminio garabateada con letras de óxido rojo, que publicitaba sus servicios a la entrada del solar.

Por dos botellas de aguardiente, Pepón sustituyó la tuerca del eje, por un pasador que Alicia podía fácilmente zafar. Le bastaba con agacharse un poco sin dejar de pedalear, y con un leve tirón, podía provocar a su antojo, en cualquier momento, el aparatoso desprendimiento del pedal.

La escena seguía con un frenazo debidamente ensayado, que proyectaba a Alicia boca abajo (y culo arriba) sobre la calzada. Con uso de guantes y un poco de práctica, Alicia logró dominar la simulación convincente de aquella caída. Y sin tener que lamentar siquiera un raspón.

El accidente ocurría siempre veinte metros delante del carro de algún extranjero, previamente encandilado por el meneo de aquellos glúteos de campeonato, en esforzado vaivén fricativo sobre el sillín muy alto.

Y cuando un carro que debía pasarla, reducía su marcha, la dejaba adelantar y luego se le colocaba detrás, ya ella sabía, inequívocamente, que un pez había caído en sus redes.

2

En una amplia sala de reuniones del Ministerio del Turismo, diez personas conversan alrededor de una mesa donde caben muchas más. Se han dispuesto servilletas, ceniceros, botellas de agua mineral. Dos elegantes secretarias llevan papeles de un lado a otro. Un camarero sirve café.

Un hombre muy apuesto (Mr. VICTOR KING, según dice en la base de acrílico que tiene delante) se pone de pie, camina hasta un atril que sostiene un gran mapa de Cuba y coge un puntero para señalar algunos lugares del litoral norte. Luego alarga el otro brazo y señala varias cruces en la parte más baja. Como una aureola del mapa, aparece también la plataforma submarina en distintos tonos de verde claro, amarillo y blanco, según la profundidad.

King habla en perfecto español, con acento mexicano.

– Y como explicaba antes, en todos estos puntos azules alrededor de la Isla, tuvieron lugar naufragios de galeones entre 1596 y 1760. Sobre 22 de ellos hay abundante información en archivos históricos, y consideramos que constituyen un privilegio cubano, único en el mundo, que permitiría concebir en estos mares un turismo náutico, participativo, asociado a la búsqueda de tesoros submarinos.

Detrás de una pared de vidrios opacos, dos secretarias comentan:

– Un caramelo el tipo…

– Igualito a Alain Delon.

– Verdáaaa…! Ya sabía yo que se me parecía a alguien…

Terminado el señalamiento, Víctor vuelve a la mesa de negociaciones y se dirige a uno de los personajes que tiene enfrente:

– Como usted ve, señor ministro, hay mucho por donde cortar.

El ministro se dirige directamente al que ocupa el puesto inmediato al de Víctor, Mr. HENDRYCK GROOTE. Se trata de un rubio de estatura media y rostro sonrosado, agradable, de unos cuarenta años. Es calvo, y usa bastante largo el escaso pelo que tiene alrededor de las sienes y la nuca. Viste una guayabera muy amplia.

– Sí -dice el ministro-, yo ya he leído el informe. El proyecto es muy interesante; pero según los especialistas que he consultado, para iniciar una búsqueda de naufragios sin poner en peligro el futuro de nuestra arqueología submarina, hay que contar con equipos costosísimos, del orden de los 20 millones de dólares. ¿Estarían ustedes dispuestos a una inversión de ese volumen?

Y se queda mirando a los demás, seguro de haberlos impresionado.

Mr. JAN VAN DONGEN, un hombre con una nariz fenomenal, que ha oído las últimas palabras del ministro mientras le enciende un cigarrillo Cohíba a Groote, interviene en inglés:

– Sr. Ministro: Para el proyecto nuestro, 20 millones serían muy insuficientes…

– ¡Coño, qué nariz! ¿Y ese quién es?

– Se llama Van Dongen… Dicen que es el perro guardián del millonario Groote…

– …porque trabajaríamos simultáneamente en diferentes puntos.

– Y si echamos adelante este proyecto -lo interrumpe Groote-, nuestra inversión en el equipamiento será superior a los 120 millones…

Hendryk Groote habla inglés con marcado acento extranjero (alemán u holandés), y a pesar de tener facciones delicadas, su mirada es aguda y sus modales algo autoritarios…

Fuma rápidamente, con una mueca de desagrado, sin tragar el humo. Observa con fijeza al ministro.

– …que sumados a los 230 millones para la construcción de los tres hoteles, elevarían nuestra inversión a 350 millones.

3

En su afán por exhibir senos, nalgas, muslos fuertes, las jineteras de La Habana suelen vestir prendas mínimas. A veces, la mercancía grotescamente expuesta tiene cierto encanto naïf. A veces inspira tristeza, o risa; rara vez un mordizco.

Alicia también se exhibe.

¿Provocativamente?

Desde luego: toda promoción comercial es esencialmente impúdica. Y si las mercancías son justamente las partes pudendae, con más razón.

Pero la oferta de Alicia sólo provoca cuando monta en bicicleta. A pie, se ve imponente, bella, pero nunca impúdica ni grotesca. Porque se vale de un estilo suyo, original, que ella misma ha diseñado con ayuda de su mamá.

Cuando sale a la caza de extranjeros, Alicia viste unos shorts blancos, levemente holgados, a media pierna. Prenda de tenista; prenda decente que le permite ostentar sus inquietos tobillos y los ruborosos hoyuelos de sus corvas, sin pasar por jinetera.

Desde luego, la miran mucho. Imposible verla venir de frente sin volverse a comprobar su retaguardia. Glúteos de crema sobre la copa de unas pantorrillas esbeltas que inspiran piropos sórdidos, de ay mamita si yo te cojo…

Hay quienes la suponen turista. Cuando Su Sexualidad se apea en las calles de La Habana, anima a algunos, entristece a muchos que se saben condenados a pasar por la vida sin probar jamás una hembra semejante; excita a todos; pero no se ve obscena. Luce deportiva y elegante. Ella no se ha prostituido en pos de dólares rápidos como el viento, sino para atrapar a un extranjero rico que la haga su mujer o querida, con dólares serios, residenciados en un banco, preferentemente en Suiza.

Alicia quiere asegurarse un futuro y la obscenidad no es su línea.

Sin embargo, sus shorts están preparados para una lujuriosa exhibición de nalgas en medio del tránsito habanero. Todos los shorts de Alicia tienen seis botones, tres a cada lado. Ella misma los ha cosido en hilera vertical, sobre la mitad inferior de cada costura. Y para montar en bicicleta, se desabrocha los seis, so pretexto de que así abiertos, se le facilita el pedaleo. Luego se dobla la pretina para ajustársela más en la cintura y sacar a plaza otros cinco centímetros de muslos rotundos. Y ya encaramada en la bicicleta, las puntas de sus nalgas libérrimas entran en acción, chas, chas, frotación alterna, dale p'aquí, dale p'allá, sobre el lustroso sillín muy alzado, de modo que los incómodos pedales la obliguen al alucinante cachumbambé.

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