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Con las trencitas puestas, se aprueba sonriente desde varios ángulos. Una belleza, la peluca. No en vano ha costado dos mil marcos alemanes.

Se ha puesto un suéter ligero, blanco, que le cubre integramente el cuello, y encima, un vestido con vuelos en el pecho, que le disimula su falta de senos. Ha puesto el aire acondicionado al máximo desde temprano. No sentirá calor.

Bajo las medias muy oscuras y sobre aquellos tacones altos, sus piernas algo gruesas se ven esbeltas, estupendas.

Camina unos pasos por la alcoba y se mira de espaldas en el espejo del ropero. Se ha marcado el talle con un ceñidor ancho, de cuero rojo. Vuelve a hacer un par de giros ante el espejo.

Sí, una bella Elizabeth mulata. ¡Qué divertido! Ojalá le guste.

De espaldas, se alza la falda y vuelve a examinarse las nalgas. No serán las de Alicia, pero con la cintura ceñida, muchas mujeres la envidiarían.

Media hora después, oye llegar a Víctor. Se perfuma los lóbulos con Joy, de Jean Patou, enciende un Cohíba sin filtro, y baja la escalinata hacia la sala, envuelta en humos de Cuba y rosas de Francia.

– Beautiful! -le dice Víctor que la espera al pie.

– ¿Te gusta mi peluca?

Marvellous! -reitera Víctor y le palpa suavemente las trenzas.

Elizabeth remeda unos pasitos estilo pimp roll, made in USA. Él la celebra con auténtica complacencia. Comienza a sentir una prematura erección.

La toma de una mano, se la sube por encima de la cabeza y la hace girar como si estuvieran bailando.

Se oye un fondo musical de Michel Legrand.

Se dan un primer besito superficial.

Después de hacerla girar varias veces, él la coge por la cintura y se aprieta contra sus labios para un beso más intenso.

Elizabeth siente la dureza contra su vientre y lo aprisiona con ambas manos.

– How powerful!

En eso se oye tres veces una especie de chicharra.

– ¡Uy!, ya está Alicia al lado…

Víctor mira la hora.

– Son sólo las nueve menos cuarto… Ha llegado antes de lo previsto.

– Con ese negro entre mis brazos yo también tendría prisa…

Él alza una mano en remedo de darle un bofetón de revés.

Elizabeth se escabulle con una risotada y comienza a correr los faldones de una lujosa cortina de terciopelo rojo. A ambos extremos, los abrocha mediante unos alzapaños amarillos, fijos a cada lado de un armario que cubre toda la pared.

Mientras tanto, con cierta premura, Víctor hace girar un sofá, de modo que quede de frente al armario. Luego arrima el carrito del bar y lo coloca a un lado del sof.

Cuando Elizabeth descorre las puertas del falso armario, aparece Cosme al borde del estanque.

El dorso del espejo sin azogue, no es totalmente transparente. Tiene una ligera blancura, y un cierto brillo, pero la visión hacia la casa contigua, es muy nítida.

Una sensación de frescura y amplitud se establece en el espacio que suman los dos grandes salones, ahora comunicados por la clandestina pantalla.

Cosme, ya sin camisa, comienza a descalzarse.

En efecto, es un bello ejemplar: dentadura perfecta, ojos tiernos, espaldas anchas, longilíneo, manos afiladas. Elegantísimo.

Elizabeth disfruta la visión del mulato, que se ha quedado en slips blancos, con una cadenita de oro y otra de cuentas rojas alrededor del cuello. Lo observa meterse en el agua, con cautela. Cuando está adentro, se acuclilla, y el agua le llega hasta el mentón.

Víctor observa con curiosidad la talla en madera. Se acerca a la pantalla para verla más de cerca. Tiene un miembro muy grueso, de unos 15 cm. En proporción con sus 80 cm de estatura, resulta enorme. El fauno sonríe, orgulloso de sus medidas.

Elizabeth, cuando lo advierte, estalla en una risotada hombruna y se deja caer sobre el sof, lista para ver el show.

– ¿De dónde habrá sacado eso la chiquilla loca? -comenta Víctor, mientras echa hielo en un vaso de whisky.

– Tráeme un Martini -le pide Elizabeth-. Mariana preparó un litro y lo dejó en el refrigerador. Y quiero aceitunas griegas…

Cuando Víctor desaparece en la cocina, ella aprovecha para reacomodarse el suspensor. Tendrá que buscar otro modelo. Ese le queda demasiado ajustado. Con prisa, se manipula la bragadura.

– Shit!

Cada vez que Elizabeth cruza las piernas, siente un tirón en los testículos.

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Alicia entra en ese momento en el campo visual. Ve a Cosme, que acaba de sentarse al borde del estanque, en calzoncillos.

– Ay, chico, no seas ridículo, encuérate completo…

Cosme la mira de reojo, turbado:

– ¿Y si viene alguien…?

Ella se divierte con su timidez. Erguida al borde del estanque, segura de sus encantos, se contonea un poco con una mano en la cintura y lo observa burlona, perdonavidas:

– Si viene alguien nos encontrar templando… ¿O es que no te gusta…?

Ante tanto desparpajo, Cosme sólo atina a reír:

– ¿Quieres ahora mismo, en el agua? Está tibia, riquísima…

– No, eso después. Para empezar, prefiero aquí… Ven,

acércate.

Alicia se sienta con las piernas abiertas, y entre ellas coloca

un banquito de madera que tiene a mano.

Mientras Cosme sale del estanque, ella se quita la innecesaria capita. Cuando Cosme se le aproxima, ella le señala el asiento, que ha quedado entre sus piernas, a la altura del cuello.

Cuando Cosme se desnuda, Alicia, divertida y muy puta, admira sus armas con un pronunciado arqueo de cejas:

– Ay, madre mía,… Ven, nene, siéntate…

Lo que Víctor y Elizabeth comienzan a ver, los susurros y gemidos que oyen, se reflejan en sus rostros excitados: ríen, se muerden los labios, jadean, por momentos la expresión del placer y del dolor se confunden…

– Oh, Vic, look at that…

La voz de Elizabeth ha descendido a un tono de urgida

lascivia.

En eso suena el teléfono, varias veces.

– Ese debe ser el escultor, que quedó en llamarme…

– Por lo que más quieras, no atiendas ahora y sigue…

Alicia, de bruces junto al fauno, coge el teléfono, sin soltar a Cosme.

– ¡Ay, qué desesperado eres, chico, déjame atender!

– ¿Jorge? Eres un encanto… Sí, mucho, es una belleza. ¿Qué le pusiste para que reluzca tanto?… ¿Vaselina? ¿Para mí? Ay, qué cochino… Sí, estoy sola.

Alicia guiña un ojo a Cosme y alterna sus besos con el diálogo al teléfono.

– Bueno, no exactamente comiendo, pero algo parecido… A que no adivinas…

Del otro lado del espejo, Elizabeth imita a Alicia. Víctor, lascivamente repantigado, la deja actuar y observa el quehacer de Alicia y su diálogo por teléfono.

– No, no es un caramelo, es más bien saladito…

Cosme en éxtasis, no ha captado el chiste…

– Sí, muy nutritivo… Sin esto, yo no podría vivir…

– Tibio, tibio… ¿La forma? Es como un chorizo… Pero más grande y más… gordo…

– Sí, eso mismo. Adivinaste… Uyy, delicioso… No, eso a ti no te importa… Chau -y corta sacudiendo los hombros de risa.

El fauno la acompaña en su risa.

Cuando cuelga, y retoma a Cosme, advierte que ya está retorciendo los ojos…

– No, ahora no, espera… -y se aparta un poco de él.

Alicia comienza ahora a acariciar el falo macrocéfalo del fauno.

Hipnotizados, los tres espectadores siguen el vaivén de la mano mano blanca y fina, con su anillo de esmeralda. Sobre sí mismos, los tres sienten el jugueteo de los dedos inquietos.

Cosme, con su brazo largo, le acaricia los senos. La mano de Alicia en acción, se refleja sobre el espejo, frente a él. Sin dejar de manipular el miembro ungido, ella hace señas a Cosme de que se ubique sobre el brazo del sofá. El se le sienta abierto, al alcance de los labios, y ella adopta ahora una posición cuadrúpeda.

Sin dejar de estimular al fauno, recomienza su jugueteo de labios sobre el glande de Cosme.

Cosme la ayuda a quitarse el mínimo blúmer.

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