Литмир - Электронная Библиотека
A
A

31

Alicia fuma nerviosa.

– ¡Cojones! ¿Y qué vamos a hacer ahora? ¿Mandarles la foto del cadáver, tieso, maquillado de mulata?

– ¡Calma, Alicia! No hay ningún problema.

Ella lo mira malhumorada y con cierta intriga.

– Mañana, cuando tú llames a Bos y te proponga lo de la foto, dile que primero tienes que consultar con tus socios… Y no olvides preguntar quién va a entregar el rescate. Te va a decir que ser Van Dongen…

Alicia garabatea unas notas sobre la mesa y hace otro gesto de mal humor.

– No comprendo por qué no te ofreciste tú… Todo sería más f cil si tú mismo recibes el rescate…

Víctor se aproxima al congelador, lo abre y mira en su interior.

– Ni hablar: no quiero tocar ese dinero ante la gente de la compañía…

Sin interrumpirse, Víctor se pone a quitar las vituallas del congelador.

– … porque resulta ya bastante sospechoso que yo sea el único testigo del secuestro. Y además, Van Dongen es su primo, el hombre de confianza…

Alicia se asombra de verlo en su trajín con los alimentos.

– ¿Qué haces?

– Hay que descongelarlo ¿no?

Ella se queda mirándolo sin comprender

– Para la foto, Alicia… Tenemos que descongelar a Rieks.

– ¿Y cómo vamos…?

– Primero lo exponemos unas horas al sol, allá atrás, al borde de la piscina. Le ponemos una pantaloneta y lo acostamos en una reposadera.

– Está bien…

Alicia se estremece con una mueca de asco.

Doblado, con medio cuerpo dentro del enorme refrigerador, Víctor saca un par de langostas y un pescado, que le pasa a Alicia. Ella los agrega al resto de los alimentos, amontonados sobre la mesa de la cocina.

– Ya, esto es lo último -dice Víctor y se yerque para mirar a Alicia.

Ella se arrima y divisa, en el fondo, el cuerpo de Groote, en posición fetal. Víctor, de lado ahora, introduce una mano e intenta moverlo. Hace varios intentos y no lo consigue.

– ¡Puta madre! ¡Estápegado al fondo!

– Tendríamos que haberle colocado una lona debajo.

– Ahora habr que echarle agua tibia para despegarlo.

Alicia coge inmediatamente una olla grande y comienza a llenarla de agua.

Víctor, ahora con el pecho al aire, enciende un cigarro. Alicia pone la olla a calentar y se le acerca.

– ¿Calculaste por fin el peso de los billetes?

– Todavía no, pero ya traje la pesa de Mami.

Alicia da unos pasos, coge su bolso y saca una cajita que contiene una diminuta balanza de bronce.

Víctor aplasta el cigarro y se pone a escoger pesas, también de bronce:

– Dame ac unos dólares.

– No tengo ningún billete de cien.

– Eso no importa. Cualquier billete sirve, incluso los de un dólar. Todos pesan lo mismo.

Alicia hace un gesto de sorpresa y saca del bolso varios billetes de uno y cinco dólares. l cuenta diez billetes, los alisa con la mano y los pone en un platillo. Luego manipula varias pesas hasta que los platillos se equilibran:

– ¡Retebién! Cada uno pesa un gramo. Para llegar a 3 millones, harán falta 30.000, o sea, que el rescate va a pesar 30 kilos.

Alicia lo mira preocupada:

– ¿Y qué yo hago para alzar tanto peso?

– No problem! Voy a equiparte con un aparato capaz de alzar un elefante.

32

Karl Bos, en su depacho, firma unos documentos. Se los entrega a una secretaria que se marcha y cierra la puerta. Jan, Víctor y Bos est n alrededor de una mesa con tres teléfonos, como para una reunión de negocios. Hay documentos, tazas de café, botellas de agua mineral.

Tensión en los rostros. Víctor fuma y se pasa la mano por el pelo. Van Dongen mira al techo, coge su calculadora y anota unas cifras, en silencio. Karl Bos consulta la hora. En eso suena el teléfono. Bos levanta el tubo.

– Yes?

Bos escucha. Enseguida, arquea las cejas y cabecea hacia los otros para confirmar que son los secuestradores.

– It's a woman! -susurra, tapando el micrófono-. Yes, I understand…

Alicia, vestida de gringa gordita (peluca y sandalias), habla un inglés americano muy gangoso. Para exagerar y deformar su voz, habla en un tono más alto y se sujeta la nariz con dos dedos.

– ¿Tendr n listo el dinero para el día 17?

– Sí, lo tendremos.

– ¿Quién nos lo va a entregar?

– El señor Jan Van Dongen…

– Ah, el hombre de la narizota, lo conocemos… Bien, preparen trescientos fajos. Cada uno debe contener cien billetes de cien, no seriados. Son treinta kilos. Calculen el volumen y procúrense una maleta adecuada.

– De acuerdo, pero antes de la entrega, queremos ver una foto del Sr. Groote, junto a un periódico de hoy o de mañana.

– ¿Una foto? Hmmm… Supongo que no haya problema, pero tendré que consultarlo.

Y cuelga.

Karl Bos también cuelga.

– Creo que van a aceptar lo de la foto -dice Bos, y con el pulgar le hace a Van Dongen un signo de victoria.

– ¡Fue una buenal idea, Jan! -aprueba Víctor.

Van Dongen los observa sonriente.

– Bueno -Bos se pone de pie y recoge la boquilla con el cigarro encendido que había dejado en un cenicero-. Ahora ¡manos a la obra! Quieren trescientos fajos con cien billetes de cien en cada uno. Tiene que estar todo preparado para el día 17.

Van Dongen saca de su cartera un billete de 10 dólares. Coge una pequeña regla y lo mide a lo ancho y a lo largo. Reflexiona. Mueve los labios imperceptiblemente con los ojos entornados y anuncia:

– Nos hace falta una maleta que contenga un octavo de metro cúbico…

– Y un hombre fuerte -añade Bos-. Dicen que va a pesar treinta kilos…

– Yo tengo unas pesas en casa -bromea Víctor mirando a Jan-, por si necesitas fortalecerte.

33

Un hombre de pelo lacio, negro, y bigote muy espeso, presenta un recibo en el mostrador de Foto Center, en la calle 23. La muchacha le entrega un sobre. l paga y se marcha.

Ya en su carro, cuando dobla por Malecón, el hombre se quita la peluca y el bigote.

– Quedaste magnífico, Víctor, irreconocible -dice Alicia, sentada a su lado, con las fotos en la mano.

Víctor observa una y sonríe.

– Sí, muy buena.

Al día siguiente, una de aquellas fotos del mismo bigotudo de pelo renegrido, pegada a un pasaporte holandés a nombre del difunto Hendryck Groote, servir como documento en el Hotel Tritón.

El falso Hendryck Groote recibe las llaves de la habitación

número 306, reservada la antevíspera a su nombre.

– Le deseamos una feliz estancia en nuestro hotel, Sr. Groote

– sonríe la recepcionista.

34

Alicia y Víctor ya han conseguido, casi, descongelar el cadáver. Tendido en una reposadera, al borde de la piscina, Groote tiene en la cabeza el típico sombrero cubano de yarey, que lo protege del sol. Víctor se acerca, le palpa las carnes por varios sitios, y estima el punto de descongelación.

A unos diez metros, Alicia lo observa y carga un cubo con agua, del que sale un poco de humo. Cuando Víctor le hace una seña, ella se acerca y comienza a fregar el cadáver. Lo frota con una esponja enjabonada, para quitarle el maquillaje oscuro.

– ¡Cuidado con no arrancarle la piel de la cara! No está del todo descongelado.

– ¿Aún no está descongelado? -se asombra ella.

– No completamente. Y creo que más vale así: si no, se nos derrumbaría por su propio peso.

Alicia hace una mueca de disgusto y se frota la nariz con el dorso de la mano que sostiene la esponja.

– ¡Puaj! ¡Pronto va a comenzar a apestar!

Víctor cierra los ojos y ladea la cabeza.

– No creo… Pero ni me hables. Acabemos de una vez.

Terminado el aseo, Víctor coge el cadáver por las axilas y ella por los talones. Con esfuerzo, logran acostarlo dentro de una carretilla que Víctor coge de espaldas, para no verlo, y se lleva a rastras hacia el interior de la vivienda. La cabeza del cadáver se descuelga hacia atr s. Alicia, que los sigue, apresura el paso y le sostiene la cabeza sobre la marcha. Ni ella misma sabe por qué lo hace.

24
{"b":"100382","o":1}